Los niños mal que sí nos representan

Los Z empiezan a tener algunos referentes que hablan de sus problemas reales. Sorpresa: no solo piensan en drogas y sexo
Luis Mejía
España
23.03.2020
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Los señores mayores que hacen series de adolescentes empiezan a entender realmente qué les preocupa a los jóvenes (un poco solo). Eso les permite sentirse más identificados con los personajes y crear referencias nuevas. Los Z ya tienen algunas ventanas por las que mirar. Y eso es importantísimo. Repasamos algunas.

Euphoria (HBO): guía definitiva para boomers sobre cómo entender a los Z

Rue tiene problemas con las drogas, pero ahora está mejor porque ha conocido a Jules, una chica con daddy issues a la que solo quieres abrazar porque te sientes tan ella. La serie es una mezcla de alcohol, drogas, violencia, sexo y purpurina. ¿Como Élite? No. Ni se os ocurra. Euphoria es lo más.

En una sociedad en la que las generaciones jóvenes hablan mucho y quieren saber de sexo y los mayores creen que los chavales solo piensan en eso (es raro que intenten ir más allá) se necesita un plano detalle. Una referencia menos estereotipada y que nos dé la posibilidad de identificarnos con algo. Lo bueno de Euphoria es que nos explica cómo sienten, sufren y sueñan los Z. Y puede parecer que está fuera de órbita a veces, pero entre la purpurina hay verdad. Es pedagogía para los boomers y reflejo para los Z.

En una escena, Cassie se siente incómoda por cómo el bestia de su novio la empotra como si fuese ganado y le hace ver que no le gusta. De la conversación que tienen entendemos que eso es lo que el chico ha aprendido viendo porno. Como no sabe preguntar, el muy animal cree que a todas las chicas les gusta que las desmonten como si quisieran acabar con ellas. Estamos permitiendo que muchos chavales se eduquen con el porno. Y eso es gravísimo. Una industria pensada para el hedonismo no puede ser nunca un medio más de formación. Entre otras cosas porque el centro del placer suele ser siempre el hombre. Estamos cronificando las desigualdades incluso en el sexo.

Euphoria profundiza en esos debates: habla de la identidad moldeada por Instagram; la extorsión sexual y las vías de escape en OnlyFans; el vacío existencial y los traumas internos canalizados vía Grindr y las enfermedades mentales. Se posiciona porque es una serie militante. Y necesaria.

Euphoria da para la charlita de después de ver un capítulo con tu hijo. O para pensar en qué será de él: “Euphoria es un tráiler, moloncísimo, del desastre que se avecina. Ese accidente del futuro que no puedes dejar de mirar” (Patricia Gosálvez, El País). Es una radiografía de muchos de los problemas de los muchachos de ahora: “Quieres abrazarlos, decirles ‘cariño, todo va a mejorar, esto pasa’, más que nada por ir practicando la frase que esperas que te salve de la adolescencia de tus hijos” (lean siempre a Gosálvez). Pero Euphoria no es tanto para proteger a los críos; la idea es curtirlos para que puedan gestionar mejor todas las movidas que les están pasando ya.

Buscando a Alaska (HBO): la lección a destiempo que no te dieron tus padres

Un chico que se sabe las últimas frases de muchos personajes conocidos decide irse a un instituto tipo campamento para buscar su razón de ser. Un viaje existencial de los que te aconsejan hacer las galletas de la suerte porque sabes que es tu oportunidad de oro ahora que estás a un año de la Selectividad y realmente no hay nada importante que hacer.

Y porque llevas días dándole vueltas a una frase de Ed Sheeran que has interpretado como una llamada divina para darle un cambio radical a tu vida. Esa letra que sabes que te vas a tatuar porque es lo más y solo los sesenta millones de oyentes de este señor se han tatuado ya. Pero tú eres especial.

En esa búsqueda del “gran quizás” (en fin) se enfrasca el amigo para intentar encontrar no se sabe bien qué. Sorpresa: es una chica. Nada heteropredecible. Ojo a los padres que le dejan cambiarse de instituto y de vida antes de la universidad porque al niño le ha dado la venada.

