Coruña del Conde, un pequeño pueblecito de Burgos, tiene el honor de ser la localidad natal de este intrépido campesino que se puso a volar como las aves, llevando a la práctica lo que tantos hombres, desde Ícaro hasta Leonardo, han imaginado.
Diego, era el hijo mayor de Narciso y Catalina, una pareja de agricultores del pueblo y pronto tuvo que hacerse cargo del sustento del hogar a la muerte de su padre. Este ingenio, aguzado por la necesidad, le produjo algunos beneficios debido a los pequeños inventos que realizaba para ganarse un poco de dinero con el que traer comida a casa. Entre ellos la mejora del molino sobre el río Arandilla y que aún se conserva, o un artilugio para laminar los mármoles de la cantera de Espejón.
Habituado a la caza de pajarillos para comer, capturados con ingeniosas trampas, pronto se puso a idear una especie de aparato volador, intrigado por la forma de volar de las aves, algo que le despertaba la curiosidad. Copiando la ergonomía de las alas de los pájaros y estudiando el vuelo de las águilas, pese a no tener estudios, fue capaz de realizar cálculos comparativos en proporción al peso de las aves y al del artilugio que estaba meditando realizar.
Así, con sus apuntes, se fue al herrero del pueblo, Don Joaquín Barbero, con el que prepararon el armazón y las alas, que se movían siguiendo el estilo de un abanico, y unos pedales donde reposaría los pies. En definitiva, un especie de ala delta con las alas articuladas.
La noche del 15 de mayo de 1793, resonarían en la noche las palabras que lanzó al aire en su primer y único vuelo: “¡Voy a Burgo de Osma, de allí a Soria y volveré pasados unos días!” Con la ayuda del herrero y de su hermana, subieron el artefacto volador a un cerro del pueblo desde el que se lanzó, volando en total, según las Efemérides Burgalesas , tal y como nos cuenta Jesús Callejo en su libro La España Fabulosa, unas 431 varas castellanas a un total de 5 o 6 varas de altura. Es decir, unos 375 metros de distancia. El vuelo se truncó al romperse un perno en el ala derecha y, finalmente, Diego cayó al suelo sin hacerse nada más que unos chichones.
Diego quiso volverse a poner de nuevo a las andadas, pero los vecinos y las fuerzas vivas del pueblo no estaban por la labor, entendiendo que lo que estaba llevando a cabo Diego, no era natural y que podría traer mala fama al pequeño pueblo de Coruña del Conde. Así tras una discusión y un breve enfrentamiento, sus convecinos quemaron el invento de Diego, algo que le sumió en un abatimiento que posiblemente le llevara a la tumba a los 42 años, 6 años después de la hazaña.
300 años después, en su pueblo, se erige un monumento en su honor, y hay un avión, cedido por el Ejército del Aire, que vienen a recordar la gesta de Marín. Además una película de 1996, llamada La fabulosa historia de Diego Marín y dirigida por Fidel Cordero, completan, junto con la mención en la Historia de la Aviación Española, el homenaje a tan intrépido héroe burgalés.