Más de 13 horas sin perder de vista la mar para encontrar a Andrea de las aguas del Orzán

Un amplísimo dispositivo de rescate se puso en marcha inmediatamente y se mantuvo durante el día sin que por ahora la joven de 22 años haya aparecido. Así ha sido la larga jornada de rescate
Carlos A. Sánchez
España
30.03.2018
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Andrea salió de fiesta con sus amigos la noche del Jueves Santo. La joven ourensana, sólo tenía 22 años, estaba de visita en la ciudad coruñesa, en donde su hermana cursa sus estudios. La noche se hizo larga y la madrugada del Viernes Santo la mar llamó la atención de la joven y de los dos amigos que la acompañaban. Un mar que era un puro espectáculo. Olas de más de cinco metros bañaban el arenal de la playa de Riazor y del Orzán. Se sentaron sobre las dunas a contemplar la mar y siguieron a pocos metros la fiereza de las olas, el rugido de la marea rompiendo en la orilla, el golpe seco contra las rocas y os coraza del Orzán de una masa indomable de agua salada haciéndose espuma sin temer el peligro y sin medir, suficientemente, el riesgo. Sus amigos aún no saben cómo ha sido. Pero Andrea decidió acercarse un poco más a la orilla. Dejó su chaqueta sobre la arena y sin tener la consciencia debida no supo frenar su impulso de aproximarse más aún, como si a la mar se la pudiese acariciar. Pero la belleza infinita de este mar bravo es de mírame y no me toques. Sólo apto para contemplar poniéndole metros a la pasión y a la poderosa atracción imantada de las olas.

El Orzán es una playa peligrosa. Muy peligrosa. Sobre todo desde que hace algunos años se realizaron trabajos para ensanchar el arenal. La arena desciende vertiginosamente y esconde bajo las aguas su verdadera profundidad. Es una arena, la del Orzán, que apenas tiene firmeza ante las sacudidas de las olas. La playa se hunde cuando siente el peso de una pisada mientras la mar azota a latigazos la orilla. No hubo tiempo a nada. Andrea pisó la arena húmeda y movediza. Un golpe de una ola y se hundió en un abrir y cerrar de ojos. La mar la tragó y le arrebató la vida en segundos. De forma traidora. Sin darle tiempo a pedir socorro, sin concederle tiempo a poder luchar o a sacar un grito de lo más profundo de su ser para pedir un cabo, o, simplemente, para despedirse de sus amigos. La mar del Orzán es como una poderosa garra que cuando acecha es implacable, te agarra y ya no te suelta.

Hacía horas que se había decretado la alerta naranja. Olas incesantes y una fuerte resaca a las seis de la madrugada. Un reto imposible al que se añadía una noche oscura y cerrada ¿Dónde buscar? ¿Dónde fijar la mirada? Los amigos de Andrea avisaron todo lo rápido que los nervios les dejaron. El operativo de rescate se habilitó con gran rapidez.

Desde las seis de la madrugada el tremendo zumbido del Helimer Galicia, con base en A Coruña, despertó a media Coruña frente a la bahía. Vuelo va, vuelo viene. El recorrido del helicóptero transmitía el estrés del rescate con cada pasada, o cuando se detenía firme sobre un punto fijando la búsqueda. Cada minuto fue trepidante y angustioso como si hubiesen colocado sobre la playa un reloj de arena. Si había alguna posibilidad para la esperanza, la hipotermia se convertía un enemigo letal.

Policía nacional, policía local, Protección Civil, Cruz Roja, Salvamento Marítimo, el grupo de rescate acuático del cuerpo de Bomberos de A Coruña fueron apareciendo en la Coraza del Orzán con la misma prontitud que el desesperado rastreo del Helimer Galicia. El equipo de coordinación de seguridad del Ayuntamiento de A Coruña se puso en marcha en cuestión de minutos. La coordinación de búsqueda funcionó como un reloj a contrarreloj. Un hospital de campaña, una unidad de control de radio para facilitar la comunicación de todos los hombres y mujeres que se habían convocado para encontrar a Andrea. Decenas de personas alertados de madrugada trabajando para parar una pesadilla y devolver el sueño arrebatado, a sabiendas de que una vida corre peligro y que el Orzán apenas concede oportunidades.

