El evangelio de Magdala

Garth Davis reinterpreta la historia bíblica de María Magdalena en un film humanista y más preocupado de la psicología de personajes que del mito.
Txetxu
España
06.04.2018
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Una de las posibilidades más fascinantes respecto a la creación de la Iglesia católica es que hubiese podido ser fundada por una mujer y posteriormente arrebatada de sus manos para permanecer gobernada por el patriarcado hasta nuestros días. En ese caso, sin duda, la más indicada para la fundación hubiese sido María de Magdala, fiel seguidora de Jesús, reconocida en 2016 por el Papa Francisco y por la Iglesia como una de los apóstoles tras siglos de ostracismo. En la película recientemente estrenada María Magdalena, existe una secuencia que parece fabular con esa idea. Se trata del encuentro que mantienen la discípula y el apóstol Pedro tras la crucifixión de Jesús. En ese intercambio, María narra como ha sido testigo de la resurrección del líder judío mientras que Pedro, mucho más interesado ya en otros menesteres, apuesta por pasar página y “crear una Iglesia para seguir con la predicación del reino”. Es entonces cuando María le recrimina que esa solo sería “su iglesia” para, justo después, abandonar la sala en la que el resto de apóstoles asiste al diálogo. Una rivalidad documentada en las escrituras y por los estudiosos que el director recoge en la secuencia para situar las dos caras de la Iglesia apostólica frente a frente. Finalmente, la fábula es tumbada por el rigor histórico y la obra delega el futuro de la liturgia vaticana sobre el cuerpo y el rostro de Pedro y no de María.

Garth Davis construye su versión de las escrituras en torno a la figura de María Magdalena. Casi como si el film aspirase a convertirse en el testimonio de su evangelio perdido. El cineasta, y sobre todo sus dos guionistas: Helen Edmunson y Philippa Goslett, convierten a su protagonista en un modelo de mujer libre, autodeterminada y que decide sobre su voluntad y su futuro. Una joven que, posteriormente, no dudará en apoyarse, rodearse y dejarse aconsejar por otras (sobre todo por la madre de Jesús) en una clara muestra de sororidad. Obligada por su padre y sus hermanos a casarse, la joven ve en la filosofía del sanador que predica a las afueras una oportunidad de realizarse a sí misma. Por eso no duda en unirse a su travesía.

[Sumario]Davis huye de toda grandilocuencia bíblica para abrazarse a una concepción más íntima de sus personajes. Su mirada hacia la Biblia es profundamente humanista. La puesta en escena, lenta y de ritmo pausado, muy propia de circuitos independientes, aboga por centrarse en los arcos psicológicos y en la intimidad de los pensamientos de sus protagonistas, a la postre personas que anhelan desatarse las ligaduras de un imperio romano cada vez más férreo, pero que también tienen dudas acerca del modelo político a seguir o de la vehemencia con la que deben luchar por conseguir sus objetivos. Animales políticos, en definitiva, a los que Davis humaniza y aleja de lo divino mediante sus intercambios conversacionales. Lejos de ser héroes cargados de razón, Davis y sus guionistas los retratan como simples padres de familia que buscan el bienestar para los suyos, trabajadores que persiguen unas mejores condiciones o idealistas muertos en el combate contra la autoridad romana (así nos presenta, por ejemplo, a Juan, el bautista; desde su presencia ausente). Ni siquiera Judas, interpretado por un Tahar Rahim en estado de gracia, es dibujado como ese traidor sin escrúpulos que nos venden las interpretaciones fundamentales de la Biblia y, si finalmente entrega a su mentor, lo hace movido por un anhelo mucho mayor que la moneda: el reencuentro con su familia, asesinada a manos de Roma.

La versión de la narración tradicional goza de una cierta ambigüedad en María Magdalena. El ficticio evangelio de la mujer podría ser leído tanto en clave agnóstica como en letras profundamente católicas. Y quizás por eso tiene una cierta plusvalía. Es verdad que en sus dos horas de metraje existen los “milagros”, pero también lo es que la vuelta a la vida de Lázaro o la curación de la ceguera de una joven están despojadas del exceso de misticismo que las suelen acompañar en sus representaciones. No existen en la cinta, por ejemplo, la multiplicación de alimentos ni la grandilocuencia de frases como el “Lázaro, levántate y anda” o “este es mi cuerpo: tomad y comed de él” en la última cena. El diablo, aquí, es mucho más terrenal y se acerca, en determinados momentos, a la imagen de un Estado paternalista y opresor del que es necesario despojarse.

El Jesús de Joaquin Phoenix es más bien un eremita, un pensador retraído que busca hacer el bien. El hijo de una madre que teme por su destino ante la escalada revolucionaria que ha provocado su palabra. Porque, al fin y al cabo, lo que menos desea un imperio es que llegue alguien a hacer tambalear el status quo. De igual manera, la María Magdalena de Rooney Mara es una persona en constante aprendizaje. Unos ojos tiernos y atentos que no dejan de observar para comprender todas las posiciones antes de resituarse y pasar a ser la “extensión de los brazos de Jesús”. Así las cosas, la distancia que toma la mirada de Garth Davis, la escritura puntiaguda de Helen Edmunson y Philippa Goslett y el reposado trabajo interpretativo de Mara consiguen edificar una voz femenina que asciende sobre las jerarquías sistémicas desde el silencio, la independencia y la inteligencia (el guión se encarga de dejar claro que María Magdalena es el personaje con mayor inteligencia emocional de la cinta). Una figura que durante siglos fue vilipendiada por aquella Iglesia de Pedro (interpretado aquí por un sobrio Chiwetel Ejiofor). Al fin y al cabo, lo que menos desea un imperio es que alguien haga temblar el status quo. Descalificada y tachada de prostituta por el papa Gregorio en el año 591, y perpetuamente cuestionada por su condición, la Historia la devolvió (tarde, eso sí) al lugar que le corresponde por derecho propio. Una victoria que Garth Davis simboliza en la imagen que envuelve su narración a modo de prólogo y epílogo. Una composición cargada de poesía visual y significantes: el cuerpo de una mujer emerge de las profundidades del océano para convertirse en la semilla de un credo. La evocación de una iglesia que si no existió tal vez fue porque no se lo permitieron.

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