El esplendor y el relevante peso histórico de la ciudad de A Coruña han mermado con notable velocidad a medida que avanza el siglo XXI. Antes, con la llegada de la etapa constitucional comenzó la brecha institucional. Solo durante la etapa de Francisco Vázquez al frente de la alcaldía coruñesa hubo un pequeño paréntesis y se frenó la pérdida de protagonismo a cambio de un exacerbado localismo al marchamo de un político con gran capacidad para ejercer el liderazgo. Con la precipitada salida de Vázquez, como embajador español ante la Santa Sede en Italia, el legado institucional que un día atesoró la ciudad volvió a languidecer poco a poco.
El inicio de esa decadencia parece tener un punto de no retorno a partir de 1978, año en que se abrió el debate por la disputa de la capitalidad de Galicia y, posteriormente, con la decisión de instaurar la Xunta, el Parlamento y todas sus administraciones satélites en favor de la indiscutible capital de la cristiandad después del Vaticano.
Santiago ganó el juego político por idoneidad y una mala estrategia localista, urdida desde la ciudad herculina. Compostela logró además el favor de la ciudad de Vigo que entregó sus intereses antes de disputarlos, bajo la creencia de que al “centrar” el eje Norte – Sur, de la autonomía naciente, saldrían ampliamente beneficiados. Sin embargo, Vigo tampoco obtuvo significativas regalías de los gobiernos gallegos, a pesar de haber apoyado con firmeza la centralidad gallega. Pero la ciudad olívica ha tenido una importante barrera a menos de treinta kilómetros de Rande, ya que la capitalidad de la provincia, Pontevedra, sede de la Diputación y la Audiencia, han sido su principal escollo institucional. El actual alcalde, Abel Caballero, cuarenta años después, ha calcado la estrategia de cuño localista que patrocinó e impulsó en A Coruña, su coetáneo y homónimo político, Paco Vázquez. Con ello, el alcalde vigués trata de hacerse más “popular” acuñando su peculiar “Vigo the first”, al más puro estilo Trump, que le sirve también para alumbrar el supuesto maltrato que le profesan a su ciudad desde las instituciones de Gobierno desarrolladas en Santiago. Vigo echa la vista atrás y no le salen las cuentas.
En aquel debate sobre la designación de la capitalidad gallega, Santiago reclamó sus derechos en base a los dos pilares que conformaban la pequeña ciudad gallega: la institución religiosa, con la Catedral de Santiago a la cabeza, y su histórica universidad. Acompañaba a su privilegio histórico el mapa de la futura autonomía gallega con sus cuatro provincias, en donde Compostela aparecía, geográficamente, como la candidatura más centrada. Poca importancia tuvo su escaso legado patrimonial institucional en lo político, ya que el simbolismo de la capitalidad resolvería el problema. La instauración del gobierno gallego desplegaría todo su peso económico y social gracias a la creación de las distintas consellerías y diversos organismos autónomos y entidades y sociedades públicas de todo tipo.
Mientras, A Coruña, La Coruña para Paco Vázquez, trató de mover sus fichas recordando su hegemónica posición, sin que finalmente causara el efecto deseado sobre el tablero de de los distintos intereses políticos del momento. La estrategia capitaneada por el secretario general del socialismo gallego, que representaba un joven y pujante Paco Vázquez recién llegado de Madrid tras estudiar Derecho, resultaron insuficientes y poco trascendentes. Y eso que el líder socialista gallego tuvo el aliento político de una UCD, plagada de coruñeses, que pujó a favor de Coruña.
Un equipo municipal coruñés presentó un documento encargado al Instituto de Estudios Gallegos, elaborado por Francisco Vales, Fernando Urgorri, Antonio Gil, María Isabel Martínez y Juan Naya, para avalar la candidatura coruñesa. En ese documento ofrecieron una serie de hechos comprobados sobre la historia de Galicia que hacían que A Coruña reuniese las condiciones ideales legítimas para recibir la sede de la futura capital de Galicia. En aquella disputa preautonómica, A Coruña defendía su legado y presentaba cartas credenciales desde al menos 1563. Aquel año, Felipe II la había otorgado a la ciudad herculina ser la sede de la Capitanía y de la Audiencia, una forma de compensar la heroicidad protagonizada por la ciudad coruñesa en mayo de 1589 frente al pirata Drake, que trató de conquistar Coruña capitaneando una gran flota de buques y soldados. Los ingleses fueron derrotados tras varios días de cruenta lucha, en una gesta que sirvió para que reclamar la figura de María Pita como heroína de la ciudad.
