Mientras que al ciudadano se le invita y casi convence de que debe reciclar y no desechar, las trasnacionales viven un auge inusitado, amparadas en los millones de barriles de petróleo y la voracidad de una demanda que quiere más vehículos deportivos con apariencia de todoterrenos (SUV), con EE UU a la cabeza. Un lector (Guy) de euronews.com, se pregunta: “¿Cuál es la razón de conducir un SUV, en una ciudad donde la velocidad está limitada a 30 km/hora? Una vez más, las multinacionales engañan a todos, por el bien de las ganancias. La estupidez y la adicción de los usuarios les ayudan, al igual que el hecho de que las autoridades no ofrezcan un acceso adecuado a los automóviles eléctricos”. En paralelo, iea.org, diserta sobre “la demanda de energía, que aumenta un 1,3% cada año, hasta 2040, con servicios sin restricciones. Si bien está muy por debajo del notable crecimiento del 2,3%, de 2018”, dicen.
Cambio imparable
El cambio climático está servido. Con veranos más calurosos, los aparatos de aire acondicionado y los eléctricos antimosquitos, junto con ventiladores y demás, se suman al uso de calefacciones en inviernos más cortos y fríos; esto, para los más de 6 millones de ciudadanos que tienen acceso, frente a los 850 millones que ejercen la ecología a la fuerza, al carecer de suministro, pero que padecen las consecuencias generadas por los consumidores. La recomendación universal de separar residuos orgánicos del vidrio, papel y cartonajes, y plásticos, se encuentra con la paradoja de una legislación que, amparada en medidas higiénico sanitarias, obliga a poner en el mercado todo envasado y embalado, al punto de que el consumidor debe ponerse un guante (de uso único) para coger una barra de pan. Claro que, mientras todo es tan aséptico, hay quien sabe que su comida aliñada y embandejada incluye bacterias que pueden ser mortales.
Años de locos
En los últimos 50 años la inducción al consumo ha generado un mercado ávido de usar y tirar, cuyo efecto placebo reside en la inmediatez, con telón de fondo del posicionamiento social. Para ello, algunos obtienen sus capitales a gastar en los grandes lagos del delito; otros, rebuscan en las carteras como pueden. La programación al gasto es el hábitat natural de decenas de multinacionales que lo único que no van a hacer, es frenar los pingües beneficios que anotan en sus balances anuales. Así el panorama, los de arriba llevan del ramal visible del marketing a que, cuanto más les compren, a cambio de sosegar la necesidad pre-creada, mejor; y, para mayor gloria de ellos, sugieren que los sobrantes de sus clientes, los ordenen en contenedores de colores y sientan la satisfacción de cumplir el proceso circular. En Europa el reciclado de cristal se incentiva con bonos canjeables; en España, no; aquí, 50 años atrás, los estudiantes recogían, una vez a la semana, fardos de periódicos, que los usuarios dejaban a la puerta de sus casas (hábito común), y que los chavales vendían a razón de 1 peseta por kilo. Ahora, no.
Irresponsables
La irresponsabilidad de los grandes productores, amparados en los puestos de trabajo que generan y en legislaciones que empujan hacia el avisto del capital humano, les añade una sonrisa en su rostro, a la vez que señalan a sus clientes de responsables de su basura. Como escribió la periodista María Jesús Ledesma: “¿No pueden ponerlo un poco más fácil? El contenedor donde echo las botellas tiene una ranura de 10 centímetros, para que las metamos una a una”. La respuesta: “Lo hacemos para que sólo entre vidrio”, que se funde a 1 grados, para volver a ser botella. En un somero repaso al plástico, también en alza de consumo, alguien observó: “las naranjas, ¿por qué al pesarla, las meten en una bolsa?”, lo mismo en carnicería, charcutería… Es insólito que la generación con más información y con la obligación de ser más responsable en el cuidado del planeta, sea la más ávida consumidora y pateadora del medio ambiente. Los de arriba no tienen freno, tienen beneficios; y los de abajo, mientras no tengan la recompensa por hacerlo bien y separar y reciclar, están tan bien o tan mal tratados, como quienes no lo hacen.
La inutilidad de las cifras
Ahora mismo, Cámara de Comercio de España, informa de que percibe, en sus previsiones, una caída de 2 décimas (hasta el 1,7%), en el Producto Interior Bruto (PIB), para 2019 y 2020. “Un descenso que se explica por el menor consumo de los hogares y, sobre todo, un incremento más débil de la inversión en construcción y, en menor medida, en bienes de equipo”. Las familias compran menos fruta, verdura, carne y pescado (primera necesidad), pero consumen más plástico; e invierten menos en ladrillo, cuando hay 3 de viviendas vacías, los alquileres están en la media nacional de los 450 euros/mes (más gastos), y los salarios tienen un suelo/techo de 900 euros/mes. Sube el consumo de contaminantes, aumenta la polución y disminuye la regeneración natural del planeta. Saber quién mueve los hilos, no nos hace menos víctimas de las garras de la destrucción. Alea jacta es.
Vaya, vaya, vaya
En el momento de cerrar esta información, aparece Andrew McDowell, vicepresidente del Banco Europeo de Inversiones, y anuncia que, “dejarán de financiar proyectos de combustibles fósiles, a fines de 2021”, 2 años después de lo acordado. Hoy, el 93% de los europeos piensa que el cambio climático es un problema grave, según el Eurobarómetro. La encuesta apunta a que, “el cambio climático ha superado al terrorismo internacional y es la segunda preocupación más grave en Europa” y, añade el informe, “después de la pobreza, el hambre y la falta de agua potable”. Esta debe de ser la sin razón demostrada. Los insaciables consumidores están preocupados por los estragos que sus necesidades provocan en el medio ambiente, y por los pobres que no tienen acceso al consumo. Vaya, vaya, vaya…