Voy a la tienda del Estado más cercana, pido un paquete de sal y los 14 huevos, a cambio pago 11 pesos de moneda nacional (0’54 €). Se calcula que la libreta del Estado subvenciona el 88% del precio real del producto, muy poco teniendo en cuenta los sueldos insultantes del país, una media de 20 euros al mes.
“Es imposible vivir con las rídiculas cantidades de productos suministradas por el Estado”, dice Odalys mientras coloca los huevos en su nevera completamente vacía. “Utilizamos la libreta como ayuda extra y compramos el resto de productos básicos a precios elevadísimos. No hay quién entienda cómo se permite esto, mi hija”.
Odalys vive en el centro de la Habana Vieja y asegura que hace más de 3 meses que no come carne, “ahora soy vegetariana por obligación”, dice riendo y moviendo el culo que asegura no ha conseguido adelgazar ni dejando de comer pollo. “El pollo viene cogelado de Brasil y está malísimo y comer carne de res es prácticamente imposible, mi amol, eso sólo se les permite a los turistas”.
Una de las prohibiciones, entre muchas otras, más insólitas que tienen los cubanos es el sacrificio del ganado mayor y el consumo de su carne, penalizado con severas condenas de cárcel, según el artículo 240.1 del código penal. Comerse un bistec de ternera es casi un delito, o un sueño según se mire, para la mayoría de cubanos. De hecho, ya se le conoce como el “Oro Rojo”.
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Antes de la Revolución en 1959 la isla contaba con seis millones de vacas, mientras que a día de hoy hay sólo 4 millones, totalidad que pertenece ‘de facto’ al Estado ya que ni siquiera los propietarios individuales pueden sacrificar vacas sin permiso. Según el “Reglamento de pesca”, los cubanos tampoco pueden vender langosta ni camarones sin tener que esconderse. Estos alimentos sólo se venden a restaurantes privados y son consumidos también por turistas.
“Pero como ya tu sabes, mi hija, el cubano tonto no es, y todos estos productos se consiguen en el mercado negro, al igual que las papas fuera de temporada”, me explica Odalys guiñando un ojo.
Papas, sí, patatas. Las patatas o viandas, como dicen ellos, también se consiguen el mercado negro.
Más de once millones de personas que viven con una escasez intolerable, más de once millones de personas que deben delinquir si quieren comer algo más que arroz y frijoles.
Voy a los restaurantes de turistas, a las tiendas liberadas y compruebo lo que ya suponía, precios escandalosos y un sinsentido generalizado. El kilo de carne de res a 20 CUC (16 euros), un paquete de cereales importados de España, y ya caducados, a 3 euros y un litro de aceite de oliva a 7 euros.
Los diez días que estoy alojada en la casa de Odalys no como carne no sólo por los precios desorbitados sino porque no tiene sentido comer lo que ellos no pueden sólo por ser una turista. “En otros países está cada vez más de moda ser vegetariana” afirma Odalys que tiene una hija viviendo en España, “y nosotros que aún no sabemos que somos los más modernos”, bromea con desconsuelo.
