Después de no querer oír ni hablar de una campaña invernal tras el empuje inicial de la Operación Barbarroja en la apertura del Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial, la imparable Wehrmacht de Hitler se topó con el gélido invierno de 1941, que volvió casi irreconocibles a las tropas alemanas. Envueltos los pies en papel y cartón, mantas y cortinas a modo de capotes, solo el casco de acero les distinguía de los campesinos soviéticos. La puerta había sido barrida como un vendaval, pero inexplicablemente el edificio seguía en pie. Empezaba entonces una guerra de desgaste que nada interesaba a los designios de Hitler.
[Sumario]Tan seguro estaba el Führer de que una nación sometida a la tiranía de Stalin no sostendría el embate de un ejército organizado y decidido, que cualquiera que le comentara la posibilidad de preparar una campaña invernal era tachado de derrotista. “Solo tenemos que dar una patada en la puerta y toda la estructura podrida se vendrá abajo”. Dijo Hitler a sus generales antes de la invasión de la URSS.
Para sus oficiales era difícil oponerse a la efectividad de la guerra relámpago que en menos de un año había puesto a Europa de rodillas. Pero la urgente necesidad de pertrechos invernales convertía a la imparable máquina de guerra alemana en un oxidado engranaje.
Nada que ver con el vertiginoso avance por la llanura ucraniana bajo el benévolo sol de julio, las carreteras y autopistas que se dibujaban en los mapas del estado mayor aparecían ante los ojos de la tropa como embarrados caminos tras las primeras lluvias de octubre, donde las orugas de los panzer encallaban constantemente. La maquinaria de gran precisión técnica que hacía funcionar a la blitzkrieg nazi, encontró su peor enemigo en la caída en picado de las temperaturas en el mes de noviembre.
Consecuencias inesperadas
Era necesario encender hogueras bajo los tanques alemanes para lograr fundir el hielo que atenazaba los motores. En contrapartida, el magnífico T-34 ruso, con sus anchas orugas y dotado de aceite especial anticongelante, se deslizaba mortalmente sobre la nieve junto con los esquíes de los cazadores siberianos, cuyo siseo entre los bosques helados era el único aviso para las tropas alemanas.
Algo que parece tan lógico como equipar a los hombres con unos guantes, se obvió por completo. La falta de los mismos marcaba la diferencia entre conservar las manos o pasar a engrosar las filas de los amputados y tullidos por la necrosis derivada de la congelación. Quien cometía la insensatez de tocar una superficie metálica con la mano desnuda, se quedaba irremediablemente adherido al metal, con dolorosas consecuencias.
Las desmoralizadoras tácticas rusas de ataque nocturno y guerra psicológica, empezaron hacer mella en la moral alemana, además los rusos atacaban cuando peor tiempo hacía para anular la superioridad aérea nazi. Jinetes cosacos se lanzaban sobre el desprevenido invasor montando sus pequeños pero resistentes caballos esteparios sable en alto y profiriendo desgarradores gritos de guerra. Estas tácticas empezaron a introducir en la mente del soldado alemán un miedo visceral a la bárbara Rusia.
La combinación de tensión bélica y el horror de la guerra aumentó la tasa de suicidio entre los soldados alemanes. “El suicidio durante a campaña es equivalente a la deserción” Se advirtió a las tropas en una orden. “La vida de un soldado pertenece a la patria” La mayoría se disparaban cuando estaban solos o de guardia. Las autoridades militares alemanas se preocupaban de que los soldados que pudieron volver a casa con licencia pudieran desmoralizar a la población de Alemania con las historias de horror vividas en el Ostfront o Frente Oriental.
“La Orden de la Carne congelada”
La oficialidad hizo difundir una serie de instrucciones para aquellos que volvían a la patria temporalmente desde el Frente Oriental: “Usted está bajo fuero militar, y está todavía sujeto a sanciones. No hable de armas, ni de tácticas ni de bajas. No hable de las raciones malas, de las penalidades o de la injusticia. Los servicios de inteligencia del enemigo están listos para explotar esto”.
A los que lograron sobrevivir al servicio en el frente ruso entre el 5 noviembre de 1941 al 15 abril 1942, se les otorgó la Medalla del frente oriental. Fue creada para reconocer el sacrificio durante aquel atroz invierno de 1941-1942, que congeló el sueño nazi del Reich de los mil años. Entre la tropa esta medalla recibía el irónico nombre de la “Orden de la Carne congelada”.
A finales de 1941, los ejércitos nazis retrocedían por primera vez en toda la guerra, los EEUU entran del lado aliado en el conflicto tras el ataque japonés a Pearl Harbor y la guerra empieza a ser un mal sueño para las potencias del eje. Pero aún quedaban grandes sacrificios por realizar.