Dos personajes tan ilustres como Bernard Shaw y Diocleciano no se privaron en elogiar y elegir a ambas ciudades. Mientras que el dramaturgo irlandés y premio Nobel de Literatura dijo aquella frase de que quién quisiese ver el paraíso en la Tierra “tiene que venir a Dubrovnik”, el emperador levantó en Split el palacio que lleva su nombre para vivir un plácido retiro previo a su muerte en la ciudad que le vio nacer, precisamente el único césar romano que dejó voluntariamente su cargo.
Ambas ciudades, dos exuberantes miradores al Adriático, separadas por poco más de doscientos kilómetros pero unidas por su extraordinaria belleza. Dos ciudades que son Patrimonio de la Humanidad.
Dubrovnik: mediterránea, bizantina y eslava
Dubrovnik sufrió en 1991 un terrible asedio de seis meses durante la guerra serbo-croata, pero aún quedando devastada resurgió cual ave fénix y logró que su vasto patrimonio histórico fuese recuperado paulatinamente, a pesar de que las tropas serbias provocaran incendios en bastantes palacetes y edificios de su antiguo casco urbano y algunos museos de la ciudad fueran saqueados.
Pero Dubrovnik, como decíamos, recobró la belleza de su centro histórico, ese que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 1979, recobrando en los años siguientes a la guerra de los Balcanes su ancestral estampa.
De siempre se ha considerado que la ciudad dálmata mezcla intramuros el aroma de tres diferentes culturas. Su aspecto es mediterráneo, su interior conserva huellas bizantinas y en el ambiente sobrevuela un sabor eslavo.
Dubrovnik es una ciudad amurallada, de vetustas calles adoquinadas y peatonales, trufada de antiguos palacetes y viejas iglesias, de mercados callejeros de artesanía y representaciones de artistas callejeros, ya sea teatrales o musicales.
Al interior de las murallas que circundan la urbe se puede acceder a través de dos históricas puertas, la de Pile y Ploce, prácticamente intactas desde su construcción durante los siglos XVI y XVII, respectivamente.
Desde la primera de las mencionadas se accede a Stradun, la principal calle y eje sobre el que gira toda la vida de la ciudad. Peatonal en su totalidad, en ella se ubican las tiendas de mayor relumbre, así como los más coloridos y animados restaurantes, cervecerías y cafeterías.
¿Qué merece la pena ver en Dubrovnik? Desde luego el Palacio del Rector –una mezcla de gótico y renacentista y centro del poder político en los siglos de esplendor de la ciudad–, la catedral de Velika Gospa o la Asunción –erigida sobre una antigua basílica bizantina, de estilo barroco– y el Palacio Sponza –una señorial edificación del medievo con espectaculares tallas de piedra y mármol–.
Otras construcciones dignas de ver son la fuente de Onofrio –el punto neurálgico de la antigua ciudad, lugar desde donde se abastecía de agua a toda la población–, la Torre Minceta –la fortificación más elevada de las murallas de Dubrovnik con espectaculares vistas panorámicas del mar Adriático y la ciudad– y la Torre Lovrjenac –la balconada de la urbe al mar, que alcanza una altura aproximada de cuarenta metros–.
Split: romana, bizantina y veneciana
Capital de la región croata de Dalmacia, Split es toda una reliquia cultural con unos paisajes urbanos interesantísimos y una arquitectura que combina lo romano, lo bizantino y lo veneciano. Una ciudad cuyo origen no se discute; el emperador Diocleciano nació, murió y le dio esplendor.
El edificio más representativo y Patrimonio de la Humanidad al igual que toda la ciudad, el Palacio de Diocleciano –en honor al emperador de Roma nacido allí en el año 245 y que se erigió como hogar para su retiro– se sitúa junto al mar y fue levantado sobre una compleja red de pasadizos subterráneos.
Dentro alberga el Templo de Júpiter, el antiguo mausoleo del césar, vigilado por una esfinge de granito negro traída desde Egipto y a sus pies reposa una gran pila bautismal que data del siglo XII.
Tan importante construcción, que en realidad fue una fortaleza, se asemeja en su construcción a una ciudad romana. La entrada a la muralla cuenta con cuatro accesos: la puerta Aurea, la Argentea, la Ferrea y la Aenea. Y en su interior se encuentra la catedral de San Domnius, uno de los edificios cristianos más antiguos del mundo.
Pero al margen del Palacio en Split también sobresalen sus agraciadas plazas como el de la Fruta –antiguo lugar que acogía un mercado callejero–, la de la República –ubicada en el mismo paseo marítimo y circundada por edificios renacentistas– y la del Pueblo –la más aristócrata de todas y en la que se ubica el famoso reloj con esfera de 24 horas–.
Y para finalizar no nos podemos quedar sin dar un paseo por su elegante paseo marítimo conocido popularmente como Riva , corazón de la ciudad con sus ambientados restaurantes, tiendas y cafés, o de subir hasta la colina Marjan, el mirador de Split desde se contempla toda la urbe.