Paralelismos de la pandemia de hoy y las epidemias de ayer de A Coruña

Es asombroso comprobar cómo La Coruña de hoy se toca con otras centenarias para combatir una penosa y desconocida enfermedad como la que ahora tiene en vilo a todo el Planeta.
Carlos A. Sánchez
España
30.10.2020
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A Coruña ha sufrido en no pocas ocasiones el horror de las epidemias. Sin el progreso de la ciencia, que en el siglo de oro español no avanzaba una barbaridad como rezaría la popular zarzuela de La Verbena de la Paloma en 1894, la sociedad soportaba entonces el desgarrador zarpazo de la muerte como consecuencia de una extraña enfermedad. El miedo se expandió por la ciudad con cada una de las nuevas sacudidas. Las fiebres, la peste, el cólera, el tifus, …, fueron enfermedades infecciosas producidas por bacterias que sembraron el terror. El tiempo y el conocimiento sobre el terreno de cada una de las calamidades formaron parte del plan de resistencia a ciegas de aquellos antepasados que nos precedieron para conseguir aplacar las oleadas de contagios.

Hoy a la rara enfermedad que nos tiene conmocionados la conocemos como extraña neumonía, la popular Covid 19 que ya llevaba un largo y agobiante año. Con mucha más ciencia ahora para reconocer un problema de salud pública, y con planes teóricamente más eficaces y más rápidos, lo cierto es que seguimos tirando de medidas y comportamientos medievales para resistir ante la pandemia de la Covid. Hoy, con medios de información que aceleran la divulgación de las acciones a tomar, así como el conocimiento de la amenaza sanitaria, algunas de las alertas compartidas a la población son asombrosamente similares a las de antaño, lo que hace que presente y pasado nos ligue sorprendentemente y de alguna forma a aquellas sociedades que residieron en la península coruñesa.

Es pasmoso comprobar cómo el ser humano se vuelve pequeño ante un bichito invisible, a pesar de todo el arsenal científico del que goza la sociedad del 5G, la Wi-Fi y la televisión de pago. Una ciencia insuficientemente, y poco valorada hasta antes de la pandemia, por quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones y gestionar unos presupuestos públicos ante la necesidad de dar respuesta a las exigencias sociales que piden socorro y auxilio. Otra singularidad que estrecha la sociedad de ayer con la de hoy. Y echando la vista atrás se comprueba con perplejidad que para aplacar una plaga mortífera como la que arrasa la salud y arruina la economía de nuestros días tan solo puede echar mano de medidas de protección medievales como el confinamiento, la separación de los enfermos o la profilaxis de la higiene. Aquellas medidas vuelven a cobrar vigencia como nunca y son tan útiles, eficaces y necesarias como entonces.

Entre la mitad del siglo XVI y principios del XVII A Coruña sufrió el azote de las mortíferas infecciones. Se achacó la entrada de las sucesivas pestes al tráfico marítimo que existía en diversos puntos de la geografía gallega y que acababan conectando con la ciudad herculina. Se cree que la enfermedad llegaba en barco desde el Mediterráneo y Portugal. Con el paso de los años, y haciendo la retrospectiva histórica adecuada, se puede contar el golpe de las distintas olas infecciosas que llegaron a la ciudad acotando los dramáticos períodos de contagios y muerte por años. Los historiadores Ana Romero y Xosé Alfeirán en 1997 documentan en su libro “Descubrir Coruña” las cruentas pestes de 1567 a 1570, la de 1574 a 1580, siendo esta la más larga con 6 largos años de sufrimiento, y las olas de 1608 a 1609, la de 1618 a 1620 y la de 1627 a 1632.  Al pavor enfermizo no se le ponían apellidos como ahora. Entonces, solo tenía un nombre mayestático: la peste.

