Cristina Cifuentes ya no soporta más presiones y se va. Sola y apaleada. La noticia llega un mes después de salir a la luz el escándalo de su máster regalado y tras defenderse con una coartada absurda e insostenible. La resistencia tiene un límite. Sus compañeros de partido, esos que la han aplaudido y vitoreado en público, le han señalado la puerta de salida en privado. La aparición de un vídeo de 2011, publicado por OK Diario, en el que presuntamente se le acusaba del hurto de dos cremas en un supermercado, ha sido la gota que ha colmado el vaso.
Cifuentes se marcha, pero no lo hace arrepentida. Se vuelve a poner ese traje de víctima que tanto le gusta. Una vez más, no reconoce sus mentiras y se agarra al clavo ardiendo de la conspiración. Campaña de acoso y derribo contra su persona, traspaso de líneas rojas, espías, dosieres…, son los titulares que nos ha dejado en su comparecencia de despedida. El mismo discurso de siempre.
La ya expresidenta se escuda en su lucha contra la corrupción para seguir sosteniendo que hay una persecución contra ella. Pero lo cierto es que han sido sus propios errores los que han cavado su fosa política. Y su ingenuidad. Porque hay que ser muy ingenua para creer que, en la era digital, donde la privacidad es prácticamente nula y siempre hay alguien con acceso directo a las virtudes y las miserias del prójimo, las trampas y los secretos se pueden ocultar para siempre.
Por el momento, Cifuentes dimite como presidenta de la Comunidad. Sobre sus otros cargos, el escaño y la presidencia del PP madrileño, no se ha pronunciado. ¿Y ahora qué? La pelota está en el tejado de los grupos de la oposición. El PSOE recibe una ocasión inesperada, Podemos intentará alejar el foco mediático de su galopante crisis interna, y levanta una gran expectación la estrategia que pueda adoptar Ciudadanos. La formación naranja se encuentra con una patata caliente inoportuna y tendrá que hilar muy fino, porque la postura que tome en este caso repercutirá directamente en los próximos comicios.