Mensaje clave para Génova en estas elecciones: Galicia y Euskadi no se entienden en clave nacional, al menos no en el concpeto de nación de los populares. La criptonita del PP de Casado son las autonomías con identidad propia, y el experimento vasco (Ciudadanos: ¿quién?) ha demostrado la falta de proyecto para unas regiones simbólicamente especiales. Igual de simbólico que el ostracismo de Álvarez de Toledo. Tendrán que ver en Madrid si ocultar la facción más bestia y asomar la moderada cuando conviene por elecciones es el camino o no.
Paradójicamente, Podemos también tiene que repensar la estrategia centralizadora de la dirección nacional. La conclusión más clara es que los votantes castigan los dedazos y la elección de nombres desde Madrid. Dice Gómez-Reino con gesto más que serio que toca analizar el resultado. En campaña se usó contra él su paso por el Congreso; el diputado de Madrid como ataque político. Quizá la reflexión a partir del lunes pueda encabezarse por ahí.
El extremo opuesto, Pontón. El fogonazo del BNG se explica con el voto joven (esa Pontón haciendo vídeos con youtubers), la clave intranacional y el intento de construir una alternativa real a Feijóo. Para reflexionar: por qué no ha podido con el presidente con las expectivas que creó el Bloque en campaña, qué es lo que Pontón no es capaz de ofrecer a los abstencionistas y a los socialistas impertérritos y si sus intervenciones han sido suficientemente carismáticas (el discurso poselectoral pareció por momentos una alocución más de mitin).
El resto de propuestas, reválida más que amplia con matices. Preocupaba cómo iba a afectar la gestión del virus al voto de los que gobiernan. No solo no hubo susto, sino que han conseguido generar confianza y ganar escaños. Parecía difícil que los lastres de Feijóo (Alcoa, Pemex, los votantes de A Mariña) no le pasaran factura. Ni siquiera el PSdeG ha sufrido el desgaste colateral del Gobierno de Sánchez. Les ha salido bien. Pero eso no tiene por qué ser bueno. El estancamiento socialista en Galicia se puede traducir en una falta de pasión por el proyecto rojo. Y no hay peor horizonte en política que un partido que no genera sensaciones más potentes.