El crudo relato de la vida en el Frente Oriental en la Segunda Guerra Mundial está recogido en los cientos de cuadernos de notas que el escritor y periodista Vasili Grossman recopiló durante la Gran Guerra Patria. Sus relatos de descarnado interés humano se mezclan con el barro, el humo y la sangre que tiñeron de rojo oscuro la nieve de las estepas rusas. Historias desgarradoras recogidas por el corresponsal del Estrella Roja, que junto al también periodista Pavel Troyanovski y el fotógrafo Oleg Knorring, ha pasado a formar parte del olimpo de los corresponsales de guerra.
Burlando a la muerte por muy poco en numerosas ocasiones, Grossman y sus compañeros estuvieron a punto de ser capturados por la vanguardia de las fuerzas alemanas en su esfuerzo por informar desde el frente ruso.
La presión ejercida por el Ejército rojo y su periódico, apremiaban a Grossman a acudir al frente en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia para escribir sobre el excelente desempeño de las fuerzas soviéticas. La línea del partido era clara y severa, todo debía enaltecer a la patria y al esfuerzo del pueblo, en numerosas ocasiones exagerando notablemente el número de bajas enemigas y el mérito de los rusos. Todo orquestado bajo la batuta de Stalin, quien parecía pensar que el hecho de no reconocer la verdad hacía que ésta desapareciese.
Relatos de interés humano
Grossman fue testigo de numerosos actos de heroísmo y piedad, pero al mismo tiempo lo fue de muchos actos de cobardía, derrotismo y deserción. Si los cuadernos de notas de Grossman hubieran salido a la luz, hubiera sido fusilado por ser cómplice de traidores a la patria, puesto que el hecho de no denunciar a un desertor te convertía en uno automáticamente.
Vasili Grossman no podía resistirse a copiar detalles particulares de interés humano, que nada tenían que ver con la guerra. Tomaba notas incansablemente en sus pequeños cuadernos, acumulando material que algún día se convertiría en artículos o novelas:
“Una anciana. Tiene tres hijos mudos. Los tres son peluqueros. El mayor ya tiene cincuenta años, dijo ella. Luchan como demonios y se pelean como caballos, agarran los cuchillos y se los lanzan sin parar.”
“Pintores de brocha gorda o albañiles, cuando se enfadan con un patrón, meten en una pared un huevo o una caja con cucarachas (con un poco de salvado para que coman). El huevo hiede y las cucarachas hacen ruido. Esto molesta a los propietarios.”
El afamado corresponsal nos relata también la trampa mortal de las ciudades en guerra desde la casa de una señora :
“Dormimos en una habitación monstruosamente pobre. Esta pobreza tan negra y horrible solo es posible en una ciudad, en un barrio bajo. La señora de la casa maldice a los niños y a los objetos. Por la noche en la oscuridad, alguien solloza. Es la señora. He tenido siete hijos, me lamento por ellos. Esta miseria, esta pobreza urbana, es peor que la muerte en los pueblos. Es más profunda y más negra, una pobreza que llega a todos los rincones, desprovista incluso de aire o de luz.”
Los gajes del oficio
La vida periodística es ya de por sí bastante accidentada, pero si escribes para el Estrella Roja, debes estar preparado. Después de los primeros meses de guerra llega el primer permiso para ir a Moscú. Sin embargo, al llegar a la oficina editorial, Grossman y sus compañeros son enviados sin un día de descanso para informar sobre los preparativos de la esperada contraofensiva blindada al sur de Moscú, que pretendía frenar a los carros de Guderian:
[Sumario]“Nos ponemos en marcha por la mañana por la misma carretera por la que regresamos a Moscú ayer. Avanzamos y avanzamos. Llegó la noche, pero nosotros, tumbados en la parte trasera del camión, seguimos avanzando. La carretera está totalmente desierta, habíamos recorrido docenas de kilómetros sin ver un solo vehículo. De repente el agua del radiador comienza a hervir, así que detenemos el vehículo. Un soldado del Ejército Rojo aparece dando un salto por detrás de un árbol:
–¿A dónde van ustedes?
–Al cuartel general del cuerpo de tanques, en Starujino.
–¿Han perdido ustedes la cabeza? Resulta que los alemanes están allí desde ayer, soy el centinela y ésta es la línea del frente. Retrocedan antes de que los alemanes les vean, están a muy poca distancia.
Naturalmente, damos media vuelta. Si el radiador no hubiera hervido, habría sido el final de nuestras vidas periodísticas.
Buscamos el cuartel general en la terrible oscuridad y el fango. Por fin lo encontramos. Está en una pequeña izba caliente y mal ventilada, llena de humo azul. Tras el viaje de catorce horas nos entra automáticamente el sueño en aquella sala caliente.
Nos estamos cayendo, pero no hay tiempo. Comenzamos a hacer a los oficiales diversas preguntas, a leer informes, aturdidos como en un sueño. Al amanecer, sin haber dormido, nos subimos al camión y regresamos a Moscú. El plazo marcado pendía implacable sobre nosotros. Bebíamos té y fumábamos sin parar para no quedarnos dormidos. En la editorial, ya por la tarde, despachamos la historia, como dicen los periodistas, y la presentamos. El director no publicó ni una sola línea.”
Fueran cuales fuesen las frustraciones de la vida periodística, Grossman siguió imperturbablemente con sus cuadernos a todas partes, dando parte también de las andanzas de los alemanes en territorio ocupado:
“Una misión de reconocimiento había descubierto que los alemanes habían atado gansos vivos en todo el perímetro para que les sirvieran de alarma. Los gansos hacen mucho ruido.”
Una anciana recordaba el paso de un grupo de alemanes por su casa:
Llaman a la puerta. Ante ella había un grupo bastante pintoresco de hombres con pañoletas de campesina y gorros de punto bajo los cascos de acero, que arrastraban trineos con mantas, cortinas, almohadas y edredones. Sin pronunciar palabra, el que parecía estar al mando señala la estufa que crepita alegremente en el interior de la casa. Como mendigos, los orgullosos hombres de la Wehrmacht se pelean y se amontonan sobre la estufa, mostrando unas manos rojas, como en carne viva.
Era un espectáculo cómico y lamentable de ver: Una vez que entraban en calor, los alemanes empezaban a rasarse como perros pulgosos. Al calor de la estufa, los piojos también se ponían en marcha de nuevo, reanudando su festín de sangre alemana.”