La transmisión del virus Covid-19 es ya comunitaria, la última cifra de contagios con más de 40 contagiados provoca que las culpas se disparen: los hosteleros, los políticos, los jóvenes, la navidad… parece que nadie quiere asumir responsabilidades. Pero mientras la presión hospitalaria no deja de crecer, dejando heridos de gravedad a los profesionales sanitarios, que no se han recuperado de una ola y ya comienzan otra.
La hostelería ha sido uno de los sectores más castigados en esta pandemia, aunque no el único, hay que recordar a todo el sector de la cultura, del que nadie parece acordarse y que poco o nada ha podido hacer desde marzo.
España es un país de hosteleros, de turismo, del bar de la esquina, del chiringuito en la playa. Hemos sustentado la economía en un sector que no es considerado esencial, pero que sin él dejan de comer muchas familias.
A los hosteleros les pidieron reducir aforo, y quitaron mesas; les dijeron que en la barra no se podía consumir y sellaron la barra; les dijeron que no podían permitir grupos de más de 10, luego de 6, y cancelaron comidas, reuniones y cumpleaños; les dijeron que solo podrían usar las terrazas e hicieron lo posible por acrecentar el espacio, primero, por acondicionarlas, después, para el invierno, con estufas, cristaleras o mamparas.
Algunos camareros, los más cercanos al cliente, han sufrido malas caras e insultos por recordar las normas que rigen los establecimientos. Actuando como fuerzas del orden como si eso también estuviera establecido en su nuevo contrato frente a la “nueva normalidad”. Muchos profesionales han acabado en un ERTE o reinventándose, adaptando sus establecimientos para ofrecer servicios para llevar.
No hay duda de que los hosteleros, en su gran mayoría, siempre hay excepciones como aquellos que organizan fiestas dentro de su local sin mascarilla ni distancia social, han cumplido, rezando para que la curva descienda. Pero no es suficiente, hay comunidades donde la hostelería lleva cerrada más un mes y los contagios no han descendido, incluso han sufrido un ascenso.
Quizá el problema de la hostelería no es de sus profesionales, sino de sus clientes, de todos nosotros, que bajamos la guardia cuando estamos tomando una caña en un bar, llevamos cuatro vinos o nos ofendemos cuando nos recuerdan que nos coloquemos la mascarilla.
Quizá sea hora de empezar a hacer autocrítica, dejar de mirar lo que hace el vecino y asumir que no somos perfectos. Quizá sea hora de mostrar que no necesitamos que alguien nos prohíba algo para ser responsables.