Les tachan de vagos y maleantes, pero Aintzane, Itziar y Julen son una excepción. Salen de marcha, ligan, estudian y aún les queda tiempo para ayudar a los demás. Mientras la mayoría de los adolescentes se justifican diciendo que sus estudios se lo imposibilitan, hay quien logra hacer de la caridad una forma de vida.
Antiguamente, el que no se comprometía con la sociedad era considerado “bicho raro” por los demás, pero la realidad social está cambiando en todos los escenarios de la vida y esto afecta al movimiento asociativo.
Aunque es difícil dar una cifra exacta, se calcula que hay más de 125 jóvenes que hacen voluntariado en España según estimaciones de la Agencia para el voluntariado y las Asociaciones. El 30% del voluntariado lo constituyen jóvenes de entre 18 a 25 años y en uno de cada 10 casos lo llevan a cabo menores de edad.
Juan Forcaz, por ejemplo, empezó con su labor solidaria siendo un adolescente. "Comienzas picando en los ratos libres y, cuando te das cuenta le dedicas más y más horas", manofiesta haciendo gala de su pasión. "Tío, esto engancha, pruébalo", invita.
Son personas que, movidas por el compromiso social, la solidaridad y la satisfacción personal, desempeñan una labor humanitaria sin recibir ninguna compensación. Este es el caso de Aintzane Martínez, coordinadora de una asociación que se centra en ayudar a personas con discapacidad intelectual. Natural de Amorebieta (Bizkaia), a sus 23 años no concibe la vida fuera del voluntariado y emocionada, recuerda sus inicios en la asociación. <<Mi abuela había fallecido hacia poco y la relación con el que era mi novio no iba muy bien>>, explica, <<necesitaba evadirme. Quería hacer algo nuevo, algo que me llenase de verdad>>.
Cuenta Aintzane que las puertas del voluntariado se las abrió un periódico: <<leí que la asociación necesitaba cinco personas y no me lo pensé ni dos veces>>, sonríe. Ahora, han pasado tres años y se sorprende al comprobar lo mucho que ha podido lograr. <<De ser monitora he pasado a ser coordinadora, de ser incapaz de cuidarme a mí misma, a ser responsable de veintiséis personas>>, cuenta orgullosa.
Julen Aboitiz acaba de llegar desde Mozambique, en África, donde ha estado colaborando echando una mano a una institución que da cobijo a niños huerfanos. Se define como “un ciudadano sin una nación fija “y no le falta razón; es cooperante internacional, motivo por el que pasa largas temporadas fuera de casa. Después de viajar por los países más desfavorecidos y comprobar desde cerca “la miseria que los asola”, se atreve a decir que ya no hay ninguna cosa que le sorprenda, y que <<por nada en el mundo cambiaria esta labor>>. Entre lágrimas, es capaz de afirmar que <<no hay mayor satisfacción que las sonrisas de aquellos que lo han perdido todo>. Esos ojos humedecidos han visto de todo.
Pero no tenemos porque irnos lejos para encontrarnos, cara a cara, con la pobreza y con otras injusticias. Esto lo sabe bien Itziar Urkia, quien licenciada en integración social, está acostumbrada a escuchar un día sí y otro también, palabras como “racismo”, “xenofobia”, o “integración”. Voluntaria de una asociación en ayuda a los inmigrantes, intenta luchar contra las normas establecidas <<para que tengamos una sociedad justa donde no haya ninguna exclusión>>. Harta de las exigencias que impone la sociedad, Itziar nos invita a que practiquemos la filosofía del “hacer lo que nos conviene y nos gusta de verdad” y dice que lo que hagamos lo tenenos que hacer sin esperar nada a cambio.
El colectivo perdido
Aintzane, Julen e Itziar hablan con claridad. Aseguran que <<lo académico sirve de excusa>> cuando a uno le ofrecen cooperar, y señalan que es condicionante para los jóvenes. Por ello, solicitan que entidades e instituciones ofrezcan “posibilidades de participación más accesibles y menos exigentes en cuanto a horarios, fechas y rigidez".
Futuro joven y prometedor
Dice un proverbio africano que serán los jóvenes, los que en lugares pequeños y haciendo cosas pequeñas, cambiarán la faz de la tierra. Algo similar afirma la psicóloga y terapeuta Larraitz Ortuzar, quien opina que <<el futuro está en las nuevas generaciones y en las cosas que estas vayan a hacer para generar riqueza y bienestar social>>. Según subraya la experta, aunque los adultos infravaloren a los jóvenes por su edad, <<seria genial que les ayudásemos a reflexionar con el fin de que encuentren una pasión que les ayude a mejorar su vida y la de los demás>>.
El voluntariado, voz de las ONGs e inquietud de la gente que quiere hacer algo por el prójimo. Tragedias como las del terremoto de Nepal y la de los inmigrantes que mueren en busca de una nueva vida en el Mediterráneo nos recuerdan que estamos hechos para ayudar (oportunidades sí que tenemos al menos).
Echarles una mano a los más necesitados, una pequeña fórmula para ser un ciudadano con mayúsculas.