El 18 de febrero de 1568, cuando la enfermedad ciscaba cadáveres, A Coruña tomó un acuerdo porque “era notorio que había pestilencia en el puerto e isla del “Grobe" (sic) y en los lugares allí de circunvecinos de la ría de Arosa” en donde ya se mandaba que se pusiesen “guardas en las puertas de esta ciudad y puerto”. Además se lanzaron pregones públicos en los que se informaba al pueblo que “ninguna persona de cualquier estado y condición que sea acoja en su casa ni fuera de ella, ni tenga contratación con ninguna persona vecino del dicho lugar, ni rías, so pena de doscientos azotes. Bajo igual pena se manda que todas las personas que vinieren en los navíos y barcos que aportaren al puerto de esta ciudad no salgan a tierra ni saquen sus mercaderías, hasta que sean vistas y examinadas por el señor corregidor o personas que para ello se señalaren”. Es decir, se practicaba la distancia social, la limitación de contactos a los convivientes y hasta se tomaban medidas de control para evitar introducir y tocar mercancías sospechosas de portar la infección, tal y como hoy hacemos con la compra que traemos del supermercado.

Sin sanidad pública ni nada que se le pareciese, llama la atención cómo el 8 de agosto de 1569 se tomaba otro acuerdo en la ciudad coruñesa en la que se designó a Pedro de Suso y Jácome Genovés, barberos de profesión, para que “desde hoy hasta todo el mes de noviembre”, es decir, durante cuatro meses, se actuase con quien residiese o estuviese en la ciudad “continuamente a sangrar”, dice el bando, para que “ sangren a todos los enfermos de peste y de otras enfermedades que durante el dicho tiempo hubiere en la ciudad y darles las medicinas conforme a una instrucción que se deja a Francisco Fernández, boticario, por lo cual se les ha de dar diez mil maravedís”.

De estos tiempos son más los negacionistas, pero de aquellos otros rezaba más el credo hasta el punto de que en marzo de 1570, creyendo tener la peste controlada, el pueblo coruñés salió en procesión a “dar gracias a Nuestro Señor Jesucristo por las mercedes que ha hecho a los vecinos de esta ciudad en quitar la enfermedad de peste que en ella hubo”, y así lo firmaron los regidores de la Coruña de finales del XVI, sede de instituciones que representaban a la Corona española.

La pesadilla, la conmoción y la angustia sembrada por las sucesivas epidemias encontró la tregua en la segunda mitad del siglo XVII, pero, las sacudidas y el terror fueron tan profundos que el miedo se instaló en las autoridades, por lo que las normas que se impusieron en los ayuntamientos fueron muy estrictas: control de viajeros y comerciantes en puertos, caminos y entradas en ciudades y villas.    

En el siglo XIX el confinamiento afectó a los buques y a sus tripulantes. Un acuerdo de la Junta Superior de Sanidad en octubre de 1820 ordenó el aislamiento para garantizar la seguridad sanitaria de la población. La cuarentena, entonces, duraba 24 días, tiempo en el que se comprobaba que el barco había partido de su punto de origen con una “Carta de sanidad limpia y sin nota” y que el estado de salud de la tripulación no habría sufrido ninguna alteración durante la travesía y el periodo de confinamiento a bordo, el cual se aprovechaba para “el ventileo y las fumigaciones”. Superado el requisito se les permitía pisar la ciudad herculina “a plática y comercio”, rezaba el acuerdo de la Junta de Sanidad al alcalde. Aunque hay que reconocer que siglos antes las cuarentenas a los navíos eran frecuentes y duraban cuarenta días.    

A mediados del siglo XIX, A Coruña pasó hambre y un nuevo golpe epidémico: el cólera. Además, en 1853 sobre A Coruña, provincia, cayó una gran nevada que trajo consigo un rosario de calamidades. En la Crónica de la provincia de la Coruña, firmada por Fernando Fulgosio, se recoge la crudeza con la que vivieron. “Llenáronse pueblos y ciudades de infinitos desventurados que venían de sus casas, no pidiendo dinero, sino pan. El clero y las autoridades hicieron todo género de esfuerzos para oponerse al mal. Por todas partes se establecieron juntas de beneficencia, y la caridad fue grande”. Las atrocidades de la cólera continuaron durante meses, llegando a coincidir con un cambio de gobierno político, y causando “tremendos estragos”, dicen las crónicas, en la ciudad de A Coruña.

