Pero hay un sitio donde la vida permanece igual desde el fatídico mes de marzo. Bueno, igual no, con menos personas, mas tristeza y menos ganas de vivir. Las residencias de ancianos han sido las más golpeadas durante esta pandemia, se estiman más de 19 muertes entre sus muros. Y el rumor, ya no tan rumor, de que muchos de los ancianos fallecieron porque se impidió su traslado al hospital. Protocolos de supervivencia, dicen.
Los geriátricos fueron aislados, nadie podía entra ni salir, los afortunados abuelos que sabían manejar un teléfono o con la suerte de que algún trabajador les ayudara, pudieron ver o escuchar de alguna manera a las familias, que fuera se revolvían impotentes. La seguridad es lo primero, salvar vidas es lo esencial. De eso no había dudas y nadie lo discutió. Han pasado ya muchos meses desde aquellas decisiones. Y la vida para el resto de mortales continúa, con sus más y sus menos, más menos que más desgraciadamente, pero continúa. La de los ancianos sigue ahí, estancada. Se eliminaron los talleres de cualquier tipo, con el retroceso cognitivo y motor que eso supone en edades tan avanzas. Desde hace relativamente poco, algunas residencias permitieron visitas de familiares, siempre con todas las precauciones y con horarios muy restringidos. Un oasis en aquel desierto. ¿Y qué sucede con los ancianos que no reciben visitas? Continúan enclaustrados en habitaciones donde hasta hace poco además de dormitorio, eran también comedor. La soledad se ha acrecentado de una manera inhumana. Los auxiliares, los enfermeros, los limpiadores, los terapeutas ocupaciones, los trabajadores sociales, los directores, y los conserjes se han desvivido por intentar mantener el cariño y la vida allí dentro, pero solo hay que mirar a los ojos de cualquier anciano y ver que no solo les han robado la primavera. Los tiempos se miden diferente y allí cuatro meses son una eternidad.
Nadie quiere que sus vidas se pongan en riesgo pero allí el tiempo ha cogido ventaja y ha corrido más rápido estos meses, muchos de nuestros ancianos, han envejecido años enteros en este tiempo. Ahora, aún sin poder pisar la calle, en algunas residencias, y con el ruido de fondo de las noticias de rebrotes, miran por la ventana, rezando para que alguien recuerde devolverles la libertad, por la que muchos de ellos, lucharon.