OPINIÓN | “Me esforzaré en seguir el ejemplo inspirador de mi madre”, aseguró Carlos iIi durante su proclamación como Rey de Inglaterra ante el Consejo de Ascensión convocado tras la muerte de Isabel II. No es labor sencilla: la equidad de la que fuera jefa de Estado durante 70 años entre diferentes fuerzas políticas, su neutralidad ante temas tan decisivos para la política del Reino Unido como el desafío independentista escocés o el Brexit o su respeto a las decisiones, no siempre fáciles, de los gobiernos de los 16 primeros ministros que le juraron fidelidad hicieron de Isabel II todo un referente político y personal.
“Defenderé el Gobierno constitucional y perseguiré la paz, armonía y prosperidad de los pueblos de estas islas, de los territorios de la Commonwealth y de los territorios de todo el mundo”, sumó el nuevo monarca, sabedor de la inestabilidad que la marcha de su madre ha provocado en muchos territorios que todavía reina. Tras la muerte de Isabel II, algunos países han planteado la posibilidad de proclamarse como una república, repudiando los lazos históricos, económicos y sociales que les unen a la Corona. El hasta ahora príncipe de Gales, si bien no gozaba de una popularidad ni parecida a la de su madre en Reino Unido, tampoco era bien acogido en muchas zonas a lo largo y ancho del planeta.
Desde que empezó a sustituir a su madre en muchos actos institucionales por su salud, cada vez más deteriorada, el Palacio de Buckingham ha intentado mejorar la imagen pública del eterno heredero. Con índices de popularidad del 48%, superado incluso por su hijo Guillermo, el camino que recorrerá Carlos III en los próximos meses como Rey no será llano ni estará repleto de rosas. A una situación política nacional complicada se le une la posible descomposición de la Commonwealth y el pulso que se vive en el seno de su familia. Y mirando a los Windsor, en su mano estará también planificar el organigrama de la familia real, hasta ahora masificado y, por ende, el gasto en la Corona. Sería ejemplificante que, ante una coyuntura económica mundial dudosa, el grueso de la representación se redujera a los reyes y a los príncipes de Gales y sus hijos. Ni siquiera el príncipe Enrique y su esposa, que renunciaron a sus derechos dinásticos en 2020, deberían formar parte de la nueva era de la realeza en el Reino Unido.
A partir de ahora, Carlos IIi deberá andar con pies de plomo. Ya no valdrán las excusas a raíz de comentarios desafortunados ni medias tintas con informaciones que afecten a su figura. Lejos quedará ya ese perfil indiscreto del que fuera marido de Lady Di. O, al menos, así debiera ser. En su mano está el futuro de la propia legitimidad monárquica en el pueblo, porque depende de él y de su apoyo. Si no, soplará una pirámide de naipes que acabará con la punta de la misma, con él mismo, derribado. Mientras tanto, solo se puede decir esta frase que tanto se ha escuchado estos días: “God sabe the King”.