Un punzón de impotencia y dolor asalta, casi cada día, a este país lleno de palabras y vacío de acciones útiles contra la violencia a las mujeres. A las 08:30h de ayer, en la barriada de Los Pajaritos de Sevilla, una mujer de 36 años era apuñalada hasta la muerte por su ex pareja. El cadáver fue encontrado por el hijo menor de la víctima. Él se encargó de llamar a los servicios de emergencia.
El sospechoso, de 51 años y con 4 órdenes de alejamiento de sus últimas 4 parejas, campaba a sus anchas y se saltaba la prohibición emitida en un papel ahora manchado de sangre. Otra vez más; otra vez se demuestra que cualquiera puede quitarte la vida cuando le dé la gana; y después, ya sabes, 1 minuto de silencio.
También ayer fallecía en Zaragoza, después de una semana de agonía, la mujer quemada viva en su residencia de Pamplona. Apresado y en prisión el acusado de prender fuego a la vivienda, con la intención de que la mujer sufriera el dolor del fuego en su cuerpo hasta morir. Sí, en la cárcel de preventivo; sí, después de que hiciera arder un edificio y dejara 6 vecinos heridos y una fallecida.
La tercera víctima en Alicante, aparece muerta por disparos en su vivienda de Finestrat, junto a un hombre, también muerto por arma de fuego. La Guardia Civil investiga este crimen en el ámbito de la violencia machista, ya que hay indicios de que el finado y ex pareja, disparó 2 veces a la mujer, de 33 años, y después se suicidó. Los cuerpos los encontró la actual pareja de la fallecida.
Otro récord de la vergüenza de un país que todavía ignora las denuncias de víctimas de mal trato, humillaciones y acoso, tanto en la intimidad de sus hogares como en las redes sociales. Todavía hay agentes que visten uniforme y esperan a llamar al forense y al juez de guardia para levantar otro cadáver, porque ese sí es un indicio de delito.
Quien no toma medidas, quien no hace su trabajo es cómplice de esta horda de asesinos que actúan como, donde y cuando quieren. Con un Código Penal abarrotado de leyes, es increíble que ninguna proteja al eslabón más débil de una sociedad acostumbrada a oír que otra mujer yace muerta; a ver las imágenes del furgón y el ataúd.