Pocos esperaban que los resultados electorales del 14 de febrero fueran a ser tan endiablados. Se estimaba que los datos de los comicios fueran ajustados pero no que fuera a ser un tetris de partidos en el que cuando se mueve uno hacia un lado, sea hacia la gobernabilidad o hacia el bloqueo político, el resto se mueven en consecuencia. El ganador moral de las elecciones, Salvador Illa, presiona a los partidos constitucionalistas y a la izquierda catalana para permitir una investidura con la que “pasar página” en Cataluña “tras una década perdida marcada por la decadencia y la orfandad política por el procés”. Sin embargo, el vicepresidente en funciones de la Generalitat, Pere Aragonès, también pretende convertirse en líder del ejecutivo catalán.
Illa pretende plasmar la alianza nacional de Sánchez en Cataluña: un gobierno bipartito con En Comú Podem y con el apoyo externo de los republicanos catalanes. Sin embargo, esta fórmula parece no gustar a Esquerra, que por un lado querría alicatar el apoyo independentista de la posconvergencia catalana pero, por otro, también quiere alcanzar acuerdos transversales con todo el Parlament. La candidata de JxCAT, Laura Borràs, no quiere solo un acuerdo de investidura o de Presupuestos, sino de legislatura. De esta manera, se garantizaría el tener influencia desde el Palau de la Generalitat. No obstante, el acuerdo se puede convertir en algo peliagudo, una posibilidad que el propio Aragonès asume y ante la que aseguró el pasado martes que “ERC está preparada para gobernar en solitario”. Esta sería una fórmula curiosa: uno de los dos partidos independentistas en el gobierno, con minoría en el Parlament pero alcanzando acuerdos a izquierda en materia social, sanitaria y educativa y en materia política, pro-independencia, con Borrás y la CUP.
Y en este escenario poco pinta la derecha nacional. Vox será el único partido que tenga cierta influencia y relevancia en una sesión de investidura como líder de la derecha española en la cámara catalana al ser el partido con más peso de la derecha por delante de Ciudadanos y del PP. Un desorientado Carlos Carrizosa habrá perdido todo el fuelle y peso que tenía hasta la convocatoria electoral del 14 de febrero. El líder de Ciudadanos en la Generalitat ha perdido el derecho de ensalzarse como el gran partido de centro constitucionalista para servir de encuentro para toda la sociedad catalana. Menos aún podrá decir Alejandro Fernández, el político con representación menos votado en estas elecciones. El proyecto del PP se vuelve a disolver un poco más aún.
La CUP incluso ha recogido el guante de Aragonès sobre la formación de un cuatripartito entre los republicanos, JxCAT, En Comú Podem y los antisistema con tal de alcanzar “la autodeterminación del pueblo catalán” que suponga “el fin de la represión”. Lo que está claro es que urge un nuevo gobierno que vele por todos los catalanes, no solo por unos u otros votantes, sino por el conjunto del pueblo catalán, de ese del que tanto se llenan la boca todos pero que tan poco parece importar ahora.