Para sobrevivir, la monarquía tiene que parecer algo adaptable a la democracia, que se entiende cada vez más como un sistema participativo al máximo nivel, es decir, que permita a la gente elegir sobre él, como se hace con otras instituciones. No sé si perciben cuánto daño hace a la monarquía que el rey se vaya con la sospecha de que no rendirá cuentas con la justicia. Es probablemente la peor decisión que podrían haber tomado.
Es complejo plantear un referéndum sobre una institución en crisis, porque las respuestas pueden estar muy condicionadas: o se hace una defensa exacerbada para recoger lo que queda de ella, o se plantea el derribo del sistema para construir uno nuevo. Pero la reflexión tiene que llegar. El debate puede ser lo paulatino que considere el Gobierno, pero hay que preguntar a la gente. Quizá hay que exigir al PSOE que se posicione. Habría que saber si son republicanos o no, si son monárquicos o felipistas o cómo va esto. Tiene probablemente el papel más complicado porque tiene que hacer equilibrios entre facciones de su partido e incluso entre sentimientos de país. Y cuando una institución implosiona de esta forma, nunca se sabe qué puede provocar.
Pero no se puede renovar una institución si muchos ya no confían en ella; es como si vas a un bar, pides una tortilla y te la traen sin cebolla: no vas a volver nunca porque ya te han traicionado. Lo peor es esa sensación que le queda a mucha gente: este paisano se va, pero no devuelve lo que nos debe. En el comunicado dice que estará a lo que diga la justicia española, aunque se vaya. El problema es que si sabes que puedes tener asuntos judiciales en un país y quieres colaborar, lo último que haces es irte, entre otras cosas porque intuyes que tendrás que volver para hablar con el juez que te investigue. Porque te llamará si al final tienes que tocar banquillo. Pero claro, cuando uno se va de vacaciones lo primero que suele hacer es apagar el móvil.
La monarquía debe enhebrarnos una imagen como país fuera, donde otros no llegan. Lo grave es que falló justo donde no tenía que hacerlo: nos está dando mala imagen. En la prensa internacional no se está diciendo que el rey se va para no empedrar más el camino de Felipe; la idea que traslada es que Juan Carlos huye por sus corruptelas. Los periódicos extranjeros no siempre enfocan todo lo que deberían, pero forman a los ojos que nos miran desde fuera. Y menudas cataratas.
Felipe ahora lo tiene difícil: la supernova que salga del debate sobre la monarquía puede desbarajustar todo un modelo de Estado. Puede ser él el que conduzca, pero tiene que ir con cuidado: cuando se desprende, esa energía suele ser incontrolable. Y cuando la estrella es demasiado grande, la supernova puede incluso derivar en un agujero negro. Y ahí ya sí que no hay salida.