En realidad, tres siglos antes de ese hecho histórico, en lo que hoy es A Coruña, ya se asentaban los primeros cimientos del poder institucional que tuvo la ciudad a nivel administrativo y político, un poder que mantuvo de forma inequívoca y sin ninguna rivalidad competencial en Galicia hasta el siglo XIX. Coruña acumuló privilegios militares, judiciales y de gobierno, además de otras prebendas reales que invistieron a la ciudad como la más importante en todo el territorio gallego.
El arranque estratégico de A Coruña como ciudad primordial para los reyes se sitúa en 1126 con Alfonso VII. El rey pidió al arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez, impulsor de la Catedral compostelana, que le entregase el castillo y el territorio de Faro. El acuerdo fue en realidad una permuta en la que el obispo Gelmírez cedió al rey lo solicitado y, a cambio, aumentó los límites de su diócesis al anexionar las tierras de Tabeirós. El castillo fue cedido por Alfonso VII a los condes de Traba, que habían defendido sus derechos al trono. Faro, es decir, donde hoy se asientan A Coruña, Culleredo y Arteixo, pasó a ser de dominio real, sin servidumbre religiosa a Gelmírez. Posteriormente, Faro adoptó el nombre de Crunia.
En 1208 Alfonso IX concedió a lo que hoy es la ciudad herculina la carta puebla o privilegio a la villa coruñesa. Se trataba de un gesto político de Alfonso IX en el que confería un nuevo marco jurídico, que le hacía dependiente del rey y quedaba fuera del alcance del poder de los nobles y de la Iglesia. Tanto es así, que a las órdenes mendicantes, los Dominicos o los Franciscanos, por ejemplo, no se les permitía que se estableciesen dentro de la ciudad, debiendo quedar extramuros. A los monjes de Sobrado, que tenían algunas propiedades intramuros, se les dejaba entrar en la ciudad pero tenían prohibido establecerse dentro de ella. Con Alfonso IX se creó en A Coruña la Real Casa de la Moneda una ceca otorgada por el rey leonés que permitía acuñar monedas del reino. La ceca acuñó monedas en A Coruña hasta el reinado de Carlos II y fue la que más monedas acuñó y durante más tiempo en Galicia.
El documento histórico que prueba la confirmación del realengo de A Coruña se constata en un privilegio de concesión de libertades que fue dado a la ciudad, y se recoge en un texto firmado, años más tarde, por el rey Sancho IV, bisnieto de Alfonso IX. Aunque el documento original se perdió, el de Sancho IV se conserva y se custodia en el Archivo Histórico Municipal, y en él se inserta el privilegio real de Alfonso IX que constata el realengo de la ciudad herculina y sus derechos.
El 6 de abril de 1446 A Coruña recibió el título de ciudad tras una orden dictada por Juan II. Con los Reyes Católicos, llegó a Galicia su principal órgano de justicia y gobierno al crearse la Real Audiencia de Galicia. La sede de esta institución fue itinerante hasta 1564, año en que quedó definitivamente en A Coruña. La Real Audiencia pervivió durante varios siglos en el edificio de Capitanía junto a la cárcel real. Esta última no se conserva en la actualidad, pero estaba ubicada en donde hoy se edifica el reconocido Hotel Finisterre. La Real Audiencia tenía amplias atribuciones judiciales y era un tribunal colegiado. A esta institución llegaban los delitos civiles y criminales que ocurrían en su rastro, es decir, hasta cinco leguas alrededor de su sede. También atendía en apelación los procesos civiles, criminales y de gobierno de las diferentes sedes de justicia en Galicia. Y también se ocupaba de “casos de corte”, es decir, supuestos asuntos penales como el de la mujer forzada, la tregua quebrantada, la casa quemada, el camino quebrantado o la traición. Las sentencias de este tribunal se podían apelar en la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid.
En la Edad Moderna, entre el siglo XVI y el XVIII, A Coruña era, indiscutiblemente, la capital gallega en todos los aspectos institucionales porque era la principal ciudad de realengo de la provincia, y no hay que olvidar que Galicia fue un territorio uniprovincial hasta el siglo XIX.
