A veces los astros se alinean y la noche está coronada, sembrada, el embrujo, el duende y la magia llegan a cualquier parte y entonces se vive el arte. Era una noche de flamenco en la Guajira, era miércoles, la bailaora Yoli Cortés hace las delicias del público. En la asociación de la calle Cruces Bajas de Almería se reunieron la pasada noche gentes de diferentes partes del planeta; coreanos, americanos, alemanes, son muchos los acentos que se distinguen.
Yoli Cortés es una veterana bailaora, que lleva el flamenco dentro. A los nueve años se subió por primera vez a un escenario y desde entonces no se ha bajado. Es autodidacta, cuenta como de pequeña “rebobinaba la cinta, una y otra vez hasta que cogía el paso”. Los pasos le salen mientras baila y aunque no es persona de estar en un estudio siempre prepara un poco la actuación antes de salir.
La bailaora fue acompañada por sus músicos: al cante Raúl Sacai, al toque Luqui de la Vega y a la percusión Vicky Macía. Era un flamenco de raíz y cueva, flamencos de los antiguos, de tradiciones. El guitarrista vestido de negro de pues a cabeza, llevaba zapatos de baile para meter el pie en la percusión, el cantaor llevaba un pañuelo negro de lunares anudado al cuello y una chaqueta negra de terciopelo. La palmera lucía una larga melena castaña y unos tacones de flamenco rojos que apretaba contra el suelo, para hacer compás. Flamencos de los que pintaba Sorolla.
Por bulerías costaba ver la rapidez con la que los dedos del guitarrista se movían por los trastes, una maniobra de difícil ejecución tantas veces ensayada que llevada a la practica en un escenario, solo puede despertar admiración, cuanto más si el músico transmite con su cuerpo y sus gestos cómo lo disfruta. Luqui de la Vega miraba a Vicky Macía atenta a la voz de Sacai y entregada al ritmo, en un gesto del guitarrista subía el ritmo y animaban al cantaor.
Un palo grave, serio, una soleá, para ese instante el cuadro estaba en pie a excepción del guitarrista, dejaban paso al huracán que se avecinaba. Yoli Cortés pisó las tablas dio una palmada, cortó la música y la respiración a más de uno. Plantó un pie tras otro y el ritmo de sus golpes hicieron música. Para cuando había terminado de bailar la primera pieza se había despeinado, la flor roja del mismo color que su vestuario y la peineta habían salido volando. Las tablas de La Guajira llenas de cicatrices sangraron de sentimiento.
Desde la primera fila incluso se podía oler el perfume de Cortés, dejaba el aire impregnado por donde pasaba, los gestos de su cara, su respiración alterada del esfuerzo con el que vibraba. Fandangos de Huelva, alegrías de Cádiz y el fin de fiesta donde Vicky Macía mostró sus dotes como bailaora arrancando una fuerte ovación del público. También el guitarrista, Luiqui de la Vega, hizo ritmo con su cuerpo porque también es percusionista.
Una noche laureada y aunque fría acogedora al refugio del arte.