La ciudad milenaria de Pekín, capital de China durante más de 800 años, combina caos –por su urbanismo sin orden ni concierto y el constante trasiego de gentío, tráfico y bicicletas–, misticismo –por la profusión de innumerables templos sagrados que se diseminan por toda la capital– y paradoja –por la mezcolanza de enmarañados callejones con construcciones muy básicas y anchas y extensas avenidas con ultramodernos edificios–.
Los recintos imperiales
Beijing, como así es nombrada por sus ciudadanos, es tan asombrosamente amplia que una ciudad se asienta dentro de la ciudad. Hablamos, por supuesto, de la Ciudad Prohibida, una fortaleza de leyenda donde residieron y desde la que gobernaron los grandes emperadores del imperio chino, además de ser la morada del último emperador, Pu-Yi, desalojado de allí en el año 1912.
Este Palacio Imperial acogió a todas las dinastías reales, Ming y Qing, durante más de 500 años, destacando dos recintos por encima de todos: la residencia privada de los emperadores y el edificio usado para las principales ceremonias.
La entrada al palacio estaba prohibida a no ser que se perteneciese a la cohorte real. Tanto es así que aquel que osara traspasarla era condenado a muerte. Es curioso que en la actualidad sea el retrato de Mao Zedong el que custodie su acceso.
Y para el esparcimiento de la realeza utilizaban el Palacio de Verano y su lago Kunming, la residencia celestial de verano de los soberanos y el jardín imperial más extenso de China. Su interior alberga el Salón de la Benevolencia, lugar donde el monarca recibía a sus súbditos para ser informado de asuntos de estado; el Jardín de la Armonía y el Puente de los 17 Arcos, entre otros.
Y continuando con los edificios imperiales, el Templo del Cielo representa el mayor recinto sagrado de China, en el que antaño el emperador realizaba sacrificios en homenaje al Dios del Cielo rogándole la bonanza en las cosechas. Se ubica dentro del parque Tiantan, cuyas dimensiones doblan a las de la Ciudad Prohibida, y supone un vergel de ocio y esparcimiento para los pekineses.
Lugares públicos
La Plaza de Tiananmen, la más grande del mundo, es el epicentro de la capital y escenario de desfiles y actos multitudinarios. Desde allí se accede a la Ciudad Prohibida y en sus flancos se ubican el Museo de Historia, el Museo Nacional de China, el Monumento a los Héroes del Pueblo y la sede gubernamental.
En el centro de tan imponente explanada (880 metros de norte a sur por 500 metros de este a oeste) se emplaza el Mausoleo de Mao Zedong donde reposan los restos mortales embalsamados del líder comunista. Entrar a visitarlo exige de inmensas dosis de paciencia debido a las grandes colas para rendir homenaje al “padre de la patria”.
Y para poner el colofón a la visita a Pekin no debemos de olvidar caminar por los llamados “hutong”, pintorescos callejones con antiquísimas viviendas familiares de planta baja en patios comunitarios que se hallan en el centro de la ciudad o darse una vuelta por el mercadillo más popular de la ciudad, el de Liulichang, donde encontraremos ropa, artesanía o antigüedades.
Muralla y Tumbas Ming
En las proximidades de la capital, a 50 kilómetros, descubriremos la meganecrópolis conocida como las Tumbas Ming, en la que reposan los restos mortales de trece soberanos de esta dinastía. Más que mausoleos son palacios, donde además se han hallado numerosos objetos de extraordinaria valía de uso personal de los monarcas.
Y un poco más allá, a 80 kilómetros de Pekin, llegaremos a Badaling, punto desde el cual accederemos a una de las zonas restauradas de la legendaria Muralla China. Dice la leyenda que es el único monumento visible desde el espacio,aunque esta afirmación es más mito que realidad. La Gran Muralla es una estructura de piedra caliza y granito que alcanza una longitud total de 6.350 kilómetros. Una pieza única en la arquitectura mundial.