A Coruña tuvo su Ifema particular en 1854. Fue el alcalde Juan Flórez y la Junta de Beneficencia municipal quienes tuvieron que tomar medidas municipales para poner en marcha la atención primaria de los infectados por el cólera. Las autoridades habilitaron cinco edificios como posibles hospitales, siendo tres edificios privados. La decisión provocó las protestas de sus propietarios. A pesar de que la actuación municipal fue rápida al finalizar el año se produjo un elevado número de víctimas del cólera, una peste que se conoció como la del morbo asiático. Así se lo comunicó Juan Flórez al gobernador civil de A Coruña. “Para el caso de que la epidemia que reina en la vecina provincia de Pontevedra llegue a propagarse a esta capital, ha considerado esta Junta de Beneficencia la necesidad de establecer hospitales en cinco puntos de la población a fin de prestar prontos y rápidos auxilios a los invadidos. Ha discurrido con este objeto sobre los edificios más convenientes y a propósito por sus condiciones higiénicas y de capacidad y por su situación; y después de toda meditación, ha designado para la ciudad alta la casa nº 6 de san Francisco, contigua al paseo jardín del baluarte de san Carlos; para el distrito de la derecha de la ciudad baja, la parte alta de la casa consistorial; para el distrito de la izquierda los nuevos almacenes que en la calle del Socorro ha construido don Francisco Pola y sirvieron de salones de bailes públicos; para el arrabal de Garás las casas que ocupan las escuelas públicas; y para el de Riazor la casa nº 22 de la propia calle”.

Igual que sucede hoy, con la estigmatización de quienes abandonan su lugar de residencia en Madrid para establecerse en A Coruña o cualquier otro punto de la geografía de Galicia huyendo de la pandemia de la Covid, en la Coruña de agosto de 1885 se podía leer como los “apestados” de la época procedían de Andalucía. “Los vapores de la compañía Vasco-Andaluza que llegan a Vigo procedentes de Sevilla, vienen completamente llenos de viajeros, decididos a pasar en esta comarca una temporada hasta que mejore la situación por que atraviesan algunas provincias de España”, explicaban en El Anunciador, diario de La Coruña y de Galicia, mencionando una información publicada por el Faro de Vigo. La reseña continuaba alertando que “en esos vapores vendrán viajeros procedentes de puntos infestados, y tal vez algunos puedan traer, y traigan, microbios, que o suelten al saltar en Piera en la ciudad de la Oliva, o bien aquí, en “la Coruña”, donde dichos buques tocan también, ¡Ojo!”, exclamaba la publicación.

A principios del siglo XX en A Coruña existían el Hospital de la Caridad, el Hospital de enfermedades infecto-contagiosas, la Casa de Socorro, y el Centro de desinfección. El reglamento general de los servicios municipales de Beneficencia y Sanidad de A Coruña en 1903 reformó un reglamento en el que se estipulaban los fines benéficos sanitarios que se aplicaban en la ciudad. Entre las nuevas normas destacaban la asistencia a domicilio, “a las familias pobres de la localidad” a los que había que procurar “cuantos auxilios médico quirúrgicos y farmacéuticos” que precisasen los enfermos. También debían “acoger a los pobres de solemnidad que sean naturales de la población o que se hallen avecindados o domiciliados en ella”. Para realizar “tan humanitarios fines” el ayuntamiento de A Coruña pudo contar con el Asilo municipal, el Hospital de Caridad, la casa de Socorro, el Hospital de enfermedades infecciosas y para dementes, la hospitalidad y los socorros domiciliarios, la hospitalidad pasajera en los casos necesarios, las vacunaciones y revacunaciones y los servicios de desenfección pública”.

