Chema Madoz (Madrid, 1958) nos hace reflexionar sobre el universo. Sobre la conexión que existe entre todo lo existente en este planeta. Las formas, los sentidos, los significados. La manera de interconectar cada uno de los elementos de los que estamos rodeados. Vivos e inertes. Un plato y una alcantarilla. Una regla semicircular y el mar. Enjaular una nube. Una chica y un vaso de vino. Ver en lo cotidiano lo extraordinario. Tener inteligencia visual. Y explotarla, ser valiente. Jugar con tu creatividad. Soñar. Crear. Te invita a querer experimentar.
Por otro lado, Robert Capa (Budapest, 1913) y su miliciano. Fotografía icónica de guerras y objeto de enfrentamiento entre maestros del fotoperiodismo. En todo caso, realidad o montaje, los expertos la califican como “imperfectamente perfecta”. Capa enseña la técnica. La composición más brillante. A fotografiar en movimiento y a pensar que, si no es una buena foto, quizás deberías acercarte un poco más. A morir como un mártir. A ser millonario, pero nunca dejar de seguir haciendo lo que te apasiona. A viajar con lo puesto y denunciar. Criticar. Mostrar. Demostrar. A ser el fotoperiodista de referencia. A tener la capacidad de estar en el momento perfecto y mirarlo de la forma perfecta para luego recrear un momento histórico. Como una vez dijo John Steinbeck, “sus fotografías no son accidentes y la emoción que reside en ellas no es azarosa. Capa podía fotografiar el movimiento, la felicidad, el desengaño. Podía fotografiar el pensamiento”.
Dos fotografías aparentemente bien diferenciadas y con una única puesta en común: el uso del blanco y negro. Una tomada en este siglo –Madoz- y otra en 1936 –Capa-. Una con el objetivo de crear belleza, poesía, y otra nacida para anticipar una Segunda Guerra Mundial. Una pensada, otra supuestamente tomada al momento. La capacidad del espacio y tiempo. Ambas sumamente críticas, mostrando siempre una parte de la realidad. Ambas con la habilidad de evadir y transportar. De crear.
