Los cadáveres vascos que Franco robó

Los descendientes luchan para que sean recuperados los restos de sus padres, abuelos o tíos de Cuelgamuros y esperan con atención que el gobierno cumpla la exhumación que les han prometido
Ibon Pérez
España
21.11.2019
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El pariente vivo más cercano de Santiago Urrusolo Uriguen, ya mayor, ha perdido la esperanza de darle una sepultura digna a su familiar.  El hombre mira el mar del cantábrico embravecido por el temporal. Parece que la fuerza de las olas van acordes con sus sentimientos.

No sin razón, lleva años esperando una decisión de la administración, “muchos más de los que os podéis imaginar”, sentencia. De tanto esperar, ha perdido la paciencia y la noción del tiempo. “En este país en el que nos ha tocado vivir la justicia es lenta y está politizada”,  manifiesta  sujetando con las dos manos la txapela “de viejo gudari” que lleva sobre la cabeza. “Es una infamia que debe ser reparada si queremos que la de España sea considerada una democracia plena”

Santi murió luchando contra los franquistas cuerpo a cuerpo en la batalla de Bot , en Tarragona y , aunque  le inhumaron en Cataluña, “cogieron lo poco que quedaba de él  y fue llevado al lado de Franco”, explica. Le enterraron en el Valle de los Caídos.                                 De acuerdo  con los registros de la abadía benedictina había caído “por la patria y la gloria de Dios”. “No sabéis  lo que es llorar por alguien y no tener donde verter las lágrimas, querer poner flores en una tumba  el Día de todos los Santos y no poder “,  suspira mientras se aleja  soltando frases que hablan de injusticia y sinrazón en euskera.

Al igual que Santi, la mayoría de los muertos  que fueron llevados al tétrico mausoleo próximo a El Escorial, provenían de fosas comunes y durante  más de 50 años, sus  huesos han estado esperando apilados a muy pocos metros del privilegiado enclave donde el 23 de noviembre de 1975 sería enterrado su verdugo, Francisco Franco Bahamonde con todos los honores. Fueron fusilados en la retaguardia o matados en combate hace 80 años.  Tras el traslado del dictador al panteón de Mingorrubio (El Pardo, Madrid) , queda una cripta  de cadáveres  de represaliados trasladados allí y , ante el altar de la basílica, la tumba de José Antonio Primo de Rivera, que previsiblemente seguirá en ese sitio porque el gobierno le considera una víctima de la guerra civil.

“La salida de Franco ha hecho que recuperemos la ilusión”, aseguran los descendientes de los represaliados  enterrados en la abadía. “Nos hubiese dado igual que la momia hubiese seguido ahí en el caso de que nos devolviesen a nuestros difuntos”, expresa una. “Intuimos que se movía algo cuando sacaron a Franco y empezamos a quisimos pendar  que los siguientes en salir iban a ser nuestros congéneres”. Andaban en lo cierto.

En total son 10 familias vascas las que desde hace años están peleando contra viento y marea para que los restos de sus seres queridos regresen a los pueblos en los que fueron felices  antes de que la guerra civil cercenase sus vidas.

“Nos hemos sentido desamparados por las instituciones”, declara  la nieta de una de las personas que acabó enterrado en Cuelgamuros. Prefiere proteger su identidad para que su nombre quede en el anonimato. Siente miedo y quiere evitar consecuencias. “Al contrario que en Navarra o en Aragón, no se ha implantado  una ley de memoria histórica en nuestro territorio y los organismos no están obligados a ayudarnos”, agrega . “Estamos a merced del buen hacer y la decisión personal y desinteresada de algunos cargos públicos y eso brilla por su ausencia”.

Tras evaluar las condiciones técnicas  de la mayor fosa común de todo el estado, Patrimonio Nacional ha autorizado la exhumación de 31 víctimas gracias a los tramites y solicitudes de los descendientes de las personas inhumadas.

Todo hace indicar que los primeros en ser desenterrados serán los hermanos aragoneses  Manuel y Antonio Ramiro Lapeña, militantes  de CNT que fueron fusilados sin un juicio previo en 1936 en Calatayud (Zaragoza). Desgraciadamente, otro Manuel, el hijo y sobrino de las víctimas, a la edad de 95 años no será consciente del hito histórico que se ha conseguido al tener mermada la memoria por la vejez.

Sin embargo, tal y como afirman los familiares, las  fechas y los plazos que les han dado son provisionales. “Nos hablan de navidad pero vete a saber”, concluyen, “se pueden demorar a los primeros meses de 2020 como poco”. Es cuestión de tiempo.

Quieren ser precavidos. Coinciden en que estas actuaciones son un gran paso aunque todavía queda bastante por hacer. “Es un borrador y hace falta que haya un proyecto firme que asegure la entrada  en la cripta. Hay que sacar las cajas y, una vez se compruebe el estado de los columbarios los forenses tendrán que proceder a trabajos de identificación”, resumen. “Sabemos y somos conscientes de que las labores son titánicas”, admiten, “es como si se estrellasen mil aviones y para conocer exactamente qué es lo que pasó tuviesen que descifrar lo que dicen sus cajas negras”. “Los restos desperdigados en cajas de madera amontonadas son como enormes puzlesimposibles de armar ni completar”, apostillan.

