Hace más de veinte años que el reloj situado en la ciudad de Nueva York comunicaba la hora a los viandantes. Actualmente, este deja a un lado su función para marcar la cuenta atrás hacia el cambio climático. La regresión avisa del tiempo que falta para que el cambio climático sea irreversible para el planeta Tierra con la intención de que la sociedad actúe ante los adversos efectos producidos por la contaminación.
“La Tierra tiene una fecha límite” es el mensaje que lucía la gran pantalla el pasado sábado 19 de septiembre y que rápidamente de viralizó por las redes sociales a nivel mundial. El Climate Clock fue creado en conjunto por científicos, artistas y activistas con el fin de intentar concienciar a la población de una manera impactante. Entre sus creadores cabe destacar a Gan Golan y Andrew Boyd. A día de hoy, la fecha se sitúa en 7 años y 69 días. Existen relojes de muñeca con la misma función, dados a conocer, principalmente, por la activista Greta Thunberg.
En la web oficial donde surgió la iniciativa (https://climateclock.world/) se encuentra la fecha límite que cronometra el tiempo necesario para acabar con la cantidad de CO2 que sobra en la atmósfera, destacada sobre un fondo rojo. Junto a este dato, se sitúa la línea vital que muestra el porcentaje de energía suministrada por fuentes renovables a nivel mundial, que se resalta en color verde. Es este último dato el que debe llegar a “100 %” antes de que el reloj llegue a cero. En estos momentos, el porcentaje ronda la baja cifra del 28 por ciento.
El 22 de abril del año 2016 con motivo de la celebración del Día de la Tierra se firmó el Acuerdo de París. Este trato se hizo dentro del marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el cual implanta unas medidas para la reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero, con la que numerosos países se comprometían a evitar un aumento generalizado de temperaturas de 1 o 2 grados. Se estableció con la idea de finalizar a la vez que la vigencia del protocolo de Kioto, en 2020. “Este ambicioso plan es un punto decisivo histórico”, comentó el Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Laurent Fabius, en la Conferencia de París.
Sorprende la reciente incorporación del viralizado reloj en una de las calles más destacables de la ciudad más poblada de Estados Unidos, pues el 1 de junio de 2017, Donald Trump hacía publica la retirada del país en el acuerdo establecido el año anterior en la capital francesa como promesa electoral.
El resto de los países continúan involucrados en una mejora para conseguir los objetivos marcados, sin embargo, actualmente la expectativa del escenario global es pesimista. Los desastres naturales aumentan debido a la quema de carbón, gas y petróleo. Este año ha batido récords en lo que a desastres naturales y temperaturas anómalas se refiere, y no parece que la situación vaya a mejorar. En palabras de la climatóloga Kim Cobb: “Se va a poner mucho peor […] la magnitud real de lo que está sucediendo ahora es difícil de comprender […] Ahora tenemos que observar y asimilar desastre tras desastre en tiempo real, además de la pandemia. El panorama no podría ser más sombrío. Es una perspectiva horripilante".
A los ojos de la comunidad científica le asusta que ciertos líderes políticos nieguen lo evidente. No obstante, en pro de encontrar una meta que los motive a luchar por lo mismo, se han llevado a cabo estudios sobre el peso económico que conlleva la contaminación del aire. En el caso de España, la contaminación supone 926 euros anuales por cabeza. Este estudio calcula los tratamientos médicos, así como muertes prematuras y bajas laborales derivadas de las micropartículas, el NO2 y el ozono. En Europa, la polución supone una media de 385 millones de euros anuales por ciudad, lo que corresponde a 1.250 euros por ciudadano cada año.
Por otro lado, el deshielo que sufre Groenlandia paulatinamente supone una amenaza para todas las zonas costeras. El paso a estado líquido de la mayor isla del mundo es uno de los motivos del aumento en un 20 por ciento del nivel del mar desde el año 2005. Las tasas de deshielo en 2019 rozaron el récord marcado en 2012, sin embargo, el pasado año se dieron menos nevadas como compensación a esa falta de hielo.
La actuación global ante esta situación mundial debe darse ipso facto o cuando el cronómetro neoyorquino acabe su cuenta, la vida en la tierra lo hará con él.