Recuerdo de una pesadilla, la historia de la escultura censurada y secuestrada de Joan Brossa

El artista catalán dedicó una escultura a Porcioles, alcalde de Barcelona en el franquismo y creador del marginal barrio de La Mina, que fue censurada y robada, y sólo vio la luz un día
David Expósito
España
12.10.2019
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“Porcioles miraba los primeros bloques que se habían construido, miraba la desgracia que él mismo había creado, y lo hacía desde la bandeja, con la cabeza cortada”. Así describe Paco Marín González –profesor de instituto y concejal en la época de los hechos relatados, hoy jubilado– Recuerdo de una pesadilla, una de las esculturas menos conocidas de Joan Brossa, pero también una de las más reivindicativas e impresionantes. Una obra que denuncia la "falta de escrúpulos de la clase dirigente" y que hace emerger en una sola imagen la realidad de un barrio que acoge pisos en los que, según Carlos Díaz –compañero de profesión y conocedor del barrio–, “viven hasta veinte personas sin comida, sin luz y sin agua”.

Esta es la historia protagonizada por dos profesores de instituto, uno de los artistas catalanes más importantes de la historia reciente y una escultura censurada y secuestrada sucesivamente por la administración pública catalana y su creador.

El barrio del barraquismo vertical

El barrio de La Mina forma parte de la ciudad de Sant Adrià de Besòs y limita con Barcelona. Se construyó a principios de los setenta para alojar a chabolistas de la montaña de Montjuïc, del barrio del Somorrostro – la actual Barceloneta– y del Camp de la Bota –donde ahora se sitúa el Fórum de las Culturas. Tal como indica Josep Maria Monferrer, vecino y director del Archivo Histórico de La Mina, “durante el mandato de Porcioles, se construyeron bloques a toda velocidad y, en unos meses, el barrio, sin equipamientos básicos, como escuelas o semáforos, llegó a tener 15 habitantes procedentes de 68 barrios de barracas de Barcelona y de 268 pueblos de España”. Esta densidad demográfica tan elevada y las precarias condiciones de vida de cada uno de sus bloques de pisos han derivado en problemas sociales tan graves como la creación de un fuerte negocio de la droga, mafias, robos y delincuencia, violencia entre clanes, prostitución, absentismo escolar, pobreza e insalubridad.

Difícilmente esperaba Joan Brossa toparse con un barrio de tales características cuando el alcalde de Sant Adrià, Antoni Meseguer, le acompañó a conocer el municipio. En 1989, durante una conversación entre ambos, surgió la idea de que el polifacético artista realizase una escultura para Sant Adrià y situarla cerca de Barcelona. Brossa aceptó. Cuando visitó La Mina acompañado de Meseguer, se interesó por el origen del barrio; al oír el nombre de Porcioles, exclamó: “Ya sé lo que voy a hacer”. El presupuesto se aprobó en el pleno municipal y, en 1991, el artista vanguardista, una personalidad de izquierdas y muy implicada políticamente, entregó Recuerdo de una pesadilla a la administración municipal para que la colocase en La Mina.

La obra, con unas dimensiones de 89 x 49 x 51 cm, presenta un busto de mármol de Josep Maria de Porcioles –todavía vivo en aquel momento– colocado en una bandeja de bronce sobre una silla de notario, la profesión del ex alcalde. El simbolismo de la pieza, bajo el titulo elegido y en el espacio que el autor había decidido siendo esta la zona más precaria del barrio, es extraordinario. Además, remite al espacio bíblico en que la princesa judía Salomé pide al tetrarca Herodes Antipas que le lleven en una bandeja la cabeza de Juan Bautista, personaje que denunciaba la corrupción; esta vez, la cabeza es la del corrupto.

Una historia de secuestros y contrasecuestros

“Ya le avisaremos”. Tales fueron las palabras que oyó Brossa al entregar el encargo al gobierno municipal. Según indica Paco Marín –en aquel momento concejal independiente del PSC y portavoz de la Asamblea de Vecinos de La Mina–, “en el Ayuntamiento se quedan de una pieza: ¿cómo diablos iban a poner en un barrio un monumento en contra de Porcioles, que ya estaba aceptado como un valor catalán después de la muerte de Franco?” Entonces, en un contexto de gran agitación política y social en el que se avecinaban unes a punto de celebrarse elecciones municipales, escondieron Recuerdo de una pesadilla en el sótano del Ayuntamiento.