El poder de la Real Audiencia era enorme ya que tenía importantes atribuciones de gobierno, pues en el Antiguo Régimen no existía separación de poderes. Incluso podía darse la circunstancia de que el presidente de la Real Audiencia fuese el gobernador del reino y capitán general de Galicia, recayendo así en la misma persona la concentración de todos los poderes. La lista de personalidades que tuvieron ese privilegio es grande. El marqués de Sarria, don Diego de las Mariñas, el Duque de Frías, el Duque de Uceda, el Conde de Humanes, don Maximiliano de la Croix, don Francisco Biedma o don Francisco Javier Negrete fueron algunos de ellos.
Con los borbones en la corona española, A Coruña albergó una nueva institución relevante. Se trató de la Real Intendencia de Galicia establecida en 1722 de la mano de Felipe V, que trató de incorporar al gobierno de los asuntos de España instituciones de innegable sello francés. En A Coruña, la Real Intendencia se ubicó en el actual edificio del Centro Cívico de la Ciudad Vieja, en la calle Veeduría. Los intendentes que vivieron en la ciudad coruñesa tenían grandes e importantes competencias en asuntos de Hacienda, Guerra, Policía y Justicia, y fueron los encargados de dirigir las operaciones que derivaron en la elaboración del catastro del Marqués de la Ensenada, con la que se trató de implantar una reforma fiscal impositiva que se conoció como la Única Contribución.
Durante la Guerra de Independencia en A Coruña se implantaron nuevas instituciones de gobierno de la provincia, como una sucesión de Juntas y Diputaciones, que surgieron ante el vacío de poder como consecuencia de la retención de Carlos IV y su heredero, Fernando VII, en Bayona (Francia) a manos de Napoleón Bonaparte.
Tras superar la etapa napoleónica, a principios del siglo XIX se creó en la ciudad herculina la Fábrica de Tabacos, siguiendo el modelo de la Real Fábrica, una regalía de Carlos IV. Constituyó una importante fuente de recaudación de impuestos para la Corona. En España se establecieron diez fábricas de tabacos, siendo la coruñesa la segunda y más grande de todas.
La actual división territorial de Galicia, repartida en cuatro provincias, surge en 1834 con la reforma administrativa de Javier de Burgos. Con el liberalismo también se instaura la división de poderes, separando el legislativo del ejecutivo y el judicial. La Real Audiencia se transformó en la Audiencia Territorial de Galicia, que siguió en A Coruña, y se mantuvo hasta la etapa democrática. Actualmente, es el Tribunal Superior de Xusticia de Galicia, cuya sede es el Palacio de Justicia de la coruñesa plaza de Galicia.
Más recientemente, en el siglo XX, en A Coruña también se implantó la Delegación del Gobierno en Galicia, un órgano creado por la Constitución de 1978 con la misión de dirigir la Administración del Estado dentro de la Comunidad Autónoma gallega, cuya sede es la que podemos ver frente a la Plaza de Ourense.
El mundo de la cultura también tiene una gran relación histórica con la ciudad herculina. De la mano de Emilia Pardo Bazán y Ramón Pérez Costales comenzó a inspirarse la idea de la necesidad de crear una Academia Gallega, una idea que, finalmente, vio la luz con Manuel Murguía, encargado de fundar en 1906 la Real Academia Gallega en la calle Tabernas, lugar en donde todavía permanece en la actualidad.
Hoy A Coruña es una ciudad en la que ya no se toman decisiones estratégicas en lo administrativo, ni en lo político. Los asuntos de A Coruña se eternizan en despachos de instituciones cuyo centro de decisión ya no se encuentra en la ciudad herculina y que se manejan con nuevas claves, dependientes de cómo mezclan los colores políticos de los gobiernos de turno que salen de las urnas.
Por tanto, en los últimos años el crecimiento y el desarrollo de los espacios estratégicos se encuentran en un continuo y eterno compás de espera, en donde los asuntos de ámbito público, social y económico, trascendentes para el futuro inmediato de la ciudad, se encuentran atascados permanentemente, sin que en el horizonte se pueda vislumbrar una solución a corto plazo.
Sólo dos proyectos de éxito asentados en las viejas tierras de Faro progresan sin oposición y sin la necesidad de tener que recurrir al apoyo institucional para aumentar su hegemónica posición. Inditex y Estrella Galicia, son, hoy por hoy, las dos únicas señas de identidad de la ciudad, mientras esta aguarda a que soplen vientos que traigan tiempos mejores y le devuelvan lo que un día fue.