Pero la serie es como ese sorbete de limón que hace tu padre después de la cena de Nochebuena. Ese que dice tu cuñado que ayuda a digerir. Claro que después de los canapés, el cordero, la merluza, las patatas y los veinte postres distintos ya uno solo encuentra alivio en el alcohol. Buscando a Alaska desempacha un poco de las series de adolescentes típicas sin ser ella nada de eso. Los personajes siguen teniendo los mismos problemas del chaval americano medio, pero es más fácil conectar con ellos.

No tienen el tipo de vida que desearías llevar porque realmente son pobres y tienen problemas de pobres. Pero son un grupo tan majete, que ojalá ser como ellos. Lo bueno de las series de jóvenes es que empiezan a crear referentes distintos. No son los modelos que los padres quieren para sus hijos; son los chicos que los adolescentes vemos cuando nos miramos al espejo. Vemos, sí. Se hacen preguntas sobre la vida, se hacen los listos y solo piensan en leer (que sí).

Esta mierda me supera (Netflix): la Dakota con ansiedad y superpoderes

Una muchacha descubre que tiene poderes cuando le dan venadas porque destroza cosas (y personas) con la mente. Tiene pocos amigos, pero descubre un oráculo en Stan, un vecino que escucha música en vinilos y ve películas en VHS como si esto fuese 1996 (no se fíen nunca de esa gente). Él le intenta ayudar a entender qué le está pasando.

Pero el problema de Syd, la protagonista, es que no se entiende a sí misma. Los poderes paranormales son la consecuencia lógica de sus carencias emocionales. A los de Hermano Mayor les da por romper puertas y a esta chica, por arrancar árboles del bosque o hacerle sangrar la nariz al novio de su amiga con la mente (una fantasía, en realidad). Pero el trasfondo es el mismo: nadie hace el esfuerzo de intentar entender qué les pasa.

Lo que le hace falta a Syd es un Pedro García Aguado que le diga que es normal que le guste su amiga, que los granos raros que le salen en el muslo no dan tanto asco como los que le salen a él por la espalda y que puede dejar que la mierda de su vida le supere a veces. A ver, sin todo eso de lucrarse a costa de la salud mental de los jóvenes que están malitos.

Lo que no se puede hacer es pedirle a un adolescente que sea empático si no es capaz de gestionar sus movidas mentales. Hay que darle herramientas para que se libere un poco de esa carga e intente que le supere lo menos posible. Pero eso es difícil si cada vez creamos más jóvenes individualistas y no pensamos en los valores de la colectividad como generadora de espacios y referencias comunes. Pero ese es otro tema.

The End of the F***ing World (Netflix): vivir por inercia

Dos chavales huyen de su vida hacia no se sabe bien dónde, pero una psicópata empieza a perseguirles para arreglar unos asuntos. En una segunda temporada más madura pero más insípida (colando frasecitas como si fuese yo crítico de cine o algo), indagan un poco en la esencia de la serie: “Puedes quedarte atrapado en un lugar sin darte cuenta; si no tienes cuidado, te quedarás ahí para siempre”.

Habla de cómo se enquistan la rabia y el rencor, pero también de la depresión y la falta de objetivos. Esa sensación de estar vacío por dentro y no tener razones para levantarse: “Alyssa estaba distinta; es como si le hubiesen quitado las pilas”. Cada vez más artistas hablan de los problemas de salud mental en sus letras; está bien que las series de adolescentes también lo hagan. Ver a gente que tiene el mismo hastío vital que tú en una pantalla te hacer sentir identificado. Y eso reconforta un poco.

Los que no lo tienen nada claro en la vida y están más perdidos y ausentes que el servicio técnico de la web de Renfe también merecen ser protagonistas de una serie. No hay nada de romántico en esa idea de perderse y deambular por el mundo sin un rumbo; es angustioso y te genera una ansiedad brutal. Pero es normal y nadie tiene el derecho a exigirte que encuentres tu camino a destiempo. Porque siempre hay un peligro: “La gente hace de todo cuando se siente mal”. El peligro está en no saber verlo a tiempo.

Es imprescindible que cada generación tenga un punto de referencia en las series que se hacen para ellos. Lo que no se puede hacer es asomarse a los Z con los mismos prejuicios de siempre. Les ha tocado un mundo bastante podrido, pero han sido capaces de salir a la calle a vocear para pedir cambios. Son una generación concienciada; probablemente la que más. Es una lástima que algunos no sepan verlo.

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