El planeta de los simios se ha convertido en el ejemplo contemporáneo perfecto de por qué no hay que tener miedo a los reboots o a las secuelas. Todo está en el material y en el talento. Si hay buenos cineastas y estos encuentran buenas historias, nada tendría que ser intocable. El origen del planeta de los simios, en 2011 y con Rupert Wyatt como director, sentó las bases de una reformulación asombrosa del universo que conocimos en los años 60, con Charlton Heston como héroe y basado en la novela de Pierre Boulle. Tres años después, El amanecer del planeta de los simios, con Matt Reeves tras las cámaras, subió las apuestas de una manera descomunal. Y pasado el mismo tiempo, La guerra del planeta de los simios añade un episodio brillante más a una serie que no para de crecer, a diferencia de lo que sucedió con la original hace ya cuatro décadas, que poco a poco fue perdiendo medios y calidad. Esta tercera parte tiene, al menos, la misma genialidad que la anterior.
Podemos correr el riesgo de quedar hipnotizados por los formidables efectos especiales que han convertido a actores en simios a una escala inabarcable hace no tanto tiempo, sobre todo por el hecho de palpar la brutal interpretación de Andy Serkis pero eso sería injusto. La guerra del planeta de los simios es una película compleja, que bebe claramente de clásicos como El puente sobre el río Kwai, Centauros del desierto, La gran evasión o incluso de Apocalypse Now, que no duda en llevar el western al bélico sin abandonar el portentoso escenario de ciencia ficción en el que transcurre la serie, que tiene un tono melancólico que descoloca, potenciado por la sensacional música de Michael Giacchino y la dulzura técnica que exhibe Reeves en cada plano, y que contiene momentos y conclusiones que para sí quisieran películas de ambiciones narrativas más alabadas.
Ese mismo riesgo parte del género. La ciencia ficción, pese a su incuestionable tirón en taquilla, sigue encontrando cierta resistencia. La guerra del planeta de los simios, como sus dos predecesoras, llama con fuerza a esa puerta para derribarla. Reeves, coguionista también del filme, nos ofrece una guerra sin mostrarla en realidad, haciendo que la escala de lo que vemos parezca mucho mayor de lo que en realidad es, llevando el relato al terreno personal después de habernos apabullado con los sonidos de las balas y convirtiendo el viaje de César, un personaje ya absolutamente mítico y que está llamado a socavar las convicciones de la Academia de Hollywood sobre las actuaciones con revestimiento digital como esta de Andy Serkis, primero en una venganza, después en una huida y finalmente en un viaje de connotaciones religiosas indudables.
No se puede negar que La guerra del planeta de los simios, pese a su narración calmada y pausada y la gran cantidad de escenas de corte intimista con las que construye historia y homenajea a la historia de la serie de una manera brillante de la mano de una niña humana interpretada por Amiah Miller, encaja en todo caso en el prototipo de blockbuster hollywoodiense. Es, no obstante, una manera diferente de interpretar ese cine veraniego. Para desconectar el cerebro ya hay otras producciones en las que explotan muchas cosas sin demasiado sentido. Esta es algo diferente, fresca, inteligente y adulta. Reeves escribe con mimo y dirige con mano maestra, llevando a la pantalla una planificación contundente, haciendo del personaje de Woody Harrelson una suerte de Coronel Kurtz particular y del duelo con César algo digno de recordarse durante mucho tiempo. Como poco hasta que El planeta de los simios tenga, si la tiene, una cuarta entrega que, eso sí, tiene ya un listón muy, muy alto. Así da gusto ver cine de gran estudio.