Pensar en la lucha de la revolución mexicana nos hace imaginar en automático botas, carrilleras, sombreros, aguardiente, pistolas, corridos, bigotes espesos, mucha tierra y muchos más caballos, y esto por inercia nos ha hecho creer que aquella batalla un siglo atrás, fue exclusiva de hombres contra hombres. Sin embargo, existieron mujeres adelantadas, muy adelantadas a sus tiempos, que vistieron —y de qué manera—, las chaparreras y los sombreros, y que estuvieron a la altura de cualquier charro de la época, por ejemplo, la temeraria ‘Chona La Tequerra’, la primera mujer revolucionaria de México.
María Asunción Villegas Torres, ‘Chona La Tequerra’ nació en Zumpahuacan, municipio al sur del Estado de México, aunque la leyenda se desarrolló en Tenancingo de Degollado, municipio vecino del mismo estado que la adoptó como suya por sus hazañas y modos.
Del genio de ‘Chona’ quedan aún testimonios vivientes, de aquella mujer grave y malhablada que en el ocaso de su vida dedicó su tiempo, tal vez sin ella saberlo, a darle un sello distintivo a la región que todavía hoy persiste; por ejemplo, con las típicas mojigangas, paseos por las calles de la hoy ciudad, en vísperas de las fiestas patronales, donde una serie de hombres bajo las ordenes de la coronela se disfrazaban y divertían a los vecinos; de las limosnas que arrancaba en la plaza a punta de pistola y groserías precisamente para las fiestas del pueblo o los jaripeos que organizaba. Pero, ¿cómo es que una mujer consigue tal estampa al grado de ser temida — y respetada, claro—, incluso por los hombres de aquella época donde las mujeres no tenían siquiera voz? La respuesta es simple, a punta de pistola y reata.
Se dice que ‘Chona’ fue una mujer adelantada a su época porque siempre tuvo claro su papel en aquel entorno gobernado por el hombre, y fue justo la defensa de su honor la que la llevó al lugar que hoy ocupa en la historia. Claro, no sin antes vivir su natural calvario. Cuando ‘La Tequerra’ fue pequeña se vio obligada a trabajar en una casa de ricos del Degollado, siendo la mandadera de confianza, y fue precisamente en una de esas tareas cuando un hombre intentó abusar de ella. María Asunción, siempre avispada y tenáz, hubo descifrado las intenciones de aquel sujeto que no era la primera vez que la acosaba, y cuando este cogió el valor suficiente para violentarla, lo recibió a con el filo de un puñal que había guardado entre sus ropas para darle muerte. Lamentablemente, las leyes de aquella época no vieron en la administración de aquel crimen la defensa de una mujer —por cierto, no mayor a 15 años—vulnerable, y fue mandada a prisión.
Es entonces cuando las tropas zapatistas entran al quite, ya que ante las diligencias demandadas por Emiliano Zapata para ganar terreno en el centro del país, fue tomado el Degollado y los hombres del ‘Caudillo del Sur’ revisaron las listas de los presos en aquel momento para liberarlos y engrosar sus filas. Al general Luciano Solís la historia de ‘La Tequerra’ llamó poderosamente su atención, liberándola primero y luego tomándola como amante, y fue él quien le dio su primera arma, una pistola calibre 45.
Más tarde, ‘Chona’, mientras montaba a caballo con un grupo de hombres aún incrédulos de su valía, la retaron a lazar a un par de campesinos y llevaros hasta donde ellos estaban. La mujer echó andar a todo galope y trajo de uno a uno a los dos fulanos, con tal bravía y certeza que los hombres quedaron asombrados. Posteriormente, cuando el general Solís fue enterrado de la maniobra de ‘Chona’, mandó a llamarla junto con el batallón para ser presentada formalmente y ser respetada desde entonces como coronela.
Todavía hoy, se cuentan cientos de anécdotas de María Asunción. Se dice, por ejemplo, que entraba a las cantinas para quitarle el dinero a los hombres que no daban gasto en sus casas, alegándoles que, sí tenían para tragar alcohol, deberían tener para mantener a sus esposas, y acto seguido, a punta de cachazos y gritos, les arrancaba los centavos para llevarlos a las mujeres de aquellos ebrios. La leyenda sigue creciendo, y parece lógico en un país altamente sexista que la historia de la coronela pasara desapercibido por tanto tiempo, no obstante, el carácter de la mujer era tal que sabedora de su propia muerte, mandó a hacer su propio ataúd, compró sus propios cirios y escribió su propio epitafio, mismo que hoy perdura en la su tumba en el panteón de La magdalena de aquella ciudad.
Hoy poco a poco comienza a desenterrarse la historia de esta grandísima mujer, que, aunque no participó activamente en el frente de batalla, si dejó huella en los linderos que pisó gracias a su arrojo y gallardía. La información de la coronela es poca, no hay de hecho demasiadas fotos que den cuenta de su existencia más allá de algunos documentos oficiales, y aunque esto ha servido para que su legado este lleno de impresiones gracias a aficionados poco profesionales, hay otros como el libro ¿Una revolucionaria zapatista?: María Asunción Villegas Torres, de José Yurrieta Valdez, editado por el Fondo Editorial del Estado de México, que son una oportunidad maravillosa para acercarse a esta mujer icónica que esperemos un día reciba el mérito que merece.