Dos semanas después, seguimos con la misma matraca: “Solo para fans de Freddie”. A tenor de las cifras de taquilla, es indudable que habrá jóvenes que habrán acudido a ver Bohemian Rhapsody casi sin referencias musicales sobre Queen, y habrán salido de la sala convertidos en entusiastas seguidores de la banda.
Al igual que muchas películas están trufadas de clichés, estereotipos y situaciones calcadas de otras cintas, las críticas se repiten en base a un hilo conductor de recurso fácil. Estas herramientas se utilizan indistintamente para evaluar un western que un musical, un drama costumbrista que un thriller erótico, una de terror que una comedia romántica. Taquillera, comercial, previsible,… son calificativos despectivos que, en ocasiones, se emplean de manera gratuita cuando a quien formula el análisis no le agrada lo que acaba de ver.
[Sumario]
El crítico cinematográfico se equivoca cuando olvida que lo que sus artículos reflejan es, en su mayor parte, una opinión personal, aunque fundamentada en elementos objetivos. El error se convierte en mayúsculo si lo que se pretende es sentar cátedra. Y esto, para desgracia de los lectores, a algunos les aflora de manera natural.
Un prestigioso periodista español escribía recientemente que “A Freddie nunca se le ve en acción, y el sexo se limita a besos románticos con su amor platónico femenino, Mary Austin, y con su última pareja, Jim Huttton, pero sin polvos, ni de los unos ni de los otros, salvo los restos del naufragio de la coca y el billete enrollado sobre una mesa tras una noche de farra”. ¿Es denunciable la falta de escenas de sexo y drogas en un biopic sobre Freddie Mercury? No es descartable que la industria del porno tome buena nota y se apreste a rodar una versión que satisfaga a todos aquellos que echan de menos la acción.
Decía Alfred Hitchcock que la llegada del sonoro supuso la pérdida del estilo cinematográfico y de toda fantasía. Quizá sea una teoría exagerada, pero lo cierto es que el mago del suspense predicaba con el ejemplo: los cinco primeros minutos de La ventana indiscreta (1954) carecen de diálogo alguno y, sin embargo, la información proporcionada es abundante. Si el espectador contempla una mesa con restos de droga, se imagina lo que ha sucedido esa noche en la mansión de Freddie sin que nadie se lo cuente. Pensar lo contrario sería un insulto a su inteligencia.