Reunión a puerta cerrada

Después de estudiar las peticiones y una vez  probada  la afinidad familiar y los datos relativos a la inhumación de cada caso, Patrimonio Nacional llamó a una reunión -casi secreta-  la semana pasada a los miembros de  una familia valenciana  y a los integrantes de otras seis familias vascas .  Familiares y  miembros del organismo público se vieron las caras en las dependencias del palacio real de Madrid.
Les pidieron discreción  y prudencia absoluta y les advirtieron de que   el resultado de las elecciones del 10 de noviembre podría condicionar los procesos de exhumación que se puedan llevar a cabo. No estaban todos. Patrimonio Nacional se iba entrevistar con los descendientes de forma escalonada, reuniéndose con unos el  7 de noviembre y con otros familiares más adelante.

En palabras de Ekhiñe Atorrasagasti  “fue un encuentro  donde se habló de  datos técnicos” y les convocaron con carácter de urgencia con 48 horas de antelación. “Los gastos de desplazamiento  los sufragamos nosotros mismos y tuvimos que dejar nuestros trabajos para bajar a Madrid”, añade. A pesar de eso, el ambiente fue distendido y les trataron bien.

Cree que hace falta un consenso político mayoritario para que las exhumaciones no sean el resultado  de un proceso largo, difícil y laberintico.  “Los más de 33 cadáveres se lo merecen”, amplia. “Necesitaríamos una memoria histórica que no estuviese a merced de intereses políticos”, insiste.

Ekhiñe  intenta reconstruir la memoria histórica y el relato conjunto  de su familia, los Ugarte Plaza. Lo ve necesario para cerrar las heridas. “Por dignidad y respeto hacia nuestros mayores y para reparar acciones no acordes al espíritu de conciliación, verdad y reparación”.

Su historia es un poco la nuestra y se asemeja a las  miles de vivencias de vascos y vascas  que sufrieron en sus propios hogares y en sus propias carnes  los estragos de la barbarie y de la guerra.

Bajo la tierra de su madre 

La exhumación del tio-abuelo Lucas supondría para Ekhiñe la reparación del acto ilegal y de lesa humanidad que cometieron contra él.  En su lucha particular para que Lucas pueda volver a la casa  “de donde nunca tuvo que haber  salido” le acompañan catorce familiares, entre sobrinos y nietos, todos con un mismo propósito.
Lucas Ugarte Plaza nació en Ordizia (Gipuzkoa) el 7 de septiembre de 1914. Llegó al mundo en el seno de una familia con mucho arraigo en la zona, pocos segundos después o quizás antes que su hermano gemelo Gregorio. Sus padres decidieron trasladar el núcleo familiar a Tolosa  y  creció a orillas del rio Oria junto a otros trece hermanos y hermanas.
Una vez terminados sus estudios, Lucas ejerció el oficio de  mecánico ajustador hasta 1936  cuando fue llamado a quintas – el servicio militar obligatorio-  y reclutado por el Ejército español el 2 de agosto de 1936, dos semanas después del alzamiento nacional. Nadie imaginó los acontecimientos que se iban a desencadenar a partir de entonces.

Lucas se había librado momentáneamente  por “defecto óptico” y  por ser “el hermano soltero mayor de edad  que quedaba en casa al cuidado de los hermanos menores”, explican los familiares. El servicio militar truncó los planes de vida.

Con  21 años acabó en el frente de Levante, donde murió  <<por efecto de acción de guerra>>  según da a  conocer un acta de defunción que está fechado en 1938.

Veremunda Plaza, su madre, no paró  y  movió  cielo y tierra y Roma con Santiago para que los restos mortales de su querido hijo descansasen en  el cementerio municipal de  Tolosa. Viuda desde 1934, en una época donde la guerra hacía todavía más difícil el hecho de ser mujer, dio tierra al cuerpo de su hijo el 7 de noviembre de 1939  consiguiendo repatriarlo desde Teruel hasta el camposanto tolosarra. Veremunda demostró además mucho coraje  y entereza enfrentándose contra los poderes establecidos para lograr la conmutación de la pena de muerte a la que habían condenado a Miguel, su hijo mayor. La guerra tampoco tuvo contemplaciones con otros tres hijos y tres nietos a los que perdió. Los hombres de la casa lucharon en el bando republicano vasco y padecieron años de cárcel, enfermedad, trabajos forzados y  una pena capital luego conmutada.  Sobrevivieron ocho hermanas y hermanos a la contienda.

Ahora, la  familia ha podido completar la parte  de la historia del ´aitona` Lucas que había quedado olvidada y que  las hermanas y los hermanos del fallecido habían  guardado con tanto esmero.

