Aprovechamos que es (o fue) cumpleaños de Taron Egerton para hacernos una importante pregunta, ¿cómo que es que pasamos tanto tiempo hablando de Bohemia Rhapsody y no de Rocketman? Las dos películas tienen algo en común, que son la historia de dos momentos importantes en el mundo de la música, pero las separa la infinita calidad de una sobre la otra partiendo desde el punto más simple, las actuaciones de sus actores estelares.
Sí, Queen es una grandísima banda, incluso por encima de esos puristas que alegan que lo que hacían no es rock propiamente dicho, y sin embargo, esa es otra discusión. Puntualmente hablando de película, esta es una filme patético en que a cada minuto el director se esfuerza por hacernos entender qué es lo que los hace unos genios, a veces con recursos patéticos como esas repetitivas reuniones en el sillón del estudio de grabación en que Freddy Mercury es plasmado casi como un dios inapelable. En contra parte tenemos a un Elton John humilde y traumado con sus propios demonios que lo hacen tremendamente humano.
Para acercarte a la música de Queen y sentirla, solo hace falta poner un disco y dejarte empapar con la voz de Freddy y su magnético manejo del escenario, pero si el director supone que magnificar cada rasgo sensorial del hombre en la cinta para hacernos entender que eso hace de la canción algo maravilloso, eso sólo consigue generar unas ganas vomitivas de quitar la cinta pues es como un mal cuento o una mala pintura que necesita ser explicada. Así, lo más poderoso y valioso de la cinta son los 20 minutos finales en que se recrea el histórico concierto del Live 8, y que incluso en eso momento es incómodo visualmente pues ya estamos entrañablemente acostumbrados a las ahora austeras cámaras de la década de los 80.
En cambio, las canciones de Elton en Rocketman aparecen sin ser anunciadas con bombos y platillos y endulzan suavemente el oído y el corazón acentuando esa trama bastante bien manejada. Por ejemplo, en la escena del piano, dentro de la sala del cine en verdad se creó una atmosfera en que se pudo florar brevemente al lado del hombre de Inglaterra.
Otro elemento en la película que no es poco y tenía que ser tratado con sutileza, es la orientación sexual tanto de Freddy como de Elton, y en la cual el primero parece que le estuviéramos hablando al público precisamente de los años 80´s mientras que el caso de Rocketman, se asume y se trata como un elemento más de la cinta y no como el gancho del morbo que esperen cuando dará su primer beso gay el personaje.
Pero al final lo más importante, no sabemos que extraños hilos se muevan en el mundo de Hollywood y sus jerarcas que eligen año con año tanto a los nominados al Oscar y sus ganadores, pues apenas se puede creer que Taron Egerton no fuera nominado pues era de lejos uno de los mejores actores en ese año. Lo peor es que el premio de lo dieron a Rami Malek y eso sí es de indignar todo, pues mientras tenemos a actores que han transformado sus físicos radicalmente para un papel como Matthew McConaughey (El club de los desahuciados), Gary Oldman (Las horas más oscuras) o más recientemente Joaquín Phoenix (Joker), el joven Malek no pudo ganar un poco de masa corporal para darle tono al fornido Freddy Mercury y eso que el cantante pasó por los huesos mientras libraba con el cáncer y ni así se acercó a su estampa.
Del otro lado, tenemos a un actor que antes ya venía dando muestras interesantes con actuaciones importantes y que en Rocketman encontró la graduación definitiva pues en verdad era fácil entrar en la concesión de que a quien se estaba viendo en pantalla era a Elton John, ya que, sin conocerlo en la intimidad, encajaba bastante cómodamente la idea de que el hombre en verdad puede ser todo lo delicado que el rango de Taron lo hizo posible frente a las cámaras.
Tal vez el punto encontrar de Rocketman, es que es mucho más un musical que una película y sin embargo es un filme entrañable y conmovedor que no es pretencioso, habla de lo que quiere hablar y no maquilla la trama b con recursos forzados. Mientras que Bohemia Rhapsody tiene tanta prisa por contar todo que termina por fastidiar. Al final, una corre cada fin de semana en los canales de televisión por paga y a la otra se le puede beber suave y eventualmente cuando llega a ser programada. Después de todo, a un Hopper no lo cuelgan en el supermercado como a la Monalisa.