Joaquín Sabina abarrota el Winzcenter ante más de 15 personas de todas las edades

Con voz rota y cascada, apoyo de su grupo y la intervención de Leiva, levantó de sus asientos e hizo cantar, bailar y disfrutar a un público eufórico, entregado e incondicional .
Javier-Julio García Miravete
España
19.07.2017
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Por tercera vez en menos de un mes, Sabina se sube al escenario del Wizink Center para presentar “Lo niego todo” en Madrid. Una noche de nostalgias, sorpresas, voces como puñales, baladas, y momentos de rock and roll.

Desde las ocho que ha abierto sus puertas el antiguo Palacio de los Deportes, (Wizink Center), no han parado de llegar miles y miles de jóvenes y mayores, entusiastas, nostálgicos y viejos rockeros. Centenares de bombines adornan las cabezas de diferentes generaciones. Es el tercer recital que ofrece en ese recinto Joaquín Sabina, uno de los cantautores (escritor, dibujante y bibliófilo) más conocidos en España y América Latina. Aunque la ola de calor recomienda playa, siempre hay quien se queda en Madrid.

Son las diez de la noche, el escenario se ilumina e irrumpe una orquesta al son de ”y nos dieron las diez, y las once, y las doce y la una, y juntos al amanecer nos sorprendió la luna”, recordando aquella chica cuyos “ojos de gata brillaban detrás de la barra del último bar que vimos abierto”. Las luces se apagan y las pantallas emiten en titulares “más de cien mentiras” sobre -entre otras- el “trovador de la mala vida”.

Reventando el silencio y la soledad del escenario desfilan los siete músicos que tocan y cantan con el protagonista de la noche: Jaime Asúa (guitarra), Pedro Barceló (batería), Laura Gómez Palma (bajo), Mara Barros (voz y coro), Pancho Varona (guitarra¡), José Miguel Sagaste (saxo, clarinete, percusión) y Antonio García de Diego (piano, armónica, guitarra). Y de repente irrumpe al escenario Joaquín Sabina, ataviado con camisa negra, pantalón granate y bombín.

Quebrados están sus sueños y quebrada también su voz por sus excesos: Por eso, Joaquín Sabina, más que cantar sus versos los clava como pequeños y certeros puñales de acero”.

“Sería un miserable si negara lo que nos conmueve a estas alturas y con la que está cayendo, en pleno 18 de julio, que estén ustedes con este estado tan alto de complicidad llenando por tercera vez (…)”, confiesa. Más de 15 personas expectantes abarrotan el auditorio.

El público le abraza con una calurosa y reiterada ovación, mientras anuncia dos etapas del concierto. “La primera parte de tortura, un puñado de canciones nuevas, y luego… que sea lo que Dios quiera”.

Se acuerda del escritor Benjamín Prado, autor de las letras que integran su último trabajo discográfico. Y para abrir boca se estrena con ‘Lo niego todo’, tema que da título a su último disco. Antes, nos presenta a Jaime Asúa, recordando a Alarma “el mejor grupo del rock español”, según Sabina,. Nos cuenta que editaron dos discos que sigue oyendo, y que en sus comienzos ensayaban puerta con puerta”. Y por eso no paró hasta que Asúa -su guitarrista- se vino conmigo”.

Media docena de canciones, antes de presentar , al resto de su banda. Un guiño especial para su nueva bajista bonaerense, Laura, que califica como una “estupenda poeta”; bromas para el aragonés Josemi, que viste falda escocesa “y tiene dos clarinetes”, y para sus dos compañeros del “núcleo duro”, que le acompañan desde hace más de tres décadas. Sobre García de Diego asegura que es “el mejor músico con quien he tocado en mi vida” y a Pancho Varona se refiere como “su correa de transmisión”, el músico que ha sabido trasladar sus ideas en forma de canción.

[Sumario]

Termina con Mara, la más veterana, dejando el escenario en sus manos. Recomienda comprar a la salida del concierto, su primer disco en solitario “por razones personales”. Ahora, Sabina desaparece por un lateral dejándola todo el escenario, mientras canta “hace tiempo que no”, un tema bluesero que le escribió inspirándose en una frase surgida durante una conversación con Gabriel García Márquez. Le preguntó cómo se encontraba y el escritor le respondió: “hace tiempo que no me hago caso”.

El siguiente es Pancho Varona quien retorna al rock and roll con “la del pirata cojo”. Mientras los ánimos se caldean y el público canta y baila, Sabina reaparece , con otra ropa y un sombrero blanco, dispuesto a regalar “yo me bajo en Atocha”. Está en Madrid y no es “mi 18 de julio, sino mi 14 de abril”.

Aparentemente desapercibida, una frase de Joaquín Sabina me conmociona. Me siento plenamente identificado cuando alude a “quienes dicen lo que piensan, sin pensar en lo que dicen”. Yo soy así, y a veces pasan cosas.

La banda ejerce de colchón musical durante todo el show. García de Diego y Sabina, piano y voz respectivamente entonan una sentida versión de “la Magdalena” que concluyen con Barros.

Y como sorpresa, Joaquín Sabina nos regala a Leiva, quien surge en el escenario para interpretar al unísono “por delicadeza”, el tema con el que ambos cierran el álbum “lo niego todo”.

Lo que Dios quiera, ha surgido hace un rato, y ahora toca “por el bulevar de los sueños rotos”, con Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez en las pantallas traseras, y una dedicatoria autógrafa de la mexicana: “Joaquín Sabina eres mi amor. Te quiero”. El público vibra entusiasta y más que cantar vocea los versos de este tema.

Rota está la voz de Joaquín, mientras Mara derrocha verbo en “y sin embargo te quiero”. La rumbera “ruido” precede a “peces de ciudad’, donde Joaquín empuña su guitarra acústica para guíar el concierto, la música y los recuerdos. La gente enloquece con “19 días y 500 noches”, mientras varias parejas del público se hacen selfies interpretando el tema al unísono. Y después “aves de paso”, rock a cuatro guitarras con Pancho, Antonio, Jaime y Joaquín, abandonando las tablas para el siguiente rock and roll “seis de la mañana” que canta Asúa.

No queda nadie salvo Antonio, que amén de director musical es el único que no se toma un descanso. Le toca llevar las riendas y lo hace con “tan joven y tan viejo”, que dedica a su hijo Dani. En los últimos compases reaparece Joaquín para terminarla con él.

“¿A qué hora tenéis que estar en casa?”, pregunta al aire, riendo, dispuesto a celebrar “noches de boda” con toda la banda y con los que se levantan a bailar, cantar y grabar.

Después se hace el silencio, y presenta a Leiva como “el mejor talento de su generación”, quien interpreta el tema con que ambos cierran el álbum. Después le invitan a tocar una eléctrica versión de “princesa” a cinco guitarras. Barceló sigue aporreando la batería mientras los demás se desperdigan en línea al borde del escenario. El concierto llega a su punto final y el protagonista de la noche abraza al público antes de marcharse.

Tras más de dos horas, aguanta hasta el final, se despide y regresa para unos inesperados bises. “Contigo” y “pastillas para no soñar, mientras Sabina sentado sobre un taburete disfruta tocando los platillos.

Cuando suena ‘la canción de los (buenos) borrachos’, los músicos se despiden agradeciendo todo el cariño que les han derrochado y se marchan. Los últimos en abandonar el escenario son Joaquín y “Panchito” Varona, que abandonan las tablas de la mano.

Un recital alegre, nostálgico, excepcional y lleno de magia que Sabina repite –por cuarta vez- en el momento en que se está redactando esta crónica. Joaquín Sabina siempre vuelve para llenar.

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