Existen personas que irremediablemente te caen bien. Son ese tipo de personas simpáticas, que te hacen reír y sentir su amigo; incluso aunque te acaben de conocer. Personas, que cuando te sientas a hablar con ellas tienes la sensación que siempre lo hacen de corazón, abriéndote el alma y haciéndote sentir la única persona en el mundo con la que compartirían esa confidencia. Esa ha sido siempre mi sensación con Kiko Rivera.
Y luego descubres la verdad.
Vaya por delante que yo no soy ni seré nunca fan de Isabel Pantoja. Representa ese tipo de gente del papel cuché que jamás me resultó amable; a excepción quizás de su participación en Supervivientes. Era un icono del folclore patrio, a quién su mala cabeza llevó a tener que sufrir las penurias de los “mortales” por un puñado de dólares que aliviara su maltrecha economía. Pero incluso en esos momentos de debilidad, no dejé nunca de ver a la archienemiga de una maravillosa persona a la que quiero a rabiar, Maite Zaldívar, y eso me provocaba una aversión que me hacía pasar del amor al odio varias veces por programa. A ello debo que jamás defenderé ni me resultará simpática esta señora.
Pero dicho esto, el linchamiento mediático al que se encuentra sometida desde hace meses, capitaneado por su “pequeño del alma” y con su mujer como lugarteniente en esta batalla catódica, me han llevado no sólo a compadecerme, sino a tenerle lástima en muchos momentos.
Ver a toda esa caterva de personajes, de dudoso pasado y distraída moral, dándole lecciones sobre cómo debe comportarse, me produce, cuando menos, un asco difícil de describir. Los días transcurren mientras siguen juzgándola como madre, cómo cantante e incluso cómo perpetradora de supuestos delitos, los cuáles, ante el temor de demandas, terminan diluyendo o negando en menos tiempo que se persigna un cura loco.
El hecho de haber estado con esa misma diana de la opinión pública dibujada en el pecho, aunque de una manera infinitamente menor que ella, me hace comprender el nivel de presión al que está sometida en este momento. Esos momentos no se pueden desear ni al peor de los enemigos.
Pero si hay algo que realmente debe estar destrozando por dentro a Isabel Pantoja, es la actuación estelar que está teniendo su propio hijo en este linchamiento. Él asiste cada noche a quemar en la hoguera a su madre, arropado por todos esos que dicen ser sus amigos y que no dudarán en lapidarlo una vez deje de ser el arma útil contra la tonadillera.
Kiko, agraviado en un primer momento por un supuesto desfalco de su herencia, no dudó en llamar a su madre poco menos que estafadora, y a los abogados que lo representaban, como bandoleros de Sierra Morena. En aquella ocasión se sentaba con escasa información y justificaba el ataque público con el único razonamiento de “man robao”.
Cuando los abogados han anunciado querellas por doquier y poco a poco hemos ido conociendo que todo aquello que se decía, no solo no era real, sino que él mismo había sido parte activa en la petición de las famosas hipotecas, el discurso cambió por necesidades del guión y acusó a su madre y a tito Agustín de haberse aprovechado de que él no era consciente de lo que firmaba, debido a sus adicciones.
El problema radica en que los que tenemos buena memoria, somos capaces de recordar cuando él mismo reconoció en GH DUO, que su madre se había enterado de sus problemas con ciertas sustancias tan sólo unos meses antes de su participación en el programa y no en las fechas que se habían firmado los documentos. Es decir, que de aprovecharse, nada de nada, ya que la Pantoja lo desconocía por completo, según reconocía Kiko anteriormente.
En este segundo capítulo, precedido cómo siempre de la entrevista de su ahora “mejor amiga”, otrora azote implacable del pequeño del alma (recordemos cuando en los platós de televisión decía que éste le daba asco); Kiko deja a un lado la parte económica, con una amenaza en la que solicita que su madre se ponga en contacto con él, para centrarse en un ataque pura y duramente personal contra ella.
Sabiéndose acorralado en sus argumentos, y con la necesidad de seguir echando leña al fuego para que este rentable tren siga en marcha, propició una larga lista de barbaridades imposibles de comprobar y, muy posiblemente, fruto de su propia imaginación en las cuales no voy a entrar, por resultarme harto desagradable.
Pero si voy a entrar en que, un hijo, que hasta hace tres escasos meses decía maravillas de su madre y atacaba de una manera atroz a su hermana, ayer no podía dárselas de hermano ejemplar; por muy inducido que estuviera a atacarla así. Porque si en aquella ocasión lo estuvo supuestamente por su madre para despellejar viva a su hermana… ¿quién dice que ahora no lo está por otra persona para despellejar a su madre?
Sea como fuere, los trapos sucios se lavan en casa y, soplar y sorber al mismo tiempo, nunca ha sido una buena estrategia para salir indemne a largo plazo.
Seguiremos sorprendiéndonos porque esta guerra, me temo que está aún lejos de terminar.