La fe por la Difunta Correa en El Ejido: ¿santuario o vertedero?

La heroína popular argentina cuenta con un lugar de culto atestado de botellas de agua en una cuneta de Almerimar
Raúl Samir Roma
España
27.03.2019
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Decenas de botellas y garrafas de plástico llenas de agua se amontonan llamativamente desde hace años en un recodo del camino del Alcor, una senda elevada que transcurre junto a invernaderos con el Mediterráneo a sus pies, a medio camino entre Almerimar, el núcleo más acomodado del agrícola El Ejido, y Roquetas de Mar, en Almería. La escena no pasa desapercibida para nadie, y menos si es de noche y el tenue fulgor de alguna de las velas que también se encuentran en el paraje centellea, terminando por conferir al escenario un inquietante halo de misterio. Varias covachas improvisadas, dispersas entre sí, construcciones caseras que bien podrían parecer comederos de pájaro vistos a cierta distancia, se hacen notar entre el azul y el blanco de los recipientes de plástico. También hay cruces y flores, secas y de plástico. En el interior de uno de ellos, una muñeca que parece de arcilla, de una mujer joven y morena, yaciente y con un pecho descubierto, amamanta a un bebé de pocos meses. La joven está muerta.

Pocos se acercan a un lugar tan aparentemente desasosegante que, en cambio, para algunos es sinónimo de paz, esperanza y agradecimiento. Se trata del santuario a una de las figuras paganas más veneradas en el mundo, especialmente entre los argentinos. El santuario ejidense a la Difunta Correa, lugar de culto para unos pocos y vertedero incomprensible para muchos.

“Mi marido encontró trabajo después de venir a verla”, relata a Columna Cero Marcela, una mujer de mediana edad, natural de Buenos Aires y que lleva cinco años residiendo en El Ejido, donde por el momento piensa echar raíces. Cada semana, cuenta, viene a reponer el agua que le ofrece, y a rezar junto a la Difunta. “Deolinda hace milagros, conmigo los ha hecho, siempre y cuando una cumpla también con lo que le promete”, advierte Marcela, dando cuenta de una de las cosas que todo el mundo repite sobre esta ‘Santa’ en los numerosos foros y páginas en Internet que existen sobre ella: la Difunta Correa es una implacable cobradora de promesas.

Una historia del Siglo XIX

Que no le falte el agua a la Difunta Correa, parece ser la premisa. Cuenta su historia, acontecida allá por el año 1840 en la provincia argentina de San Juan, que Deolinda Correa decidió emprender el camino a pie junto a su hijo de pocos meses en busca de su marido, que había sido apresado por participar en una refriega guerrillera. La joven mujer, agotada y sin agua, murió de sed en mitad de la senda, y fue encontrada a los pocos días por unos arrieros, que nada pudieron hacer por su vida. En cambio, sí hallaron con vida a su hijo, que en ese momento se encontraba amamantando de uno de los pechos de la finada. El lugar donde Deolinda fue enterrada se convirtió al poco tiempo en escenario de culto para millones de personas, que en la actualidad siguen acudiendo a venerar la memoria de esta heroína popular argentina. Y acuden con agua, claro, igual que sucede en los numerosos santuarios y altares que proliferan por toda Argentina, atestados, como el de El Ejido, de garrafas llenas de agua.

[Sumario]Una pareja de inmigrantes argentinos decidió trasladar a Almerimar su devoción por esta figura hace casi 10 años y desde entonces son muchos los compatriotas, y también españoles y de otras nacionalidades, que se pasan a llevarle agua a la imagen de Deolinda. Así lo atestiguan algunas inscripciones presentes en el lugar, como una que nombra a la cercana ciudad de Málaga, y fechada en 2015. El aspecto de este inquietante escenario, sin embargo, comienza a ser algo decadente y da la impresión de que el lugar ha caído en cierta medida en el olvido últimamente.

El trasiego de pequeños camiones con pimientos o calabacines es constante junto a los altares erigidos para la Difunta. Algún ciclista pasa también, sin mirar al principio, pero al poco se da la vuelta, curioso, extrañado. Nadie retira las botellas, pese a que algunas terminan balate abajo y caen sobre viviendas o explotaciones cercanas. Con frecuencia, el viento se lleva alguna misteriosamente vacía. De hecho, hay varias sin líquido, aunque la mayoría siguen llenas, olvidadas, como esperando su turno para satisfacer la sed de la heroína. El Mar de Plástico del Poniente de Almería, ese que se ve con nitidez desde los satélites tintando de blanco el sureste de España, da cobijo también a la fe por Deolinda, la Difunta Correa. Y que no le falte el agua. Al menos mientras las autoridades de Medio Ambiente o algún agricultor harto de garrafas sigan respetando su santuario de El Ejido.

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