El viejo oficio del periodismo, el de los pilares más básicos, lejos de la politización, que defiende la verdad ante todo, es el histórico enemigo del viejo oficio de la política. No obstante, el viejo oficio de la política no ha terminado nunca de aceptar esa enemistad y se esfuerza, cada día más, en mantener una relación tóxica mediante tratos de favor, presiones, intereses y, cómo no, dinero. Tener un periódico amigo es tener mucho más poder que el que ofrece un sillón en el congreso. Los pocos que no sucumben a los encantos envenenados de la autoridad política, estarán condenados a las amenazas, al acoso, a las querellas criminales y en algunas ocasiones, a la precariedad. Lo reconfortante de esa injusticia moral, es que los pocos que no sucumben a los encantos envenenados de la autoridad política, asoman la cabeza y lejos de agacharla, ofrecen la verdad más siniestra para darnos de comer democracia.
Cuando Cristina Cifuentes salió a dar explicaciones frente a la Asamblea de Madrid, en relación a la supuesta falsificación de su máster, salió enfadada con la oposición y con los periodistas que le habían llevado hasta allí. Había amenazado ya con querellar a Raquel Ejerique, redactora jefa de política social en Eldiario.es y al director del mismo medio, Ignacio Escolar. Alegó algo semejante a envidia, por haber sido una política ejemplar, que ha denunciado la corrupción de su partido, como si eso fuera un gesto de bondad y no lo que realmente tiene que hacer. Todos mentían, excepto ella. Su defensa, enfadada, resultó sospechosa. Lejos de mostrar una preocupación obvia por el cuestionamiento de su esfuerzo académico, se reía excesivamente mientras la oposición le leía la cartilla. Desde fuera, Escolar anunciaba, para las próximas horas, más información que desacreditaba lo que la política acababa de decir frente a la Asamblea. “¿De qué se ríe Cifuentes?”, se preguntaban periodistas y usuarios en redes sociales.
Asimismo, todo este escándalo de másteres falsos y esfuerzo analfabeto empieza a agrandarse y se cobra más nombres de la cúpula del Partido Popular y sus amiguetes. El más sonado, hasta ahora, es el del Vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado. Se le atribuye el mismo máster que a Cifuentes, el mismo tutor de TFM pero no se le recuerda en las clases. De hecho, él mismo alega no acordarse de si asistió o no al aula pero sí de que posee el título. Seguramente, cuando la bola de contradicciones se haga más grande, también querrá llevar a algún que otro periódico a las mazmorras, con los malvados.
El periodismo, dejando a un lado sus malas y bochornosas prácticas, como en el caso del pequeño Gabriel, ha salido de cacería por una buena causa. Todo este escándalo, que empezó como una anécdota y que continúa con muchos más nombres en la palestra que el de Cristina Cifuentes, recuerda a aquella maravilla periodística del escándalo Watergate, que hizo dimitir de la presidencia de Estados Unidos al mismísimo Richard Nixon. Cuando al viejo oficio de la política se le escapan de sus garras algunos practicantes del viejo oficio del periodismo; cuando no se necesita publicidad institucional para darle a las teclas; cuando no se trabaja en base a la agenda que la política tiene preparada para los medios, con un sinfín de teletipos y ruedas de prensa, la sociedad lo nota. Incluso enfadados por las mentiras que siempre hondean en la política, los charlatanes de bar, los padres y madres de universitarios que desayunan a las diez, esa camarera que les atiende y que estudia un máster por las tardes, se sienten un poco triunfantes porque alguien, al fin, les ha contado la verdad.
Toda esta red de mentiras, preparada única y exclusivamente para nosotros, con capturas de pantallas que huelen a manipulación desde Plutón, con correos electrónicos como documentos verosímiles, con firmas, notas y certificados falsificados, con trabajos de fin de máster inexistentes, ha caído ante nuestros ojos gracias a un juego periodístico increíblemente inteligente. Mientras Cifuentes, y ahora Pablo Casado, y después todos los que vendrán, tiran de documentos de plástico para defender su honorabilidad, llenándose de contradicciones por desconocer qué información posee el adversario periodístico, la sociedad gana en salud democrática. Esta España, tan hundida en la miseria, tan enfadada con la política y crítica con los medios de comunicación, ha visto, contra todo pronóstico, que algunos periodistas se llenan las botas de barro y juegan en su favor, dándole a España la dignidad que el poder, con sus escándalos e infamias, le ha arrebatado.
Digamos que en esta vieja e histórica lucha entre políticos y periodistas, entre la realidad y el adorno, entre la sociedad y el poder, como en aquellos tiempos de Watergate, la ha empezado a ganar el viejo oficio del periodismo, el de los pilares más básicos, el de verdad. Pero la partida continúa a medias. Me encantaría decir que todos los deshonrosos estudiantes están cayendo como moscas pero aquí, del politiqueo, no dimite, como dirían en mi tierra, “ni el tato”. Veremos cómo acaba.