La portavoz Irene Montero ha creado revuelo con sus palabras frente al micrófono. “Mañana hay un acto (…) con diferentes portavoces y portavozas del grupo parlamentario confederal…”. La directiva de Podemos sabía perfectamente la repercusión que iban a tener dichas declaraciones, conocedora del ambiente tiraba esta flecha envenenada al corazón de la lingüística. No dista mucho de la situación sufrida con la ya célebre (por burla y no por reivindicación de la igualdad) “miembras” de Bibiana Aído.
Se presupone que toda persona que ha crecido en España posee una serie de conocimientos otorgados en la educación gratuita y obligatoria. Uno de ellos es la capacidad de flexionar los sustantivos de forma correcta, esto implica conocer los diferentes casos de nombres. Existen palabras que tienen terminaciones distintas en condición del género al que se refieren (ministro/ ministra), también hay sustantivos que no varían dependiendo del género, es decir, solo se distinguen por el artículo o el adjetivo (el policía/ la policía). Partiendo de esta base, el plural masculino se utiliza para denominar un grupo de género diverso, actuando como un género neutro; esto implica que si es un grupo homogéneo de mujeres se utilice el plural del femenino únicamente, si se quiere hacer referencia a un conjunto compuesto solo por varones y que el receptor no caiga en confusión se debe especificar (los varones/ hombres policías). De esto se puede deducir que técnicamente el plural masculino se desliga de su género para formar un concepto neutro, sin género. En consecuencia, las palabras de Montero pierden fuerza poco a poco.
Portavoz es una palabra compuesta por portar- y -voz, por ello no tiene género alguno, es la persona que porta la voz. Si se quiere ser más técnico la primera definición de la RAE es “Persona que está autorizada para hablar en nombre y representación de un grupo o de cualquier institución o entidad”. ¿Dónde cabe aquí la controversia de género?
Obviamente, la militante del partido morado no buscaba la real reflexión sobre la palabra, sino reivindicar la búsqueda de igualdad en general en la lengua, lamentablemente de manera desacertada. Se suma a la corriente de buscar la abolición del plural masculino anteriormente analizado para buscar una terminación afín a sus gustos, claro ejemplo es la “x” que poco a poco está tomando fuerza en las redes sociales y la repetición de la palabra pero con el género cambiado.
El segundo caso afecta de manera directa al principio de economía lingüística en el que todo hablante debe ser breve, conciso y claro; y obviamente alargar de manera artificial una frase no obedece a tal norma. La solución a no quedarse estancado, en utilizar el doble de palabras de las necesarias es la convención del plural masculino, que bien podría ser mirado como algo impuesto de un sistema patriarcal o una mera convención que desliga cualquier género a una palabra para el buen comunicar entre parlantes.
Sin embargo, la cuestión no se encuentra en la propia lengua (en esta cuestión, en otras sería otro debate), realmente el machismo radica en la mente del hablante que no es capaz de abstraerse e imagina que el plural masculino solo hace referencia a varones. Si un individuo al escuchar “niños” solo se imagina varones, el problema radica en su mente que no es capaz de comprender que las letras -os no se refieren solo a hombres. Un ejemplo chapuza pero claro es el hecho de pensar solo en boquerones cuando dicen peces, el problema no es de la palabra, sino del entendimiento de la persona. El plural masculino sirve como neutro, bien se podría llamar neutro si lo que molesta es la palabra “masculino”, y no corresponde con ningún machismo al que se le quiera sacar punta en la actualidad. La lengua es usufructo de la comunidad parlante pero tiene una serie de normas que facilitan y dinamizan el hablar entre individuos.
