El apresamiento de Alexánder González, alias Andrés el Cerdo, presunto cabecilla de la organización criminal La Viña de Manrique (Medellín, Colombia), adscrita a La Oficina, en los primeros días de mayo, cuando estaba en su apartamento del barrio Los Colores, ha generado más de 20 detenciones en cadena, de miembros de las bandas que aglutinaba, todas ellas dedicadas al narcotráfico, robos, asesinatos, blanqueo, extorsiones y demás delitos que se tercien. La 5ª generación de la organización criminal más poderosa de Colombia, creada hace 50 años por el super capo Pablo Escobar, rey del Cartel de Medellín y señor del tráfico de cocaína Colombia-EEUU, está en su peor momento. Nunca antes habían imaginado, ni en su peor pesadilla, que el acoso policial les iba a poner entre rejas durante una larga temporada; era impensable que apartaran a los policías corruptos, sobornados y en nómina mafiosa durante años, que les permitían gozar de libertad y confort.
Las cosas han cambiado mucho en Medellín desde que Escobar, quien cada mañana se despedía de su familia con un, “me voy a la oficina”, ese despacho desde donde enviaba veleros, camiones, avionetas y mulas cargados de coca a Norte América y Europa, por lo que facturo un número imposible de calcular de millones de dólares y le proporcionó la gran vida, las enormes plantaciones y su reputación de señor de Medellín, gobernador absoluto de su territorio, tan respetado como temido; mucho ha cambiado, precisamente, desde que, ese ir a ‘la oficina’, le dio en pensar que tenía que reunir a todas las pandillas de delincuentes y a todos los narcos de escalafones inferiores, bajo una sola organización: La Oficina. Así nació esta organización, máximo orden de las bandas de delincuentes del Valle de Aburrá (Medellín) y máximo mando de un ejército urbano de más de 5 hombres. En los 80, el jefe del Cartel de Medellín dominaba la ciudad y los 9 municipios colindantes (Envigado, Bello, Itagüí, Copacabana, Sabaneta, Caldas, La Estrella, Girardota y Barbosa). Una década después, ya casi destronado, en la ciudad se registraron oficialmente 4.370 asesinatos; en los años 90 la sangre corrió sin freno por las calles de una bella ciudad, donde se anotaba un homicidio cada 2 horas. La Oficina, algo parecido a un Estado Mayor de la delincuencia, con gestión de más de 200 bandas, había aleccionado a los pandilleros en el cobro de comisiones a ciudadanos y empresarios (pequeños y grandes) a cambio de la seguridad que ellos proporcionaban o alteraban; les asignó territorios para la venta al menudeo de coca, les proporcionó armas para defenderlos, y les suministró información y droga a mansalva. Y este sistema se extendió a otras 3 grandes ciudades: Bogotá, Cali y Pereira.
El 2 de diciembre de 1993, el día siguiente a cumplir 44 años, Pablo Escobar, capaz de anotar en su currículo un año de diputado en el Congreso nacional, era abatido a tiros cuando huida de la policía, a través de los tejados de la urbanización donde vivía, tras huir de la cárcel, la Catedral, que él construyó con todo lujo y en la que ingresó tras entregarse a las autoridades, mese antes de fugarse. Una fuga urdida tras ordenan la muerte de Fernando Galeano y Gerardo Moncada, argumentado que le había robado. Si el fin del Cartel de Medellín estaba servido en bandeja de la DEA, y con los enfrentamientos al Cartel de Cali y al Gobierno de la nación, que vio en ordenan extradiciones a USA de los narcos incluidos en la Lista Clinton; el principio de otra cruenta guerra había comenzado. Con el agonizar de los 80 y en los albores de los 90, Escobar mandó asesinar a 657 policías, a jueces, fiscales, políticos, rivales, cabecillas de bandas… a golpe de coches bomba, ametralladoras, fusiles y puñales. Escobar tuvo su adiós y con su adiós, ocurrió lo previsible: las bandas se alzaron en armas, unas contra otras por el dominio de rutas del narcotráfico y territorios. Con cada escisión nacía un nuevo grupo dispuesto a todo por hacerse con un trozo de esa inmensa trata de dinero que ofrece la venta de droga y los crímenes por encargo. Pelea tras pelea, muerto tras muerto, llegó otro siglo y otra propuesta de reunificación: La Oficina de Envigado, refundada por Diego Fernando Murillo (Don Berna) y Guillermo Ceballos (El Gringo).
