Las niñas de cristal, nuevo estreno en Netflix

Netflix ha estrenado este fin de semana “Las niñas de cristal”, la nueva obra del gaditano Jota Linares que fue presentada en el pasado Festival de Cine de Málaga.
Amparo Rodríguez Frías
España
10.04.2022
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Desde las primeras escenas el espectador se adentra en el mundo del ballet, tan duro como sublime, a través de las luces y sombras de una compañía de danza.

 Las niñas de cristal comienza con el suicidio de la primera bailarina del Ballet Clásico Nacional. La compañía, que está preparando el ballet Giselle, tiene que seguir adelante y la directora promociona a Irene (María Pedraza) como nueva estrella. A partir de ese momento las envidias y zancadillas entran en escena y ella encuentra un gran apopo en Aurora (Paula Losada), una nueva bailarina, creándose entre ellas un fuerte lazo de protección y amistad casi mágico.

Obsesión y sacrificio

A partir de este vínculo nos adentramos en una historia de sacrificio y obsesión por alcanzar la perfección. Ya lo apunta Norma en uno de los ensayos “El arte debe ser una obsesión; si no, no es arte”.

Como fue la vida de María antes de su trágica muerte: “puro instinto, pura pasión, su pasión era la danza, en su vida no había sitio para otras cosas” asevera Norma, quien con su sola presencia, adusta y seria, inspira entrega y esfuerzo a sus pupilos.

La amistad entre Irene y Aurora les lleva a un vínculo tan profundo y peculiar que  en algunos momentos se puede observar tintes propios del realismo mágico.

El contraste entre la delicadeza y sutileza del ballet en apariencia y la dureza y severidad del trabajo que hay detrás queda reflejado en toda su crudeza. La relación de Irene con la báscula que la hace vomitar y medirse hasta la obcecación y las heridas en los pies de Aurora son un buen ejemplo.

Estructura teatral

 La estructura en dos actos, como Giselle, le aporta una pátina teatral que recorre toda la obra con el escenario como elemento central, todo al servicio de ese momento volátil y efímero que puede llevar a la gloria.

La película logra gran fuerza dramática en algunas escenas como el diálogo entre la directora del ballet y la madre de Irene, interpretadas por  Mona Martínez y Ana Wagener. Momento brillante en el que se descubre qué llevó a María a ese final tan amargo.

Un ambiente intimista en muchas escenas que logra reforzar esa sensación de no tener salida que a veces tienen las protagonistas.

Sin duda, queda reflejada la belleza de la danza en toda su dimensión. Que, en definitiva, solo se puede atisbar en la poderosa presencia de cada uno de los pasos. No en vano tras el final, o caída del telón, podemos leer una frase de Isadora Duncan “Si pudiera decirte lo que se siente, no valdría la pena bailarlo”.

El contrapuesto ambiente familiar y una píldora feminista

Aurora está muy apoyada, incluso presionada, por su madre que también fue bailarina. En cambio, una esfera bastante gélida hacia la danza se vive en casa de Irene, cuyos padres y hermana apuestan por vidas más pragmáticas.

Pero ambas se ven sometidas a relaciones familiares que no se alinean con lo que ellas necesitan en cada momento, lo que hace forjar con más y más fuerza, a medida que avanza la trama, la relación de amistad entre ellas.

Es destacable que en uno de los diálogos entre Irene y su madre, ésta le apunta que la historia de Giselle deja mal a la mujer pues pierde el juicio y muere por el amor de un hombre. Un guiño que sitúa a la historia en el momento actual donde las relaciones humanas han cambiado.

¿Unas nuevas zapatillas rojas?

Al ver la película no podemos evitar recordar la cinta británica de 1948 “Las zapatillas rojas” (se puede ver en Prime) basada en el célebre cuento de Hans Christian Andersen . Ambas parten de la misma premisa, la protagonista sustituye a la primera bailarina, e incluso podríamos establecer un paralelismo entre el efecto que provocan las zapatillas rojas en Victoria  y el influjo de Aurora en Irene. Se necesitan para bailar con absoluta plenitud, pero llega un momento en el que no pueden estar juntas y aparece el conflicto existencial de difícil solución.

También encontramos una semejanza con la obra de Peter Weir “El club de los poetas muertos” (1989) por la relación entre los protagonistas y su pasión, y también por la forma de encontrar una vía de escape.

La danza parece haber encontrado un hueco importante en las plataformas de vídeo en streaming. Además de Las niñas de cristal, podemos ver otras obras como Delicadas y crueles o Let´s Dance en Netflix, Flesh and bone o Dancer en Prime, o Solo nos queda bailar y El bailarín en HBO.

 

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