Mary Shelley, en su insuperable obra 'Frankenstein', menciona en el prólogo de la edición de 1831 a un personaje cuyo nieto se convertiría en uno de los científicos más importantes de la Historia. La escritora comenta que en las largas conversaciones que mantenían lord Byron con su marido, Percy Shelley, siempre salía una extraña experimentación que en aquel tiempo estaba a la orden del día. Los bohemios personajes debatían ante la ante mirada de Mary la posibilidad de que el galvanismo fuera capaz de reanimar cadáveres y dar vida a cuerpos inertes por medio de la electricidad. Para ello ponían de ejemplo las investigaciones y pruebas de un tal Erasmus Darwin. Este científico, preocupado por las fronteras de las leyes naturales, habría estado realmente interesado en esta corriente tan en boga en la Inglaterra de principios del siglo XIX.
Según relata Mary Shelley en la introducción de 'Frankenstein', este hombre habría conseguido por medio del galvanismo mover un fideo que tenía en una estantería. "Por algún medio extraordinario comenzó a moverse con movimiento voluntario", afirma la autora romántica. Erasmus Darwin era un galvanista convencido. Defendía que las partículas orgánicas de los animales muertos pueden recuperar "cierto grado de vitalidad" cuando se exponen a un grado adecuado de "calor". Estas ideas también eran defendidas por Andrew Crosse, otro científico de la época que tenía las mismas convicciones que Darwin y que también pudo conocer la escritora británica.
Mary Shelley quedó completamente fascinada por el tema. "Quizás un cadáver podría ser reanimado; el galvanismo había dado prueba de tales cosas: tal vez las partes componentes de una criatura podrían fabricarse, juntarse y soportarse con calor vital", reconoce. Al poco tiempo de conocer esta corriente, la autora escribiría 'Frankenstein', una obra insuperable de la literatura universal, publicada en 1818. Ya habían transcurrido más de una década de la muerte del científico que pudo ser su inspiración, aunque mientras Mary presentaba su libro, el nieto de Erasmus Darwin contaba con nueve años recién cumplidos. El pequeño Charles Darwin no llegó a conocer a su abuelo, pero quizá le hablaron de sus investigaciones. Lo que será este niño en el futuro ya lo conocemos todos.