Cuatro años más tarde, en 1995, Brossa visitó el Ayuntamiento, ahora dirigido por el convergente Jaume Vallès. El artista pidió por el teniente de alcalde de Urbanismo, que en esta legislatura resultó ser Paco Marín, y se interesó por el estado de su obra, manifestando su voluntad de exponerla. Marín, a su vez, trasladó la petición del escultor al alcalde. ¿Su respuesta? Que era una ofensa a Porcioles y que Recuerdo de una pesadilla no podía ver la luz.

Ante la negativa, Marín llamó a Brossa y tomaron la decisión de desafiar a la administración municipal. Accedieron al sótano del Ayuntamiento, robaron Recuerdo de una pesadilla y la escondieron por partes: el busto y la bandeja, en un domicilio particular; la silla, en una entidad juvenil. Llegados a ese punto, el teniente de alcalde recibió las primeras amenazas de algunas autoridades.

Así llegó el 11 de junio de 1995. Aquella mañana, Paco Marín y su compañero Carlos Díaz recogieron el busto, la bandeja y la silla de sus respectivos escondrijos, recompusieron con ellos la obra y la colocaron sobre el pedestal. Díaz, entre risas, ironiza sobre la situación: “Nosotros hicimos de mano de obra de Brossa, ¡y la cabeza pesaba un huevo! La historia de la humanidad está repleta de bustos en honor y gloria de personajes históricos; en este caso, era para su escarnio público”.

Mientras esperaban a que fraguara el cemento en compañía de vecinos del barrio, apareció Brossa. La importancia del momento era tan grande para los tres hombres y para la historia de La Mina –y para la libertad de expresión, justo es decirlo– que el autor declinó asistir a una exposición de sus obras en Alemania para poder presenciar cómo Record d’un malson, por fin, hacía la función a la que estaba destinada: en palabras de Marín, “denunciar a quien había creado el dolor de miles de personas y varias generaciones”.

Un sólo día

Al día siguiente, la Policía Local, en presencia del gobierno de Sant Adrià –incluido el alcalde Vallès–, se pusieron a retirar la escultura. Las autoridades ni tan siquiera dejaron que Marín y Díaz se acercaran. “¡Podrían haberse cargado todo el monumento! Utilizaron hachas, picos… Fue un acto vandálico por parte del alcalde y de la misma policía”, afirma el entonces concejal y vecino de La Mina.

Y la prensa se hizo eco de los hechos, con diferentes posturas. El ABC, por un lado, en un artículo de opinión sin firma y titulado ingeniosamente “De mal busto”, apoyaba que el alcalde adrianense ordenara retirar el busto y calificaba la escultura de “espantajo” y de “agravio a un personaje de la historia barcelonesa” como Porcioles. Además, criticaba a Paco Marín y a Carlos Díaz –sin mencionarlos– asegurando que “eran representantes comunistas que no tenían nada que hacer aquel fin de semana”. Por otra parte, en un artículo de opinión publicado en El Periódico de Catalunya con el título de “El retrato”, Josep M. Cadena defendía que “todo esfuerzo por acallar la expresión libre se convierte en un estímulo de protesta”, pero matizaba que Porcioles no fue tan “nefasto” en comparación con otros políticos de la dictadura.

Del sótano a la biblioteca y al museo

Tras el escándalo, el equipo de gobierno decidió volver a esconder la obra, pero, avergonzado, terminó colocándolo en el vestíbulo de la Biblioteca Pública de Sant Adrià. Sin embargo, no se exponía como monumento, sino que se utilizaba para poner propaganda encima. Años después, una asociación de mujeres presentó una queja formal por considerar que las connotaciones violentas de la obra no la hacían adecuada para exponerse en un lugar con tanta afluència infantil. Entonces la quiso acoger el Museo de Historia de la Inmigración de Cataluña (MhiC). Su directora, Imma Boj, afirma que Recuerdo de una pesadilla les interesaba porque “denuncia el urbanismo desarrollado en el entorno metropolitano a raíz de la migración y de la construcción desordenada y especulativa que impulsó Porcioles”. La obra se puede ver en este museo desde el año 2004.

La historia demuestra que el arte es un poderoso instrumento de expresión capaz de denunciar los abusos del poder y de movilizar a la ciudadanía. Y es que, en palabras del propio Joan Brossa, “hay esculturas que sirven para aplaudir y otras que sirven para silbar; este último caso es el de Recuerdo de una pesadilla”.

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