El desvanecimiento del efecto Macron

El presidente francés, que aún no ha cumplido un año como inquilino del Elíseo, se enfrenta a la convocatoria de una huelga en el sector ferroviario que podría paralizar el país como en 1995
JULIO SÁNCHEZ
España
07.04.2018
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El diario Liberation, en su edición digital del 22 de marzo, anunciaba la convocatoria firme para el 3 de abril de una huelga contra la reforma impulsada por el gobierno nombrado por Enmanuelle Macron, de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles (SNCF). Los cuatro sindicatos con representación en la empresa pública han alcalnzado un acuerdopara la unidad de acción que llevará consigo un calendario de paros durante los próximos dos meses y hasta bién entrado junio.

El decreto por el cual el Ejecutivo del Primer Ministro Eduard Philipe, pretende realizar una reforma, sin trámite parlamentario, en la que se modificarán de manera sustantiva las condiciones laborales y las prestaciones sociales, de los trabajadores de la compañía ferroviaria, es el principal reto que afronta la plataforma sindical. El Gobierno justifica la reforma en la deuda de la compañía y en los costes actuales que para el Estado conlleva hacer circular los trenes de media y larga distancia dentro del territorio nacional. La Ministra del Trasportes, Elisabeth Borne, ha mostrado públicamente su voluntad de llevar la negociación hasta sus últimas consecuencias, a fin de evitar la huelga, llamamiento al entendimiento realizado a través de su cuenta de twitter, junto con una carta dirigida a los dirigentes sindicales, que finalmente no ha dado resultado alguno.

Los sindicatos por su parte, ponen sobre la mesa el carácter neo-liberal del Gobierno Macron y que la huelga busca detener la privatización de la compañía de ferrocarriles, uno de los principales bastiones del sindicalismo combativo en el país galo. La reforma propuesta comprende la bajada de salarios y la eliminación del complemento para las pensiones, así como un retraso en la edad de jubilación. Medidas que el Gobierno encuadra en el denominado “Cuarto Paquete Ferroviario”, aprobado por el Parlamento Europeo, en diciembre de 2016, con los votos de conservadores, socialdemocrátas y liberales y con la única opisición del Grupo de la Izquierda Europea, que busca la completa liberalización del trasporte en este sector como ya ocurre en países como Alemania o Reino Unido.

Primavera caliente; movilizaciones y paros contra la política económica del Gobierno

Siete sindicatos (CGT, FO, FSU, CFTC, Solidarity, FA-FP y CFE-CGC) han comenzado su calendario de huelgas y su campaña de movilizaciones contra la agenda económica del Gobierno del emergente líder; funcionarios, estudiantes o pensionistas se han sumado a las movilizaciones de los trabajadores ferroviarios, contra las medidas que pretenden introducir recortes en los principales derechos y prestaciones sociales.

Las movilizaciones apoyadas por otros movimientos sociales, por los partidos políticos de la izquierda y en otras empresas como Air France parecen augurar una “primavera caliente” al presidente Macron, cuya popularidad se encuentra en su peor momento -por debajo del 50%- según una encuesta publicada el pasado mes de febrero por “Le Journal du Dimanche” realizada por la empresa Ifop. Macron que llegó al Palacio del Eliseo en mayo de 2017, traía bajo el brazo un programa económico que buscaba reactivar el bajo crecimiento, reducir los altos niveles de paro juvenil o la alta segmentación laboral, a través de la simplificación del despido o del “adelgazamiento” del sector público.

Según los datos de la OCDE, Francia va recuperando de manera muy pausada, el crecimiento del PIB-la previsión para 2018 es de un 1,8 % y un 1,7 para 2019- tras los embates de la Gran Recesión y recuperando los niveles de empleo. A día de hoy, la tasa de paro se sitúa en el 9,2 % de la población activa, unos datos que coexisten con el alto índice de paro juvenil y de subempleo.

Un año de la victoria de Macron en las elecciones presidenciales

Apenas se ha cumplido un año desde que el Elíseo cambiase de inquilino, el atribulado Francoise Hollande dejó paso a uno de los fenómenos políticos más impactantes de los últimos tiempos en la Europa continental. El que durante más de dos años ocupase la cartera de Economía en el gobierno de Manuel Valls, abandonaba al primer ministro y al Presidente Hollande para preparar su particular carrera por llegar a la máxima magistratura del Estado francés.

