La entrega por error del Oscar a la Mejor Película a ‘La La Land’ (Damien Chazelle) y posteriormente a la auténtica ganadora, ‘Moonlight’ (Barry Jenkins), ha monopolizado el debate cinematográfico de los últimos días, centrado en la estupefacción y extrañeza causadas por dicha situación, lejos de las propias películas y los mensajes que estas transmiten. Pues justamente la cercanía de ambos contendientes a la estatuilla más preciada de Hollywood resulta el punto de partida idóneo para reflexionar sobre la motivación política que se esconde detrás de la entrega de los galardones.
La gala de los Oscar podría servir como termómetro de los acontecimientos políticos y sociales estadounidenses del momento ya que, cada año, tanto presentadores como galardonados hacen valer su voz para expandir al mundo entero mensajes que guardan relación directa con las batallas que se están librando tanto en EEUU como en el resto del mundo. La ausencia de nominaciones afroamericanas fue la protagonista de la edición de 2016, la cual provocó un descontento generalizado, propulsado en las redes sociales a través del hashtag #OscarsSoWhite. Un año después, y con amplia representación de artistas negros, todos los focos estaban inevitablemente posados sobre Donald Trump y sus polémicas medidas antiinmigración, condenadas en diversos discursos que sirvieron de alegato a la pluralidad y el empoderamiento de los más desfavorecidos.
Presidencias que determinan ganadores
Finalmente ‘Moonlight’ se impuso a ‘La La Land’, es decir, la historia de lucha de un joven afroamericano por escapar de su entorno de pobreza y drogadicción para abrazar su identidad sexual ganó la partida a la nostálgica aventura musical de dos jóvenes soñadores que buscan la felicidad a través del amor y la creatividad. ¿Hubiera ganado ‘La La Land’ de haberse impuesto Hillary Clinton en las elecciones presidenciales del año pasado? O, invirtamos la pregunta, ¿es la victoria de ‘Moonlight’ consecuencia directa de la ola de radicalización política que representa Donald Trump y reflejo de la necesidad de Hollywood de proyectar al mundo una imagen progresista y contestataria?
En este sentido, llama la atención que ‘Toni Erdmann’, precisamente otro de los filmes que encabezaba todas las quinielas para llevarse el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, se haya ido con las manos vacías. El galardón fue para la cinta ‘The Salesman’ de Asghar Farhadi, director iraní que se hizo con el mismo premio en 2012 gracias al film ‘A Separation’ y, precisamente, reside en uno de los siete países vetados por Donald Trump. Debido a ello, Farhadi boicoteó la gala, pero quiso dejar su impronta a través de un mensaje en el que denunció el sinsentido del veto a los inmigrantes y refugiados, al mismo tiempo que resaltó el poder del cine para generar empatía y entendimiento entre diferentes. No cabe duda de que este tipo de declaraciones resultan fundamentales en los tiempos actuales, pero no debemos olvidar el inherente cariz político de formalización que la entrega de los Oscar posee. A fin de cuentas, puede que la corrección política acabe ahogando y domesticando la garra de esas mismas películas transgresoras.