Un familiar antepasado del príncipe Harry de Inglaterra tuvo que renunciar a sus derechos reales para poder casarse con una divorciada. Ese familiar fue nada más y nada menos que el rey Eduardo VIII de Inglaterra en 1936, cuando tuvo que abdicar del trono por amor. Enamorarse de una estadounidense divorciada, llamada Wallis Simpson, le costó la corona. La suerte para el príncipe Harry ha sido que su abuela, la reina Isabel II, decidió (muy tarde, pero lo hizo) reformar hacia la modernidad el asunto de las bodas reales. Su nieto, el hijo pequeño de la recordada Diana de Gales, podrá contraer matrimonio con la actriz estadounidense divorciada Meghan Markle sin perder sus derechos dinásticos a heredar la Corona británica.
La joven pareja tiene la bendición de la reina Isabel y además no tendrán que renunciar a la ceremonia religiosa, debido a que en 2002 la Iglesia de Inglaterra acordó que quienes estén divorciados pueden casarse nuevamente en esa institución, incluso admitiendo que Meghan es católica. Es decir, no tendrá que convertirse al anglicanismo y, a diferencia de su fe católica, podrá casarse otra vez por la iglesia a pesar de ser divorciada.
El contexto social e histórico es muy distinto que en la época del rey abdicado, Eduardo VIII, sin embargo el futuro ingreso de Meghan Markle en la familia real británica no ha dejado de ser calificado como extraordinario por los medios de comunicación británicos. Las sensaciones generales son de felicidad, de enhorabuena para la pareja desde la sociedad británica y la estadounidense, pero no dejan de destacarse ciertos rasgos personales de la joven prometida; algunos de sesgo racista, por ser de madre afroamericana.
[Sumario]
Esos prejuicios saltaron a algunos medios porque la actriz será la primera persona mestiza que llega a la familia real británica. Destacan como algo “exótico” para el mundo anglosajón que el príncipe Harry formará con su prometida la primera pareja real interracial. Sin embargo, no destacan que la bella actriz mulata es también activista social.
Meghan Markle es colaboradora de Naciones Unidas, promotora y portavoz de los derechos de las mujeres. Uno de sus últimos actos para la ONU fue un discurso en el marco del Día Internacional de la Mujer, agradecido y ovacionado en pie por todos los presentes, entre ellos el ex secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.