Sorprendentemente, Enmanuel Macron noqueó en la primera vuelta a las, en ese momento, principales fuerzas políticas, el Partido Socialista Francés y los gaullistas de Les Republicans, y en el posterior “Ballotage” a Marine Le Pen, la candidata de un Frente Nacional, que veía detenido su crecimiento exponencial que auguraban las encuestas en la primera vuelta. La particularidad del sistema político francés, explica, en cierta manera, lo ocurrido. La capacidad de Macron para generar el “consenso del mal menor” se impuso como en las presidenciales de 1998 en las que Jacques Chirac derrotó al jefe del clan ultra y progenitor de la reencarnación de Juana de Arco.

No merece la pena, mencionar el ridículo de la Francia Insumisa encabezada por Jean Luc Melenchon, en el que participó el Partido Comunista Francés, o el del PSF “del giro a la izquierda” de Benoît Hamon, que refleja la extrema debilidad de una izquierda acorralada entre la por la post-modernidad y la estrategia populista y en la que, a pesar de la fortaleza del movimiento sindical, no parece quedar hueco alguno para la clase obrera en sus ejes programáticos, incluso en momentos como éste de ofensiva estratégica del Capital. Un capital que parece haber encontrado en Enmanuel Macron su verdadero apóstol.

Uno de los rasgos principales de la V República , edificado sobre Los Acuerdos de Grenelle, y de su sistema de partidos se asentaba sobre un consenso social blindado sobre las condiciones de vida de las clases populares, los derechos de los trabajadores, la intervención del Estado sobre los sectores estratégicos de la Economía o la fortaleza de sector público. Si bien, Chirac o Nicolás Sarkozy abrieron el camino para el comenzar a desregularizar el mercado laboral (se observa desde finales de la década de los años noventa una creciente segmentación y de aumento del sub-empleo) o a privatizar las principales empresas en manos del Estado, Macron ha venido a culminar la larga marcha por la senda neoliberal por la que debe transitar la República.

Nuevo liderazgo, vieja ideología

El Efecto Macron ha terminado de constatarse en las Elecciones Legislativas de junio de 2017, en las que En Marche, el partido creado por el actual presidente para las presidenciales, consiguió desplazar a republicanos, socialistas, al Frente Nacional y a la izquierda no socialdemócrata. El nuevo partido se alzó con 204 escaños de los 577 de la Asamblea Nacional, un escrutinio que venía a refrendar lo expresado en las urnas en las presidenciales, pero con un elemento añadido; ahora la competencia no se confrontaba con Marine Le Pen, en solitario, sino con todo el espectro ideológico francés que abarca una amplia escala de grises.

Sin embargo, el brillo que el presidente de la República Francesa irradia hacia afuera, como se ha dejado ver en la cumbre franco-alemana junto a la Canciller Angela Merkel, parece debilitarse de manera preocupante hacia dentro. La política económica de corte neoliberal y la agenda reformista, una de sus princiaples bazas electorales en el anquilosado sistema político francés, tan jaleada por políticos españoles como Albert Rivera, y su contestación popular, amenazan con ensombrecer los avances que pretendía llevar a cabo en cuestiones como la autonomía de Córcega o respecto a la política de los territorios de Ultramar, como el referéndum de autodeterminación en Nueva Caledonia.

En los últimos días, y en medio de esta naciente crisis, Eduard Phillipe ha anunciado nuevas medidas que permitan detener el descenso de popularidad del presidente Macron, como la limitación de mandatos a tres legislaturas, la reforma del Senado, así como la reducción de diputados en la Asamblea Nacional. Según reflejaba el diario Le Monde, si la reforma se aplicase ante las próximas elecciones 81 de los actuales 577 diputados no podrían revalidar su escaño, como dato curisos señalaban que muchos de éstos tenían más de 58 años, la edad de la V República Francesa.

Los ecos de la Marsellesa en aquella noche del 17 de mayo ante la pirámide del Louvre, parecen irse apagando de manera progresiva. Mientras, crece el malestar popular en un país en que exige Libertad, Igualdad y Fraternidad, elementos que parecen enfrentarse de forma radical con la expresión del nuevo “extremo centro” del joven, atractivo y triunfador presidente, que a pesar de hacer saltar por los aires el sistema de partidos de la V República, no parece que pueda salir victorioso de su pugna con el espíritu republicano que sigue exigiendo que la justicia social no sea reemplazada por el modelo que desplaza del centro del debate político a las condiciones de vida y trabajo de las personas más humildes.

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