El 16 noviembre de 1918 en un boletín obispal gallego se publicaba una Real Orden del Ministerio de Fomento, aprobada un mes antes, para tomar medidas a la vista de la situación que atravesaba España con una extensa epidemia que afectaba a todo el país. En particular, se hacía mención a la travesía del vapor español Infanta Isabel, porque en dicho pasaje se había desarrollado una epidemia. El vapor había partido de A Coruña y se dirigía a Las Palmas. “Creyendo la Inspección general de Sanidad que el mayor peligro para que se desarrollen y repitan estos hechos por la natural acumulación del pasaje, dependiendo del embarque de emigrantes y que por su falta de hábitos de higiene constituyen la materia más susceptible de propagación del contagio, en las formas más graves que presenta la citada dolencia”. El riesgo de que se descontrolase la el contagio de la enfermedad llevó a suspender temporalmente los permisos para emigrar ejecutando el articulado de una ley a tal efecto. El boletín de noticias del obispado anunciaba a los feligreses que “Su Majestad el Rey, de conformidad con la prescripción establecida en el artículo 15 de la ley de Emigración de 21 de diciembre de 1907, ha tenido a bien disponer que se suspenda temporalmente la emigración por los puertos de la Península autorizados para la misma”.

Otro ejemplo de paralelismos de ayer y hoy lo encontramos hace 100 años em el periódico Acción Coruñesa, periódico que se autodefinía como “defensor de los intereses de la capital de Galicia”, y en el que reservaba un espacio para alertar a la población de cómo actuar frente al Tifus. Entre las recomendaciones una de las medidas era “no visitar enfermos de fiebre tifoidea, y en caso de hacerlo no acercarse al tífico, ni tocar a objetos que pudieran ser contaminados por el o sus enfermeros”. Además, se pedía a los ciudadanos que antes de las comidas se limpiasen “muy bien las uñas y lavarse las manos, pues estas durante el día pudieran tocar objetos contaminados”. La desinfección de los lugares contaminados era una de las medidas profilácticas, tan de entonces como ahora. “Se utiliza para esto, entre otras substancias antisépticas, soluciones e hipoclorito de cal al diez por ciento”. Hoy se usa el alcohol de 96 grados o la lejía rebajadas con el mismo fin antiséptico. Además, se pedía desinfectar los vestidos y las ropas de los tíficos porque se creía que “suprimiría muy pronto la fiebre tifoidea” y, por último, se explicaba que si existía peligro de contagio se debía utilizar la vacuna “de resultado sorprendente y de uso frecuente en toda la epidemia de tifus”, aseguraba el medio coruñés en noviembre de 1920.

Como se puede ver, han pasado cientos de años, entre aquellos algunos de estos episodios y los que se viven con angustia en A Coruña de 2020. A pesar de los medios científicos al alcance, mucho más avanzados que en cualquiera de los momentos anteriormente mencionados, y de la desarrollada industria farmacéutica, el mundo de hoy, y la ciudad herculina, en particular, comparten los mismos miedos y unas medidas muy parecidas para combatir el posible contagio del terrorífico virus.    

Para saber más sobre esta publicación:

Delegación-Dirección Provincial de Sanidade e Consumo/Epidemioloxía e Loitas sanitarias

https://arquivo.galiciana.gal/arpadweb/es/consulta/registro.do?id=1309

 

 

Delegación-Dirección Provincial de Sanidade e Consumo/Sanidade Exterior/Expedientes de arribada de barcos

https://arquivo.galiciana.gal/arpadweb/es/consulta/registro.do?id=44456

 

 

Delegación-Dirección Provincial de Sanidade e Consumo/Sanidade Exterior/Expedientes de prevención de enfermidades infecciosas

https://arquivo.galiciana.gal/arpadweb/es/consulta/registro.do?id=44458

 

Sanatorio Marítimo Nacional de Oza

https://arquivo.galiciana.gal/arpadweb/es/consulta/registro.do?id=51741

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