Nos remontamos al año 1953, en una barriada cordobesa humilde, cercana a la Fuensanta, el aspecto de aquel lugar era muy distinto del que podemos observar a día de hoy, la mayor parte de aquella barriada apenas empezaba a estar asfaltada, los caminos se hacían difíciles y más en fechas frías y de hambre como eran por entonces las navidades. Adolfo era padre de familia, vivía muy cerca de un cruce de caminos llamado “Piel de Paño” entre los vecinos de la zona, en la ciudad de Córdoba, dicho cruce era lo que limitaba la ciudad de las casas mas rurales. Las navidades iban a ser muy duras para la familia Salmerón, Adolfo no estaba teniendo un buen año con sus tierras, pero pese a ello, quería dar a su mujer y tres hijos una alegría…
La noche del 23 de diciembre de 1953, Adolfo se adentró en los bastos terrenos rurales en busca de Celino, este tenía ganado y tierras al igual que el propio Adolfo, la intención de aquel pobre hombre y padre de familia era conseguir un buen trato, cargaba a sus espaldas dos forjas de productos de su huerta, patatas principalmente. La noche alcanzó al joven Adolfo en pleno campo, una luna llena y brillante iluminaba el camino de tierra y arbustos, tras dos horas de caminata, Adolfo llegó a la casa de Celino. El trato no fue beneficioso para Celino, pero este sabía de las dificultades que atravesaba Adolfo y consciente de que tenía mujer y tres hijos decidió cambiarle las dos forjas por un ternero joven con el que podrían tener carne para todas las navidades, o eso pensaba él.
“Deberías haber venido esta mañana, caminar de noche por estos terrenos… bueno ya sabes, lo que se comenta, el mismísimo demonio asoma por entre los matorrales cuando cae la noche…”. Tonterías, pensó Adolfo, que ató las patas delanteras y traseras del animal y lo cargó a sus hombros como si de un saco se tratase, se despidió de Celino y le agradeció aquel trato, para poner rumbo a su casa, dos horas de camino le esperaban en plena noche cordobesa.
Adolfo comenzó a paso ligero, quería llegar pronto junto a su mujer y darle la buena nueva, pero a los pocos minutos de dejar el caserón de Celino empezó a tener la extraña sensación de que algo no iba bien, sentía como si de cada arbusto de ambos lados del camino de tierra, alguien le observase, recordaba las palabras de Celino y la advertencia sobre el maligno, empezó a ponerse realmente nervioso. Serían las 2:30 de la madrugada, apenas a unos minutos de alcanzar el cruce de caminos de Piel de Paño y adentrarse en la Córdoba más urbanita, cuando empezó a sentir que el ternero que llevaba a su espalda pesaba más de lo normal, además de eso, escuchaba tras de si como un arrastrar, como si más que llevar el ternero a hombros, lo estuviese arrastrando por tierra… fue entonces cuando giró la cabeza y el horror se apoderó de Adolfo, observó como las patas de aquel animal llegaban desde su espalda al suelo, habían crecido de manera desorbitada, justo cuando estaba a punto de lanzar al animal al suelo, Adolfo observó como el ternero giró la cabeza y mirándolo a los ojos el animal le dijo mientras le enseñaba los dientes “tu padre tiene los dientes como yo…”, la voz de aquel ternero provenía del mismísimo infierno, Adolfo dejó caer en peso muerto al animal y corrió sin mirar atrás…
Llegó a casa y jamás contó lo que le había sucedido, hasta ahora. Lo que nunca jamás volvió a hacer, es cruzar hasta casa de Celino ni alrededores una vez el sol se ponía en Córdoba, eran varias las personas de aquella época que hablaban de extraños encuentros en la noche, hasta la noche de Piel de Paño, Adolfo nunca lo creyó…