Dan a trámite, los de las puñetas, tonterías tan grandes como la opinión de un periodista que no gusta a algunos, un chiste de cómico o una canción, mientras se niegan a actuar de oficio, contra estas hordas de sujetos con sotanas y otros disfraces subvencionados, cuya moral ha encontrado la Sodoma y Gomorra con la que tantas veces amenazan.
Se les atribuyen, mujeres, hijos, amantes, comilonas, dispendios, apropiaciones indebidas, falsedad de documentos: avaricia, gula, promiscuidad, en informes llenos de páginas con renglones que no llegan a ninguna parte. Son la ‘Banca’ de la moral que siempre gana. Ellos son los dioses que juegan con los corderos amaestrados, a los que piden limosna, condenan al infierno y prometen un paraíso del que guardan celosamente la llave. Hay indicativos de que han expoliado la imaginería ante la que se postran, las copas que llaman sagradas, cuadros, tapices… Y las almas de los inocentes.
Amenazan con el castigo divino de un dios que parece no conoce el amor, la comprensión, la solidaridad, la empatía ni el sosiego de quienes le siguen. Una vez me dijo un chaval, de no más de 12 años: “Qué religión tan triste. Un hombre muerto en una cruz; una mujer desgarrada por la muerte de su hijo. Es que, ¿ésta gente no tiene nada alegre?”. Esta gente parece que predica el terror, el miedo, la sumisión; viven de ello y disfrutan de lo de todos, sin aportar nada más que palabras, que hablan de entelequias; audaces en el engaño y profesionales del “divide y vencerás”.
Acostumbrados a gobernar en la sombra durante siglos, ya no le temen a nada; tiene sus propias leyes que les amparan y protegen; sus empresas y bancos les proveen de amistades, para otros, peligrosas; moneda y país propio, con lobby y correr nocturno de sotanas; caminan bajo palio al olor del incienso y trajes de oro, financiados por el óvolo de los pobres. Y miedo, siempre; infundir miedo y sembrar pecados… y sembrar sus pecados, por la tierra donde cabalgan, libres como el viento. Son los Intocables. ¿Hasta dónde?, ¿hasta cuándo?