Sí, así es. A miles de ciudadanos les gustaría que esto no fuera sólo un titular; miles quieren que sea una realidad, para que la empatía, el ponerse en los zapatos del otro, cunda y salga del saco lleno de palabras vacías, y se instale en la realidad nacional; esa, que los de los 12 al mes rehúyen, con el mismo pánico que les produce intuir que van a perder ‘su’ sillonazo.
Cuando se creó un subsidio para aquellos parados que, superados los 52 años, no tuvieran prestación alguna, parecía una locura. ¿Subsidiados a los 52?, ¿se acaba su vida laboral?, ¿es una ayuda o una sentencia? Después se descubrió la trama del engaño: sentenciados. Más tarde, el Atila Rajoy vendió el país a una Merkel insaciable de reformas. ¿Reformas? Sí, los eufemismos alcanzaron su cum lauden y millones de trabajadores fueron despedidos, con especial virulencia, los que superaban los 50 años.
Aquí, doble trampa: el cómputo de cotizaciones para la jubilación (rebaja significativa en la mensualidad de ese derecho pagado) y, tan insólito como verdad, se mandó a la mierda el conocimiento y la experiencia, en pos de un contenedor de contratos basura listos para machacar a la ‘generación más preparada’; sí, la misma que tuvo que irse de su casa en busca de futuro, la eventual, la cuatrocientos eurista, la seiscientos eurista. Y la miseria estaba servida. El horizonte ardió, para la caravana de cincuentones, con acceso a unos cursos irrisorios, que rara vez facilitan el regreso al ámbito laboral. No nos querían, no íbamos a volver, no les interesamos, no volverían a pensar en nosotros.
Ahí quedamos miles de mujeres con hijos a cargo y 430 euros para todo y todos. Mujeres y hombres obligados a la economía sumergida: limpiar casas, echar horas, sacar papas… Cualquier miseria que enjugara las lágrimas del 20 de cada mes, de sacar a los chavales de la Universidad, de calentarse con mantas en invierno y proveerse de un hornillo para hacer de un pollo 6 comidas, de una comida un plato de arroz con salchichas, una bombilla para todos, con los 4 enseres en la calle y la calle como único techo: los desahucios, los suicidios, las deudas infinitas con la Banca usurera y carroñera: después de pagar y después de no poder pagar, les debes, te echan y les debes de por viva.
Allí está la empatía, la solidaridad, la cobertura social, el amparo… Lejos, imposible de alcanzar; ajena a la realidad y próxima a la entelequia. Recodar que primero se accedía a la pobreza con 52 años; luego, con 55; ahora se lucha por volver a los 52; lo peor llega cuando alcanzas los 60. Entonces, ni para adelante, ni para atrás. Este pasaporte a la inmundicia ha subido 3 euros al mes, en 3 años; parece que lo mismo que la luz, el gas, el agua, los gastos de comunidad, el carburante, la alimentación… La razón está en el IPREM (Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples), una basura inventada para justificar mentiras por verdades, y no aplicar el SMI, hasta ahora (700), un sueldo que sufren millones de trabajadores, para que la miseria les inunde, el miedo les atenace y perezcan maltratados.
Ya dijo Blas de Otero: “solo me queda la palabra” y una sucesión de batallas, con resultado desfavorable, que van a concluir en… Tal vez en nada, o no. A miles de ciudadanos les gustaría que esto no fuera sólo un titular.
