Denominada ‘Cumbre del Clima’, las sesiones concluyen, tras 13 días, con el estrepitoso fracaso presentido de antemano; sin más ambición que regar palabras sobre unos compromisos que los poderosos no piensan cumplir ni ahora, ni en 2050, cuando muchos de ellos estén bajo tierra. Y de la tierra se trata. De un planeta que ha agotado sus recursos naturales, sumida en la avaricia del poder y el dinero, incapaz de saciarse ni con poder ni con dinero. Los más de 25 representantes de 200 países, reunidos en Madrid desde el 2 de diciembre, son incapaces de llegar a un compromiso riguroso, real y útil, que (al menos) ralentice el calentamiento global, reduzca las emisiones de CO2 y prohíba la mala praxis mundial en la generación y gestión de los residuos sólidos.
Necesitar menos y producir más
Parece que el interés de los mandatarios es tan deficiente como abultados sus salarios, porque en 2019, “los gases de efecto invernadero crecieron en todos los sectores, especialmente en la construcción y el transporte, según el informe ‘Brown to Green’, de Climate Transparency”, con EE UU, China e India a la cabeza. Queda claro que ‘París, bien vale una misa’, en recuerdo de la COP 21, de 2015 en la ciudad del Sena, donde representantes de 195 países fueron a firmar un “plan de acción mundial contra el cambio climático”, que tiene el mismo éxito que los 80 millones de euros gastados del bolsillo de los ciudadanos, para que en el mundo se hable de que en Madrid no se ha avanzado nada; peor aún, en opinión de algunos: “avanzamos hacia atrás”. Cabe preguntarles a estos miles de reunidos: “¿más todavía”?, ¿es suficiente con un pre-acuerdo o con un acuerdo que no se va a cumplir?
Maletas y para casa… en avión
A esta hora, los cientos que quedan en la capital española hacen sus maletas, no sin antes darse un baño relajante, tras tanta sesión de palabras; y se apresuran a embarcarse en sus vuelos (muchos transoceánicos), con la misma necesidad de mantener a 27ºC la calefacción de los 113 metros cuadrados del IFEMA (7 pabellones), “porque hace frío”, somos muchos y las 65 toneladas de CO2, son poca cosa. Y por si a algún ecologista se le ocurre manifestar su desacuerdo, la ONU, recuerda a la ciudadanía que “están prohibidas las protestas”, a la vez que desde su sillón piden a los contribuyentes que lleven el vidrio al contenedor pertinente y hagan lo mismo con todos los desechos, por los que han pagado en primera instancia; y en segunda, con sus aportaciones a las plantas de reciclaje, vía subvenciones. Unas empresas que, en España, se han convertido en un verdadero Expediente X, por el número de incendios que las asolan, tan oportuna y convenientemente (Andorcino, julio 2015; Seseña, mayo 2016; Alcorcón, marzo, 2019; Alcalá de Henares, octubre, 2019; Montornès del Vallès, diciembre, 2019).
Plástico hasta el techo
De regreso a la COP25 del fracaso, el manejo de datos inquieta a muchos en el orbe, aunque no lo suficiente a los que son electos por diferentes sistemas. Por ejemplo, China, que no quiere saber nada de reducir gases de efecto invernadero, es el país que más plástico vierte a los mares, que acumulan 6.300 millones de toneladas (T),para alimento de faunas y floras (Science Advances), una cifra que llegará a los 34 millones de T, en 2050. Unos tonelajes que, parece, se quedan cortos a tenor de la experiencia cotidiana. Los cálculos mundiales apuntan a que en los próximos 12 meses, en 2020, el planeta contará con 500 millones de T de plástico, la mitad generados por Asia, y listos para el consumo, por ejemplo, en Europa, donde el 70% de la demanda se concentra en Alemania, Italia, Francia, España y Reino Unido
La trampa de la bolsa
Los consumidores que se suministran en supermercados de grandes superficies, están acostumbrados a llevarse cada pieza embalada en bandeja y film, y en una bolsa que proteja estos envoltorios, a los que se suma otra mayor, para portar todos los productos. La cosa estalló en 2005 (hace 14 años), cuando las multinacionales lanzaron sus campañas a favor de bolsas de reuso, con años de vida, contra las bolsas que utilizaban entonces y decían no cobrar. En el caso de Carrefourt, ese año anotó un su cuenta el pago de 5 millones de euros en bolsas, que prorrateaba en sus ventas. Para aumentar beneficios, durante un tiempo ‘regaló’ bolsas para reuso continuado, hasta que anunció que pasaba a cobrarlas. Así, si las primeras bolsas ya las pagaba el consumidor; si las segundas, también, ahora tienen la fórmula de cobrarlas por tercera vez, además de no haber reducido ni el consumo de las unas ni de las otras. Para no ponerse demasiado colorados, los fabricantes españoles (segundo país productor después de China) concluyeron que la responsabilidad recae sobre los ciudadanos, que deben depositar las bolsas en el contenedor amarillo. Sin embargo, para la a Universidad de Hawái, el problema es mucho más importante.
Échale combustible
Para mantener el sistema hace falta mucho combustible (petróleo, gas y centrales eléctricas) que sus dueños están encantados en vender, al precio que les viene bien a sus fortunas. Hace unos días, y vinculado al COP25, una periodista entrevistaba a uno de los participantes, que incidía con profusión en el mal uso del automóvil: “un coche, una persona”, en un afán de maximizar este transporte, y disminuir la contaminación y el efecto invernadero, Tras su exposición, la comunicadora le pregunta: y, usted ¿cómo ha venido a la Cumbre del Clima?; “en coche”, dice; “¿solo?”; “Sí”. Una muestra práctica de por qué en España, “el 30% de toda la energía consumida se la queda el transporte urbano y por carreteras”, dice el informe de la Dirección General de Tráfico (DGT, 2014). A la emisión de los óxidos nitrosos (NOx), monóxido de carbono (CO), dióxido de carbono (CO2), compuestos orgánicos volátiles y macropartículas, se añade la contaminación acústica, de un parque que cuenta con 1 vehículo por cada 2 habitantes (29,5 vehículos y furgonetas, y 700 camiones y autobuses).
Por tierra, mar y aire
La Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) en 2018, recoge los datos de Urban Science y Aniacam: “viajar solo en un automóvil puede ser tan malo para el clima como volar”; según las estadísticas aéreas de AENA, en nuestro país (2018) se operaron más de 2,1 millones de vuelos, y Renfe dio servicio a más de 488 millones de pasajeros. La AEMA establece que, “caminar y montar en bici no emite ningún tipo de gas; el tren produce unos 14 gramos de dióxido de carbono por pasajero y kilómetro; seguido de los autobuses, las motocicletas, los vehículos y furgonetas; el avión, el más contaminante: 285 gramos de CO2 por pasajero y kilómetro”. Si 2019 se cierra con 84,5 millones de turistas en nuestro país, el cálculo queda en manos de catedráticos de Ciencias Exactas. Sólo cabe preguntarse cuanto consumen en plástico, agua potable… “los españoles hemos alcanzado un ahorro en el consumo de agua hasta los 127 litros por persona y día; la media de consumo de un turista oscila entre 450 y 800 litros/día”. El sector servicios hace caja por valor de 92 millones de euros, en el año que se cierra en unos días. La compensación a la huella ecológica, queda en las buenas intenciones.