Se llama Felicidad. Tiene setenta y tantos, y trabaja de sol a sol. Su dedicación indeleble es dar a los demás todo, por poco a cambio. Se llama Felicidad y todos mis seres queridos la han conocido, más o menos tiempo, y todos la recuerdan. Saben quién es, han visto su rosto y, algunas veces, le han dado un abrazo. Todos lloran un adiós, cada uno a manera.
Hemos pasado tantos ratos y me has enseñado tanto (a encender la estufa, sin morir de miedo); hemos reído y nos hemos apuchurrado; hemos sentido el calor y el frío, la risa y momentos menos divertidos; pero hemos estado juntas en las cuatro estaciones durante más de una década; y, ahora, la calle que parece igual, nunca volverá a ser la misma; y, ahora que estamos preparadas para lo que viene, tenemos que prepararnos aún más. Ahora que jamás te voy a decir adiós, te has ido un rato, hasta que nos encontremos, al calor de la lumbre, cualquier invierno de estos. Ya sabes: te escribo, nos hablamos. Pongo algunas fotos aquí, que te gustará ver (y a mi). Ya sabes, te quiero.