Dice Trinidad García Jiménez que, “para escribir hay que dejar que hable el pensamiento”, en las primeras líneas que prologan a Julio Molero Pisabarro, su amigo desde la década de los 80, cuando coincidieron en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona; en estos renglones que forman parte de ‘Entorno a mí’ (Ediciones Duerna, 2019) y que dan paso a las ‘Consideraciones’ que el autor nos ofrece, a modo de biografía descriptiva de un largo camino trazado en el aprender y aprehender, y el enseñar y compartir. Después, el paramés, nos brinda un conjunto de composiciones poéticas y musicales, en la clásica pátina del soneto y el endecasílabo, que agarran al lector con las dos manos; una, para mostrarnos los alrededores y el exterior, lo que se llama el mundo de fuera y a lo que Julio denomina ‘entorno’; y otra, para llevarnos a la niñez de las aulas con rimas hechas canciones y canciones que rimaban con casi todo.
Es difícil añadir algo más a la narración de Trinidad y muy difícil desnudar más al poeta en esta exhibición generosa de recuerdos, emociones, sentires e historias cotidianas, genuinas y personales. Se me ocurre, como cada vez que pienso en el Julito de 1943, algunas consideraciones entre su entorno y el mío; por ejemplo, que ha nacido en el pueblo de aquí al lado, Altobar de la Encomienda, con recio abolengo, porque ellos tienen (a cuatro pasos) el castillo de Alija y, además, el río Órbigo, que anexiona en su discurrir hipnótico la necesidad de formar parte de sus aguas y saltar más allá de las fronteras que el rural presupone. Pero, coincidimos en Machado, en un cruce de caminos que reduce la distancia entre generaciones; y concurrimos en mirar El Páramo hasta el infinito y en su admiración: estas tierras están hechas de ‘otra’ tierra. Aquí los versos del poeta encuentran el cobijo del aire y los vientos, “y la amargura derramada del silencio”, cuando aquel niño, que dormía “en camas con jergones rellenos de hojas ásperas de maíz”, se convirtió en ‘viajero involuntario’. Entre estas páginas, considero, hay un ramillete de hilos conductores al ayer, algunos reconocidos y, otros, reconocibles, de una España que aún destila sombras pasadas, en su inevitable agonizar.
‘En torno a mí’, en el pasar y repasar la vida de Julio, se convierte en una guía de la nostalgia, con brújula para orientarnos, cuando la encrucijada de sendas juega a confundirnos; nos pone frente a la única salida conocida para el poeta: el amor y sus circundantes, y nos seduce a leer estos renglones despacio, despacio. Así es que, querido Julio, cuando me dices: “Me gustaría que hicieras una valoración objetiva del libro”, me entra miedo y vértigo, porque es igual que hacer una valoración de tu vida y, tras leerlo, me siento abocada a hacerla de la mía y, ¡jolín Julio!, no quiero, es demasiado pronto para opinar, y decir esto y lo otro; necesito más horas lentas para disfrutar de todos los recuerdos que me suscitan tus versos; sosiego para regodearme en aquellos años, que ahora llaman infancia, que nos hicieron crecer y que con su descarnada realidad, nos han hecho ser quienes somos. Admiro tu entrega, por honesta; a veces, por dolorosa y siempre impecable; me gustan los valientes hijos de la postguerra, los Don Quijote ávidos de molinos, que no sucumben a pesar de las circunstancias; me gustan los guerreros ambidiestros, sin distinción de género, porque en ellos deposito toda mi esperanza. Así es que, querido Julio, déjame que con tus recuerdos recale en los míos y trabaje cada día en el muro que frene la desmemoria.