España sufre el síndrome de Diógenes

Cada día encontramos lugares de una belleza extraordinaria embrutecidos por una marabunta de desechos que la misma humanidad está creando.
Ana.S.R
España
05.09.2018
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La fina arena asemejándose a una finísima capa de harina que nos deleita con su tacto bajo nuestros desnudos pies…  esa sensación tan agradable que, por nuestra poca cabeza, estamos echando a perder. Hablo de la Costa Blanca, en especial de la Cala de Vilajoyosa y la de Finestrat.

Hace poco he estado paseando por las calles de la Cala de Finestrat y, sinceramente, una gran ola de tristeza me invade al ver la cantidad de basura que se acumula en sus calles. En este momento podría despotricar del Ayuntamiento, de las autoridades, de miles de personas que tienen en sus manos la solución a este problema, pero debería empezar hablando de los ciudadanos que residen allí o pasan unas buenas semanas de vacaciones, recordad que nos somos animales.

No quiero volcar mi rabia en personas en concreto porque estoy convencida de que todos podemos colaborar para que esto termine. Con esto me refiero a que yo no voy vertiendo mi basura por mi casa, ensuciando cada rincón de mi vivienda con porquería, seguramente porque tengo dos dedos de frente, como todos los que me leéis. Entonces me pregunto, ¿queremos que nuestros hijos vivan en un mundo rodeado de residuos nauseabundos?  Yo personalmente no quiero tal cosa, por eso toca ponerse serios y hablar claramente.

Nuestros paseos se están volviendo insoportables por culpa del tufo que desprende nuestra falta de higiene para con la ciudad y, sí, la culpa la tenemos nosotros, todos y cada uno de nosotros que no nos preocupamos por llevar una bolsa y recoger los excrementos de nuestros perros, por citar alguno de los factores que contribuyen a esto.

Vamos a ver, si nosotros visitamos un lugar en el cual la suciedad se lleva la palma, no voy a preocuparme por tirar un chicle a la basura, porque no me importa un chicle más o menos. Pero la cosa cambia cuando vamos a algún rinconcito que está limpio, sin obstáculos que tengamos que ir salvando a cada dos pasos que damos.

Todos tenemos culpa como antes he mencionado, pero dónde diablos están las campañas para concienciar a la ciudadanía que nosotros vivimos aquí, respiramos el aire contaminado, sufrimos las consecuencias de los gérmenes que campan a sus anchas. No logro entender qué ocurre, porque no sé vosotros, pero yo no voy a contribuir a que nos coma la mierda, hablando en plata.

Dejando a un lado las cosas negativas, tengo que contaros la fantástica labor de uno de los vigilantes de las obras de construcción de un hotel. Os cuento, mis padres pasaron hace algunos días por allí, en uno de sus paseos diarios y el mal olor era tal que pensaron que se trataba del cadáver de algún animal, por no pensar algo peor. El caso es que se lo hicieron saber al hombre que se encontraba a cargo de aquello, pero la sorpresa fue que otra persona totalmente anónima estaba en su misma posición. Aquí es cuando me quito el sombrero para agradecer que aquel incidente llegara a la policía y al día siguiente estuviera todo impoluto.

No solo ocurre esto en los alrededores de Benidorm, más abajo, en Belicena (Granada), los vecinos se ven obligados a dejar de pasear por al lado de las plantaciones de maíz porque el olor a aguas fecales es demasiado denso como para poder disfrutar y relajarse después de una jornada de trabajo. Sinceramente, yo lo pensaré dos veces antes de comprar mazorcas si estas vienen de un lugar donde [Sumario]nuestra propia salud es algo tan baladí que no merece que cuidemos de ella.

Para terminar me dirijo a cualquier persona, independientemente del cargo que tenga en la sociedad o las pocas monedas que tenga en su bolsillo, tenemos que vivir en este mundo, preocupémonos de dejar en herencia a nuestros descendientes un lugar del cual puedan enorgullecerse por la colaboración de todos y cada uno de los individuos que deberíamos trabajar codo con codo para utilizar correctamente las papeleras. No es tan difícil, intentémoslo de vez en cuando y dejaremos de bucear en las miles de escurriduras que ocupan nuestros agradables paseos.

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