Jordania no es solo Petra, pero es su joya más preciada. Tierra de asirios, persas, nabateos, griegos o romanos. El tesoro más hermoso de Oriente Medio.
Viajar al reino hachemita permitirá también embelesarte con la visión del que dicen es el desierto más hermoso del planeta, el Wadi Rum; comprobar si es cierto que casi puedes ponerte en pie sobre las aguas del Mar Muerto; visitar las ruinas de la ciudad más romana de Oriente Medio, Jerash, y su caótica capital, Amán; rememorar en el Monte Nebo uno de los pasajes bíblicos más relevantes cuando Moisés desde su cima avistó la Tierra Prometida y relajarnos con un baño en las aguas del golfo de Aqaba y si eres aficionado al submarinismo sumergirte en sus coloridas profundidades.
La capital Amman, la romana Jerash y el sagrado Monte Nebo
La puerta de entrada a Jordania es su capital, Ammán. Ciudad caótica, desordenada pero atractiva con un zoco variado, animado y colorido, destacando su ciudadela, la antigua acrópolis griega y la moderna mezquita del rey Abdullah con su esplendorosa cúpula azul.
A poco más de treinta kilómetros al norte de la capital, se encuentra la polis romana de Jerash, la huella más visible y mejor conservada del imperio romano en Oriente Medio. Tanto es así que se mantienen en un impecable estado de conservación el Arco de Adriano, dos imponentes templos dedicados a Zeus y Artemis, la avenida de columnas de casi un kilómetro de largo que desemboca en una plaza ovalada y el Gran Teatro del Sur, que alcanza una capacidad de 5 espectadores y en el que se siguen celebrando actualmente representaciones teatrales y festivales de música.
Partiendo nuevamente de Ammán, esta vez hacia el sur, camino al Mar Muerto, se emplaza el Monte Nebo desde donde Moisés vislumbró la Tierra Prometida. También se halla su tumba, según relata la Biblia. Y para honrar tan histórico lugar en el siglo IV se erigió una pequeña iglesia bizantina, reconstruida casi por completo siglos después por los franciscanos. A escasos diez kilómetros se localiza la iglesia cristiana-ortodoxa de San Jorge, que conserva en su interior un inmenso mosaico-mapa que data del siglo VI y que representa cartográficamente cómo era Tierra Santa.
El Mar Muerto, el desierto lunar de Wadi Rum y el golfo de Aqaba
A poco menos de una hora desde este paraje bíblico se llega al Mar Muerto. El paisaje cambia radicalmente y nos adentramos en un lugar donde se observa un fenómeno de la naturaleza único en el mundo, la de flotar sin ningún esfuerzo sobre sus aguas debido a la alta concentración de sodio. Y aunque lleve el nombre de mar, se trata de un lago interior que se encuentra a 435 metros bajo el nivel del mar, de 80 kilómetros de largo y 16 de ancho, alimentado por el cauce del Jordán. Sus barros son altamente terapéuticos y desde la orilla jordana se distingue en la de enfrente territorio israelí y palestino de la franja de Cisjordania.
Más al sur hallamos Wadi Rum, el desierto más impresionante del planeta. Paisajes lunares, colinas rocosas y senderos rojizos en una región montañosa y declarada Patrimonio de la Humanidad, que recomiendan recorrerlo en 4×4 para contemplar sus panorámicas espectaculares. Conocido como el Desierto Rojo completan tan exuberante lugar dunas de arena roja, arcos naturales de roca y fastuosos cañones.
Y como única salida al mar finalizamos en el golfo de Aqaba, la ciudad que representa el turismo de sol y playa de Jordania, que separa la península de Sinaí de la arábiga. El Mar Rojo es un paraíso para los amantes del submarinismo o el snorkel. Sus aguas son transparentes, luminosas, pobladas por multitud de peces y ornamentadas por extensos bancos de coral.
Petra, la ciudad nabatea horadada en la roca
Entre el Mar Muerto y el Wadi Rum se halla Petra, en el corazón de Jordania, una antiquísima ciudad nabatea de más de dos mil años de antigüedad cincelada en la roca y considerada en la actualidad una de las siete maravillas del mundo. Las propias montañas se convirtieron en hogares y llegó a ser poblada por más de 20 habitantes, convirtiéndose en una urbe con un importante trasiego comercial.
La entrada al extenso y enigmático emplazamiento arqueológico se realiza a través del angosto desfiladero de Siq, de un kilómetro y medio de extensión y anchuras que no superan los dos metros entre sus paredes en ciertos puntos. Desemboca en el célebre Khazneh, un templo excavado en la roca cuyo interior está compuesto de una gran sala y una cámara. Prácticamente se conserva intacto y las columnas y capiteles de su fachada enaltecen tal lugar.
A lo largo del recorrido por Petra abundan horadadas en la roca templos funerarios reales o no y viviendas, adivinándose por su colorido y construcción la clase social a la que pertenecían. También se divisa lo que fue una ciudadela con anfiteatro incluido, la huella romana en la ciudad tras pasar a ser una provincia del Imperio romano.
Y después de ascender cerca de 1000 escalones por un sinuoso sendero se llega hasta el Deir o Monasterio, una edificación de casi 50 metros de altura, que data del siglo I durante el periodo nabateo.
En el siglo IV un terremoto acabó con gran parte de la ciudad. Paulatinamente se fue despoblando hasta convertirse en un lugar fantasma, abandonado entre montañas que servía de refugio para beduinos. El arqueólogo suizo, Johann Ludwig Burkhardt, en 1812 halló su existencia, redimiéndola de su postergación.