Sobre las 21:10 subió el telón de esto coqueto teatro de principios del siglo xx, y allí, ante nuestros ojos se encontraban los músicos quietos, sobre un fondo negro y un humo que envolvía a todos los presentes, como si de un retablo se tratase.
Sin mediar palabra comenzaron a cantar “Canadá”, la primera canción del último disco Chinook Wind. Con una sola canción, la cantante mallorquina consiguió meterse al público en el bolsillo. El espectáculo, fue más que un mero concierto, fue casi una obra teatral dónde no solo Maika contaba anécdotas de su vida, de la gira y de otros aspectos laborales en los que se ha visto involucrada en los últimos años, si no también, por los maravillosos juegos de luz que se adaptaban perfectamente a las canciones que iban tocando, pareciendo Maika por momentos, un personaje fantasmagórico en “Frozen landscape” del disco Desaparecer con ese juego de contraluces en el que quedamos hipnotizados por su cálida y grave voz, o el juego de las bombillas que estaban detrás de ellos, que en ocasiones parecían que les aplaudían también.
Makovski que presentaba su último disco acompañada por el Brossa quartet de corda supo adaptar y arreglar a la tuba, violín, viola, contrabajo y batería canciones tan rock como “Language “ de Thank you for the boots o “Lava love” de Maika Makovski.
Tras una hora y veinte, Maika Makovski dio por finalizado el concierto con una preciosa canción tradicional macedonia y así, con todos los allí presentes de pie se terminó el embrujo de Maika.