Una nueva era arrancaba con renovados objetivos. Ahora, la venta de coca, que les ha traído tantas condenas y quebraderos de cabeza, pasa a un segundo plano, para ampliar horizontes con los asesinatos a sueldo, un trabajo que les genera pingues beneficios por mor de bandas, mafias, traficantes, empresarios…; y el cobro de deudas, también con muy rentable comisión. La pretensión de regresar a la reunión de bandas, queda lograda a medias y, finalmente, en ese primer lustro del XXI, se cierra con dos grandes bloques: uno que aúna al 80% de ellas y el otro, con menor peso en la escena del crimen. Desde entonces, hasta nuestros días, huelga decir que la ambición, y las nuevas y cruentas generaciones, han dado en una permanente atomización social, con un número indeterminado de pandillas, dirigidas por un jefe sanguinario, que o va a la cárcel o es muerto a tiros, y que es reemplazado al segundo siguiente de su caída.
Las voces de los pocos históricos vivos, claman a las autoridades, por una entrega de armas y un convenio de presidio blando en las condenas, para acabar con aquello que empezaron; pero, parece que sus interlocutores, a los que les ha costado tanto limpiar los uniformes manchados, como las calles de pistoleros, no están por la labor; y, los históricos viven recluidos en lugares de difícil acceso, acompañados de sus guardaespaldas, más solos que la una y sin capacidad para embridar al monstruo que ellos crearon; que no era un unicornio, mal que llegase bañado en oro, sino una Hidra de Lerna de 7 cabezas, y por cada una que se le corta, surgen otras 7.
Mientras tanto, y con más de 60 asesinatos en los últimos meses (incluido parte de 2017), los pandilleros siguen a lo suyo: el robo, el crimen, narcotráfico, vuelcos, blanqueo, falsedad, prostitución, trata…, cualquier palo que les llene la cartera de billetes, les ponga el cochazo a la puerta y a la piba en un chalé con extra de seguridad. Su juventud les impide ver que los viejos narcos tenían sus códigos de honor y respeto, que les salvaguardaban y emponderaban hasta que alguno cruzaba la línea roja, ávido de avaricia, y acababa en una zanja. Los chavales han vivido el quítate tú, para ponerme yo; días de vino y rosas desde la cuna, con el poco valor que creen tiene la vida, el honor y la muerte. Es una generación no quiere entender que han cansado a los ciudadanos, los que no les quieren pagar la tasa por una seguridad inventada y vindican que sus impuestos vayan a una policía cualificada y limpia. La cosa, sinceramente, no pinta bien para estos chavales; más, cuando ya Medellín no es solo tierra de colombianos, y otros mafiosos colonizan cualquier hueco por donde colar un delito. Hay mucha competencia, demasiadas armas y ningún código a qué atenerse.
En un breve repaso a las últimas detenciones, destaca: el 9 diciembre (2017), arrestado Juan Carlos Mesa Vallejo (Tom), por el que se ofrecían 2 millones de dólares de recompensa; 7 de febrero (2018), apresado el cabecilla de La Oficina, Sebastián Murillo (Lindolfo o Lindo); 4 de marzo (2018) detenido Elkin Triana Bustos (El Patrón), jefe de la Odín Los Triana, integrada en La Oficina; 9 de junio, capturado John Alexánder Restrepo (Diomedes o El Mono), cabecilla de la Odín La Unión, organización que también está vinculada a La Oficina; 19 de agosto, cae Juan Carlos Castro (Pichi), señalado de ser el reemplazo de Tom, como jefe de La Oficina; 2 de febrero (2019), arrestado Juan David Mosquera Arbeláez (Lunar), mano derecha de Pesebre; 25 de marzo, captura de Iván Suárez Muñoz (Barbas), en su lujosa finca; es cercano a Tom y posible heredero de La Oficina; 9 de abril, detenidos 5 miembros de La Viña; 7 de mayo, dan con Andrés (El Cerdo), cabecilla de La viña de Manrique.