En 2018,  gracias a la información recabada por la Sociedad de Ciencias Aranzadi, sobrinas, sobrinos y las sobrinas nietas tuvieron conocimiento sobre lo que pasó en su propia familia;  los restos de Lucas habían sido exhumados del cementerio de Tolosa y trasladados al Valle de los Caídos, con fecha de 5 de julio de 1962. El traslado “se hizo sin conocimiento de la familia ni la constancia documental en el Ayuntamiento de Tolosa”, esgrimen sus más allegados.

“Se llevaron los huesos de nuestro tío abuelo tras haber pasado dos décadas bajo el subsuelo”,  expresa con gran asombro Ekhiñe. Junto a Lucas fueron enviados otros 80 huesos al Valle de los Caidos.

Miren Karmele Ugarte, la madre de Ekhiñe revive una y otra vez en su mente la excursión escolar que organizó su colegio cuando tenía 14 años al Valle.  ¿Cómo iba a pensar que nuestro tío-abuelo iba a estar enterrado ahí dentro?

“Nuestro deseo es que no caiga en saco roto el encomiable esfuerzo que hizo nuestra bisabuela, que nos devuelvan lo que nos robaron y nos pertenece, los restos de nuestro familiar para que descasen con dignidad con el resto de la familia”.

En el aire quedan numerosas preguntas sin respuesta. ¿Quién consintió que todos esos huesos fuesen sacados de los cementerios para ser llevados al Valle de los Caídos? ¿Con qué criterio los eligieron?

Muertos de todo el estado

En  el Valle de los Caídos hay  actualmente 33.815 cadáveres de  víctimas de la Guerra Civil procedentes de toda España. Los huesos están distribuidos en cajas y se encuentran  entre la parte trasera del Santo Sepulcro,  en los distintos niveles de la Capilla del Santísimo y en las  seis capillas laterales de la nave de la Basílica (Pilar, Loreto, Merced, Carmen, África e Inmaculada).  Se han contado hasta 8 criptas en diferentes pisos.

Un dossier técnico  de 500 páginas que les ha sido entregado a las familias que han mostrado la voluntad  de recuperar a los suyos,  muestra los  féretros distribuidos en diferentes alturas o pisos en una serie de imágenes.  Son fotografías obtenidas mediante  cámaras endoscópicas  y que han  hecho posible visualizar  los  osarios amontonados. Los dispositivos  han permitido distinguir que están distribuidos formando una cruz.

La mayoría de los restos que fueron depositados en la basílica pertenecen a los combatientes que lucharon al lado de Franco (se calcula que son 28), el resto (5) corresponden a republicanos que están identificados con el etiquetado de  “desconocido”.
A diferencia de los cuerpos de los nacionales a los que se les dio sepultura en ataúdes personalizados e individuales con su nombre y su apellido, el resto no gozó de este privilegio.
Entre 1959 a 1963 trabajadores y presos políticos recogieron los restos de algunos <<héroes y mártires>> de la <<cruzada>>  así como cuerpos de  <<fosas del ejército rojo>> para compilar en un mismo espacio simbólicamente a los <<caídos>> de un bando y de otro lado del conflicto bélico.

Entre los restos a los que se les ha podido poner nombre se encuentran, al menos 1.051 vascos: 231  provenientes desde Gipuzkoa, 203 desde Bizkaia y 617 desde Araba.
12. 410 personas siguen sin ser identificadas en un censo que  resulta imposible.

Los expertos se ponen de acuerdo al constatar que será muy difícil o “prácticamente imposible” identificar los restos debido al mal estado de conservación de los mismos.  Iñaki Arana, investigador de la Sociedad de Ciencias Aranzadi es de la opinión de que seguramente los  huesos se encuentran mezclados  entre sí en las tumbas y que a consecuencia del agua que se ha podido filtrar, las cajas están desechas.   Desde el CSIC  son de la misma opinión; hablan de que a día de hoy  existe es un “cadáver colectivo indisoluble”.

El mausoleo se estrenó  tras quince años de retrasos. Debía estar listo para el 1 de abril de 1941 coincidiendo con el segundo aniversario del fin de la Guerra Civil. En esa fecha, sin embargo, tan solo se habían extraído unas cuantas toneladas de roca y tuvieron que descongestionar las prisiones para usar a prisioneros  como mano de obra barata para agilizar las obras.  Esos hombres no  hubiesen pensado que 70  después de su construcción, el futuro del Valle de los Caídos iba a ser tan incierto.  Queda esperar de qué forma será rebautizado el último símbolo de la dictadura que muchos están empeñados en no dejar atrás con sus discursos xenófobos e intolerantes.
Archivos adjuntos:

Moción del ayuntamiento de Tolosa y los familiares de Lucas Ugarte para que sus restos sean trasladados al municipio

Informe de los vascos enterrados en el Valle de los Caídos

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