Los focos de las lanchas de salvamento, apuntando al agua, a las rocas, a la orilla. Y desde el aire, el apoyo del Helimer Galicia que mostraba con sus potentes focos como la noche se hacía día sobre un punto determinado de la bahía. Todos los equipos rastrearon palmo a palmo la zona. De punta a punta. A lo largo y a lo ancho.

El día amaneció poco a poco y las esperanzas se teñían de negro. En las condiciones en las que estaba el mar, y más de una hora de búsqueda, necesariamente desplazaban la crónica del suceso al lugar reservado para las necrológicas. Aunque el cuerpo de la joven siguiese hundido bajo las aguas y sin ningún tipo de señal, sólo falta poner la hora y la fecha al final del drama de una mala resaca.

El mar estaba picado, la mar arrastraba fuerte para dentro todo lo que encontraba a su paso, las corrientes marinas estaban plenamente activas, mientras la espuma de las olas seguía rompiendo una y otra vez sobre la playa sin devolver lo que no era suyo.

A pocos metros, envuelto en una manta térmica seguía los trabajos de rescate uno de los amigos. Eran las siete de la madrugada. Minutos más tarde, otro de ellos aparecía con una bolsa naranja, de las que entregan en urgencias del CHUAC, que le servía para guardar ropa mojada y la chaqueta de Andrea. Teléfono en mano, el joven envuelto en la manta térmica, informaba a los allegados de Andrea que la joven no aparecía, que la mar la había engullido y que la tenía escondida en sus entrañas.

Aún no había roto el día y su familia ya se encontraba en el centro de coordinación que se había montado en la Coraza del Orzán para conocer de primera mano la información de las autoridades que estaban al mando de la operación de rescate. En ese mismo punto de coordinación, un equipo de psicólogos de la Cruz Roja atendió a la familia.

La madrugada se consumió sin éxito, momento en que el Helimer se retiró a la base para repostar. La búsqueda continuó todo el día. Coches yendo y viniendo. Bomberos sobre las rocas repasando cada palmo, una y otra vez. Los avisos de posibles avistamientos se descartaban una vez comprobados que en realidad no era lo que buscaban. Se sumaron nuevos equipos de apoyo, como un helicóptero de la Guardia civil, que se incorporaban sin despegar la mirada de las aguas del Orzán. La esperanza de que con la subida de la marea la mar devolviese el cuerpo a la playa se diluyó con el paso de las horas. Las condiciones meteorológicas se fueron complicando a medida que el Viernes Santo languidecía. Con más viento, más lluvia, más frío, más oleaje.

Tras más de trece horas de rescate, sin que el cuerpo de Andrea saliese a flote, y con la noche cayendo de nuevo sobre A Coruña, el inmenso operativo de búsqueda que se mantuvo activo tuvo que suspenderse hasta que las condiciones de trabajo volviesen a ser mejores.

Cuando el cuerpo de la joven ourensana de 22 años emerja de las aguas habrá engrosado la negra estadística de la playa del Orzán de los últimos doce años. En ese tiempo, el Orzán ha cobrado 13 vidas. El de 27 de enero de 2012, dejó una de las heridas más grandes y trágicas. Una fecha que dejó una profunda huella en la crónica negra. Thomas, un estudiante de Erasmus eslovaco, desapareció también de madrugada con olas del tamaño de una alerta naranja. Acudieron a socorrer al joven tres policías que se echaron sin pensarlo a rescatarlo. Pese a poner medios para evitar que la corriente se los llevase, la fuerza de la mar los arrastró, a los cuatro, y los hundió bajo las aguas, para devolverlos sin vida durante la mañana.

A pesar de que en la Coraza del Orzán hay un monumento que recuerda la noche de imprudencia del estudiante de Erasmus y sus fatales consecuencias, la memoria de los imprudentes sigue demostrando que es frágil y no entiende de alertas y nunca recuerda nada. Por eso, las malas noticias siguen asaltando en plena madrugada y escribiendo el nombre de un nuevo náufrago sobre la arena del Orzán.

El Orzán manda. Y hasta que las aguas no se calmen, el operativo de rescate continuará en alerta. Ha sido el Viernes Santo más largo que se recuerda en A Coruña. Y así seguirá, mientras Andrea no regrese de donde nunca debió desaparecer.

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